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El matrimonio diverso o por qué las iglesias deberían dar las gracias. Por Carlos Ávila Villamar

16 de Julho de 2018, 10:11 , por La pupila insomne - | No one following this article yet.
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El debate ante una probable legalización del matrimonio diverso en Cuba ha encontrado, naturalmente, resistencia en algunas comunidades cristianas. Imposibilitadas de utilizar los textos bíblicos como argumentos definitivos en un estado laico, han intentado probar una incompatibilidad de los valores culturales cubanos con la aceptación de un nuevo modelo de familia. Ya he hablado recientemente sobre los problemas de proyectar un deber ser cubano en nuestro estado cultural (un valor cultural cubano es un deber ser). Creo que el apoyo irreflexivo en una supuesta tradición hubiera podido justificar la esclavitud durante la época colonial, ya que antes existían aborígenes en Cuba que practicaban la esclavitud (debemos decirlo, por mucho que hoy sobreviva la imagen del buen indio, no menos reduccionista que la del caníbal). Entonces, tenemos claro que es un disparate sostener que el matrimonio exclusivamente heterosexual constituye un valor cultural cubano, y supongo que mucho más decir que constituye un valor revolucionario, solo porque por inercia sobrevivieran tantos prejuicios al inicio de la etapa revolucionaria.

En la evaluación del presente histórico debería separarse (aunque casi nunca se consiga hacerlo) la crítica moral que prefiero llamar individual de la crítica moral colectiva, que atiende el mal que se hace por imitación (ciega) y no por beneficio propio o por crueldad consciente. Por suerte es más fácil hacer la separación cuando juzgamos el pasado histórico: la distancia permite ver con mayor claridad cuándo la acción que hoy consideramos que está mal responde a una motivación del individuo (ejemplo, ambición material, delirio de superioridad) y cuándo responde a una inercia cultural. Veamos a continuación.

Si durante el medioevo un desafortunado alquimista era quemado en la hoguera (hecho para nosotros lamentable), dependiendo de la motivación podemos crearnos distintos juicios de lo sucedido. Si el alquimista, supongamos, tenía choques personales con las figuras religiosas que lo condenaron, y fue un deseo de venganza la motivación de lo que para nosotros resulta un crimen, podemos decir que el crimen tiene una responsabilidad individual. En cambio, si las figuras religiosas actuaron por fe, por ese sistema de creencias y respuestas que es el cristianismo, si sentían que cumplían un deber verdadero ante la humanidad y ante Dios, la responsabilidad del crimen es colectiva, se comparte por el determinismo cultural de la religión. Eso nos lleva a una pregunta que nunca será respondida con toda justicia, porque implica una contradicción no cultural sino lógica, instintiva (la eterna contradicción entre ser y pensar): ¿una persona que no sabe que comete un crimen realmente está cometiendo un crimen? Los griegos inmortalizaron esa grieta moral de la especie en el mito de Edipo, que mató a su padre sin saber que mataba a su padre, y se acostó con su madre sin saber que se acostaba con su madre, ¿podía ser el más culpable de los hombres inocente?

Como siempre, es preferible empezar por separaciones obvias y excluyentes, teóricas, ideales, para luego aterrizar en la complejidad del mundo como se manifiesta de manera cotidiana. La responsabilidad individual no pocas veces convive con la responsabilidad colectiva. Quizás los inquisidores actuaran por fe, es cierto, quizás creyeran en la maldad del alquimista, pero también supieran de un probable ascenso en la jerarquía religiosa tras el castigo, y los aldeanos que escucharan con placer los gritos del cuerpo en la hoguera, despojándose del diablo, quizás sintieran cierto regocijo en el sufrimiento ajeno y en su propia superioridad moral. Al parecer todo ahora es más complejo de juzgar, porque desde el inicio de los tiempos el hombre ha hecho el bien (lo que considera el bien) igualmente por las razones equivocadas. El curandero podía salvar vidas solo para enriquecerse. Vemos por tanto lo complejo de juzgar, ese acto que hacemos de una manera instintiva y a veces imprudente.

