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Cuba: Democracia sin dogmas. Por Carlos Luque Zayas Bazán

18 de Agosto de 2018, 9:17 , por La pupila insomne - | No one following this article yet.
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Mientras el pueblo cubano todo, incluso allende los mares, asume el deber y el derecho democráticos de estudiar, agregar, modificar o proponer ideas para la redacción final de nuestra Ley de Leyes, continúa un debate que comenzó desde mucho antes y que hubiera sido absolutamente normal, si una parte no recibiera apoyos y anudara lazos externos que, al aproximarse el relevo generacional y la reforma constitucional, creyeron ver la oportunidad de proponer y acompañar, decían ellos, un cambio o tránsito de régimen, aupados en el trampolín de la política obamiana, las aspiraciones socialdemócratas y hasta las pesadillas neoliberales. Incluso nos rondó un sionista, teórico de la ofensiva “suave” del presidente que usurpó las esperanzas de los negros y ofendidos de su nación, mientras quienes se declaraban sin ideología proclamaban su anticomunismo.


La humareda se ha ido disipando, algunas voces abandonaron a tiempo ciertas plataformas, quizás cuando se consideraron muy cubanamente “embarcados”, cuando las naos capitanas comenzaron a derivar en el proceloso mar de los concilios y las tibiezas, los congresos de dudosos mecenazgos y los reciclados foráneos que pretendían pescar en aguas turbulentas. Ciertos perfiles se fueron dibujando con mucha más claridad. Hasta que la continuación, ahora, de un proceso revolucionario que nunca se ha detenido, los ha dejado sin argumentos. Es natural entonces, que intenten dinamitar el sustento del proceso constitucional, a saber, el indudable rol constituyente del pueblo cubano.
La teoría sucumbe y zozobra cuando se detiene y congela en las márgenes de los hechos. La abstracción obcecadamente tradicionalista que valora, propone y exige lo que considera puramente republicano como aplicable a cualquier circunstancia y época, como si cada nación de las orillas del llamado sistema-mundo-capitalista e imperialista viviera en una campana de cristal impoluta y aséptica, como si el enfrentamiento económico y mediático se librara sólo entre los contendientes internos de los países sometidos, como si los intentos de liberación contra el orden mundial prevaleciente no fueran gestos heroicos constantemente obstaculizados, esa exigencia de puridad se convierte en un sueño de la razón que pare criaturas monstruosas del raciocinio, rápidamente amamantadas por aquellos a quienes ni las repúblicas, ni las democracias, ni aún la justicia misma importa.
Un ejemplo reciente es el intento de negarle a nuestro proceso actual su carácter genuinamente constituyente. Es de tan cegadora evidencia el despropósito, porque se estrella de narices contra todo el curso democrático anterior, que legitima a la actual Asamblea Nacional para esa función, más la consulta popular ya en curso, que al ser tenida en cuenta adquiere un fáctico carácter vinculante, más el posterior referendo que debe aprobar o no la nueva Constitución, todo ello de tan irradiante evidencia que uno se avergüenza de sí mismo ante la insistente sospecha de que esos “expertos”, en su afán de hacer carrera académica y mediática, y alcanzar notoriedad y publicar en los medios donde bien se pagan y reciben sus productos, toman su patria de pedestal y no de ara, la inteligencia se les obnubila y tuercen su sabiduría para su único medro.
La democracia cubana no necesita justificación. Nada teme porque es del pueblo. No se legitima en los discursos, sino en los hechos, y en los hechos puede dar espacio a todos, como sucede en el actual proceso, incluso a quienes la atacan. El valladar contra el que se erige nuestra soberana creación es el mismo enemigo que no reconoce a un país que ha utilizado los mecanismos que dicen son los únicos respetables como democráticos, ha vencido con ellos decenas de veces, y a cuyo presidente, electo según esos procedimientos, le acaban de someter a un intento de magnicidio. Mientras, intentan hacer lo que no pudieron lograr en Cuba, rendirla de hambre y desesperación.
Nuestra democracia no necesita justificaciones. Además, serían desoídas, tanto por los mercaderes de la palabra y los conocimientos, como del cinismo enemigo. Pero conviene hacer una pequeña reflexión.
Los procesos constituyentes desatados en el llamado ciclo progresista de los países latinoamericanos, se han convertido en armas necesarias de la acción antimperialista. El ejemplo más notorio es el proceso constituyente bolivariano en curso, única forma de vencer y detener la violencia desatada en el país y desbancar un espurio parlamento en desacato y abandono de sus funciones. Tanto fue así su carácter necesario y resultado eficaz, que se acudió al desesperado expediente de la intentona asesina y un posterior golpe de estado de urdimbre internacional.