La vieja condena a la homosexualidad, a diferencia del saqueo de unos pueblos a otros pueblos, la opresión o la esclavitud, no estuvo directamente conectada con el egoísmo. Más bien ha sido un mal inconsciente, no decidido a escala individual, sino colectiva. No tengo la menor duda de que no pocas veces el mal estuvo reforzado por el deseo de un grupo considerable de personas de juzgar a los otros, y encontrar motivos para marcar, mediante el contraste, su pretendida pulcritud moral. Más o menos sucedió lo mismo en Cuba durante los años sesenta y setenta: constituye una manipulación atribuir la decisión individual a uno o a otro, cuando el prejuicio era colectivo y carecía de verticalidad. Por supuesto, bien sabemos cuántas cuentas personales se arreglaron bajo la excusa de corregir la inmoralidad y la perversión, ahí está el mal consciente, el mal en estado puro, que más allá de cualquier noción cultural es el deseo de dañar.

En un mundo donde apenas quedan causas morales que constituyan fines en sí mismos, cosas por las que se luche sin segundas intenciones, los grupos opuestos al aborto y al matrimonio homosexual constituyen anacronismos. Profundamente equivocados y retrógrados, pero sociológicamente interesantes, porque no defienden lo que defienden buscando un interés económico, por ejemplo, que es la causa de no pocas huelgas supuestamente comunistas, aplacables con un mero aumento salarial, o pagadas por la corporación contraria.

Aquellos que ven el proceso revolucionario como la excusa de un puñado de individuos para tomar el poder no encontrarán entonces explicación, dentro de su lógica, para los prejuicios contra la homosexualidad mantenidos durante aquellos años. No hay razón, por una parte, para que se le eche la culpa originaria al gobierno revolucionario, y tampoco la hay para que aquellos que se oponen al matrimonio homosexual aleguen un carácter tradicional (eufemismo para homófobo) en la doctrina revolucionaria. Me siento optimista y creo que la resistencia de una parte del sector religioso no será suficiente como para frenar los posibles cambios en la concepción de la familia (espero que no solo se apruebe el matrimonio, sino también la adopción), aprovecho simplemente la ocasión para meditar acerca de una serie de asuntos de carácter más general.

La moral tiene su base en la represión consciente, sustentada en una trascendentalización de la experiencia cotidiana. En algún punto la existencia de castigo para una serie de actos que atentaban contra la supervivencia de las primitivas comunidades no era suficiente para prevenirlos. Lo interesante es que más personas dejen de robar por la cuestión moral (una razón intrínseca que encuentran en el acto) que por el castigo (la probabilidad de que las autoridades les amputen un brazo). La moral es un formidable mecanismo de orden (cultural, pero sustentado en fuertes impulsos instintivos). Todavía es muy fácil rastrear el motivo utilitario de algunos de nuestros imperativos morales. La preferencia por proteger mujeres y niños ante una catástrofe y la empatía ante el dolor de aquellos con los que nos identificamos encuentra su raíz en la biología, es cierto, y es común en otras especies animales. Enterramos a los muertos, en cambio, porque nuestros antepasados descubrieron que así prevenían pestes, que de seguro entenderían como castigos de los dioses. Nos horrorizamos ante el incesto porque engendraba con frecuencia hijos débiles o deformes. Entre estos imperativos morales, sin huella genética, los hay que ya no guardan una utilidad. Dejar al muerto descomponerse en una zona deshabitada no causa en sí ningún daño a las comunidades. Una relación incestuosa que no engendre hijos tampoco lo hace, y si nos ponemos estrictos tampoco el canibalismo (comerse a los muertos por causas naturales) causaría en sí ningún daño fuera de la moral. La homosexualidad era uno de estos hechos ciegamente condenables hasta hace muy poco tiempo, de repente el mundo cambió de opinión, y sin embargo la opinión no cambió acerca de los otros ejemplos que he puesto. Analicemos su singularidad.