Cada experiencia de un proceso constituyente latinoamericano ha tenido el signo revelador de un arma antimperialista, antisistema, y el único modo de entronizar a los sectores progresistas en el poder político. Como ocurren en países de fuerte estructura económica capitalista, no se ha podido lograr el poder económico y mediático, y esa es la principal razón de sus fragilidades y sus azarosos destinos. Es por esa misma razón que Lula ahora habla de la necesidad de un proceso constituyente originario si logra librarse de las tenazas jurídicas que lo entrampan. Esos procesos, por el elemental y mero hecho de realizarse en las peculiares y específicas condiciones de esos países, no deben ponerse como abstractos ejemplos para Cuba. Es un interesado desvarío de la razón recibido, además, con indisimulado alborozo por los mismos intereses que asolan a esos países.
La unidad cubana, el hecho indudable de que, pese a su natural y tremenda diversidad, el tejido social cubano no ha sido fragmentado y conducido a la violencia de los enfrentamientos egoístas de la politiquería y el antagonismo de intereses que convierte a los ciudadanos en enemigos de clase, es la criatura más bella y necesaria de nuestro orden social.
Defender esa unidad no equivale a proponer la falsa unanimidad o alentar la hipocresía. Esa lectura maniquea es la que conviene y alienta la guerra psicológica enemiga o aquellos que son sus víctimas o sus tontos útiles. El concepto de diversidad también abarca, por lógica de la definición, a lo contrarrevolucionario.
La unidad revolucionaria de la diversidad dentro de la Revolución incluye la denuncia a la acción que se le oponga si es pro imperialista, o pro capitalista, o asume alguna forma del anti patriotismo. Opino que no podemos dejarnos desvirtuar la definición de Fidel: dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada, como han hecho reiteradamente Raúl y Díaz Canel. Ese debe ser el sema maestro interpretativo del significado de la Unidad. Porque sería una forma de entregarnos y traicionar el sentido manifiesto de nuestra historia e iría en contra de la voluntad mayoritaria manifiesta y legitimada por nuestra democracia. Ese concepto de la unidad necesita de crítica, de no apoyar a lo que lesione los principios fundamentales. Pero la crítica misma, por definición, necesita, a su vez, de la crítica. Un solo ejemplo: parece, y digo parece porque sólo cuento con lo que leo en las redes, o lo que me cuentan los amigos, que se está notando cierto rechazo en determinados círculos bien acotados por sus concepciones doctrinarias, a la propuesta de matrimonio que se propone en el Proyecto de Constitución. Lo sé también por ejemplos de mi entorno más estrecho, incluso de personas que no obedecen a doctrinas sino a simples prejuicios. Sin duda alguna de mi parte habrá quienes con toda honestidad no logren comprender el derecho que le asiste a toda persona a decidir al respecto. ¿Pero debemos permanecer ajenos a que también en este caso se aprovechará la coyuntura, y se notan indicios de ello, para que Cuba no pueda presentar ante el mundo un paso de avance como ese? Y así en otros temas.
Una cara aspiración de nuestros enemigos es abrirle una brecha, cualquier pequeño agujero a nuestra unidad. El cerco sobre el que nos advertía Raúl recientemente, se estrecha para intentar su ofensiva final sobre nuestra principal arma. Creyeron propicio el tiempo de los cambios. Es natural que objeten, o apoyen a los que objeten, nuestra ruta democrática. Seguir nuestro propio orden democrático, según lo entendamos necesario, y táctica y estratégicamente útil para nuestra cohesión como comunidad, diversa sí, pero navegantes lúcidos de un destino constantemente amenazado, es un tesoro que ninguna teoría, hipercrítica, descontextualizada, o supuesta pureza académica nos debe desvirtuar.
Sietemesinos les llamó Martí a los que pierden la fe en su tierra. Y a los apasionados, como Fidel, los primogénitos de la humanidad. Los que pierden la fe le llaman consigna, o fracaso, a todo aquello que afirma algo de lo que ya ellos no creen, o ya han dejado de creer e intentar. Es humano flaquear, debatirse en la incertidumbre. El tenaz enemigo de la humanidad y de las revoluciones y de los pobres de este mundo, sabe muy bien que manteniendo el dogal al cuello el tiempo suficiente, consigue rendir a muchos. Como nos dijo Fidel, desde el 59 todo sería más difícil. Pero nunca será revolucionario rendirse, desanimar, desalentar, repetir sin pensar lo que conviene a los criminales de este mundo. Esa es la herencia más valiosa que nos dejó Fidel. Y no es una consigna.


Fonte: https://lapupilainsomne.wordpress.com/2018/08/18/cuba-democracia-sin-dogmas-por-carlos-luque-zayas-bazan/