La homosexualidad cada vez da más indicios de poder tener cierta base genética, aunque no sea esta, creo, necesaria para su manifestación. Significa esto que sin importar los valores que una cultura promueva, siempre habrá una porción poblacional que se verá inclinada a sentirse atraída por su mismo sexo. No hay niños nacidos con la propensión al incesto, pero hay niños nacidos con propensión a la homosexualidad. Es esta, me parece, la razón más lamentable de la represión de otros tiempos: que la orientación sexual no es y no ha sido nunca una elección en muchos casos (aunque puede serlo, en otros).

La lucha por los derechos de los homosexuales encontró oportunas semejanzas con la lucha por los derechos raciales y de género. Forman parte de lo que hoy conocemos como discurso de las minorías, la gran plataforma de lo políticamente correcto, que ha consumido las fuerzas de la izquierda internacional, desmovilizada hasta cierto punto luego del colapso soviético, y hoy sin propósitos demasiado definidos (mejor dicho, sin propuestas políticas concretas demasiado definidas). Haciendo concesiones que no pusieran en riesgo su infraestructura económica, el capitalismo calmó la furia de la izquierda y metabolizó el discurso de la igualdad de una manera inteligente: nuestro género, nuestro color de piel, nuestra orientación sexual, no deben ser razones de por sí para frenarnos en la vida, como si acaso la estratificación de clases (cortesía del capital privado) no produjera, en el primer mundo, el determinismo más lamentable, y en el tercero (más allá de la simple desigualdad de oportunidades) la existencia de hambre y miseria en proporciones que rozan el genocidio. Por eso ha cambiado en tan poco tiempo la mentalidad del mundo. Sin embargo, a través del pensamiento revolucionario se hubiera podido llegar al mismo lugar desde mucho antes.
Quizás el motivo por el cual exista tanto escándalo a estas alturas en ciertas comunidades religiosas sea porque la tolerancia no es lo mismo que el matrimonio. La tolerancia (distinta de la simple aceptación) es síntoma o de una fuerza tan próspera, tan segura de sí misma, que puede permitirse dar rienda suelta a aquellas fuerzas que se le oponen, o de una tan débil que necesita dar rienda suelta a sus contrarias para sobrevivir. Las iglesias cubanas son hoy relativamente débiles comparadas con las de otros países, y no han tenido el apoyo para ofrecer resistencia al discurso de la aceptación en una sociedad que desde 1959 legalizó el aborto. Sin embargo, el matrimonio (incluso el matrimonio civil) constituye una institución tan básica, tan antigua y en una relación tan estrecha con Dios, que a riesgo de perder seguidores y simpatías de todos los bandos algunas comunidades han decidido rechazar la apertura. El rechazo tiene una mezcla de manipulación kitsch, extremismo insobornable y fe incondicional que, lo admito, no deja de producirme asombro. Se me ocurre una respuesta razonable al respecto.

En nuestros días cada vez menos jóvenes se casan en Cuba. Cuando lo hacen se debe, en la mayoría de los casos, o porque practican con fanatismo una religión y creen que es incorrecto tener relaciones sexuales antes del matrimonio, o porque desean irse del país y el asunto puede facilitarles uno u otro papel. En otros tiempos, también lo hacían para conseguir los beneficios que el estado ofrecía a los recién casados. El matrimonio no es popular entre los jóvenes cubanos porque al desvanecerse buena parte del misticismo religioso durante la etapa revolucionaria, ha perdido su encanto originario. Porque con la asimilación de una vida sexual más abierta (un proceso que ha ocurrido a nivel global) es visto como una cadena demasiado temprana. Además, porque a diferencia de otros país, en Cuba no hay una fuerte mercadotecnia incitando al matrimonio (el matrimonio, como la navidad, es una herramienta útil de hacer que la gente gaste su dinero), y bueno, para empezar, porque las bodas suelen ser en extremo caras y constituyen una exhibición un tanto innecesaria en medio de las necesidades económicas. En una crisis tan profunda de una de sus instituciones más elementales, las iglesias que defienden el matrimonio deberían dar las gracias (con ambas manos, de ser posible) a cualquier persona que esté luchando por casarse.


Fonte: https://lapupilainsomne.wordpress.com/2018/07/16/el-matrimonio-diverso-o-por-que-las-iglesias-deberian-dar-las-gracias-por-carlos-avila-villamar/