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La pupila insomne

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La pupila insomne

3 de Abril de 2011, 21:00 , por Desconhecido - | No one following this article yet.
Licenciado sob CC (by)

Si se restablece el capitalismo en Cuba… Por Omar Pérez Salomón

31 de Julho de 2017, 8:42, por La pupila insomne

 

Por estos días la televisión cubana transmitió el filme Ciudad en rojo, de la realizadora Rebeca Chávez, inspirado en la novela Bertillón 166, de José Soler Puig, que aborda la vida en Santiago de Cuba durante la lucha clandestina contra la dictadura batistiana.

Impacta sobremanera la conducta inhumana de los miembros de la policía del régimen de Fulgencio Batista y el valor de jóvenes que luchan por cambiar las calamidades generadas por el capitalismo. Me llamó la atención una manifestación de madres que recorriendo las calles de esa ciudad portaban carteles que decían: “Cese el asesinato de nuestros hijos”; “Que se vayan los asesinos”.

En la actualidad, mientras la mayoría de los cubanos trabajan en perfeccionar y mejorar nuestro modelo económico y social para hacerlo cada vez más justo y que de respuesta a las necesidades materiales y espirituales del pueblo, una minoría se reúnen en Washington para analizar las vías que posibiliten restablecer el capitalismo en Cuba.

La respuesta a la interrogante expuesta en el título de este texto la podemos resumir en los siguientes datos, que reflejan la situación que existía en Cuba antes de 1959.

  • El cuadro era desolador: asesinatos, cabezas rotas, brazos fracturados, camisas manchadas de sangre. La jauría batistiana trataba de ocultar su cobardía con crueldad. Las cárceles y estaciones de policía utilizaban nuevos y más refinados instrumentos de torturas.
  • En el juego de la charada, la bolita y la lotería se empleaban unos 100 millones de pesos, uno de los per cápita más altos del mundo. Se conocía que desde el Palacio presidencial se enviaban recaudadores que pasaban por las oficinas de los casinos y recogían grandes sumas de dinero.
  • Durante sus casi siete años de tiránico mandato, el régimen de Batista llegó a manipular más de tres mil millones de pesos obtenidos por la vía de las recaudaciones y las emisiones de valores públicos.
  • Fulgencio Batista disponía de una tupida telaraña de testaferros, intermediarios, cómplices, socios y abogados, para enmascarar sus intereses en unas 70 empresas.
  • El gobierno norteamericano nunca disimuló su respaldo al régimen de Batista. Se abroqueló en un oportuno neutralismo cuantas veces se invocaba la constante violación de los derechos humanos por el dictador y su pandilla, y realizó importantes entregas de armas a la dictadura.
  • Unas 700 000 personas estaban desempleadas y subempleadas: de ellas el 45% correspondía al área rural.
  • Cuatrocientos mil obreros industriales y braceros tenían sus retiros desfalcados.
  • El 23,6% de la población mayor de 10 años era analfabeta. El 45% de los niños de 6 a 14 años no asistía a las escuelas. Paradójicamente, había más de diez mil maestros desempleados.
  • La mortalidad infantil superaba los sesenta fallecidos por cada mil nacidos vivos.
  • La esperanza de vida al nacer apenas llegaba a los 58 años.
  • La capital del país, con el 22% de la población, disponía del 65% de los médicos y 62% de las camas hospitalarias.
  • No existía un sistema de asistencia social.
  • Doscientas mil familias campesinas que no tienían una vara de tierra donde sembrar unas viandas para sus hambrientos hijos.
  • El 14% de los obreros agrícolas del país padecía o había padecido de tuberculosis, el 13% había pasado la tifoidea y el 36% se confesaba parasitado.
  • El noventa por ciento de los niños del campo estaba devorado por parásitos que se les filtraban desde la tierra por las uñas de los pies descalzos.
  • El ochenta y cinco por ciento de los pequeños agricultores cubanos  pagaban renta y vivían bajo la perenne amenaza de despojo de sus parcelas.
  • Más de la mitad de las mejores tierras de producción cultivadas estaban en manos extranjeras.
  • Solamente había entonces un hospital rural con apenas 10 camas y sin médico alguno.
  • El hospital de dementes de Cuba tenía entonces 2 000 camas, para más de 6 500 pacientes, la mayoría sin identidad personal, desnudos, con insuficiente o ningún tratamiento.
  • El treinta por ciento de los campesinos no sabían firmar, y el noventa y nueve por ciento no sabían Historia de Cuba. [1]

El pueblo cubano de seguro nunca permitirá regresar al pasado de oprobio, terror, miseria y explotación que genera el capitalismo. Aunque la mayoría de la población cubana actual no vivió estas calamidades, no podemos olvidar la historia, nuestros muertos y la gloria que se ha vivido.

[1] Datos tomados del libro ¿Por qué la Revolución Cubana? de la Editorial Capitán San Luis.




¿Quién teme a la Constituyente venezolana? Por Ángeles Diez*

30 de Julho de 2017, 9:43, por La pupila insomne

Mariano Rajoy teme a la Constituyente venezolana. Felipe González y Jose María Aznar, Albert Rivera y Pedro Sánchez, hasta el calculador Pablo Iglesias teme a la Constituyente. La oposición golpista venezolana y Donald Trump temen a la constituyente. Los empresarios venezolanos que especulan con la comida del pueblo, las hordas de jóvenes desclasados y bien pertrechados que queman a chavistas, los intelectuales orgánicos, los que callan, los que otorgan, los paraperiodistas que no paran de disparar a las audiencias europeas. Todos sienten que se les acaba el tiempo para torcer el brazo a la revolución bolivariana.

Hay muchos y distintos tipos de miedos que atraviesan el ámbito de la política. El miedo a un proceso constituyente es parecido al miedo que históricamente ha aterrorizado a las oligarquías cuando avizoran una posibilidad revolucionaria por pequeña que esta sea. A veces, es un miedo irracional pues hay pueblos sumisos y doblados por el talón de hierro capitalista que no guardan rescoldo alguno de rebelión. Pero eso no importa ni al orondo y clásico burgués, ni al joven tiburón especulador. Si hay una remota posibilidad de que ese pueblo despierte ahí estarán, la amenaza terrorista, las leyes mordaza, el caos tercermundista y la crisis económica que todo lo explica. El miedo de las élites europeas a los procesos constituyentes tiene mucho de terapia preventiva, es un “por si acaso mejor prevenir que curar”.

El miedo del imperialismo estadounidense es otro tipo de miedo. Es el histórico miedo del esclavista a que los esclavos dejen de cultivar la tierra y se liberen, es el miedo del colono a un ataque de los indios sobrevivientes. Es el miedo a que los asesinados, los desaparecidos, los torturados y los saqueados latinoamericanos reclamen justicia. A que el retrato del imperialista salga a la luz y se vea nítidamente y sin máscara su democracia realmente existente. Donal Trump y antes Barak Obama temen que América Latina deje de ser un patio trasero donde hacer ricos negocios que oxigenen la economía estadounidense.

El miedo español es un miedo neofranquista y tiene su origen en una Constitución sin Asamblea Constituyente. La historia de nuestra Constitución es la historia de un apaño, de una componenda entre las élites franquistas y las nuevas élites socialistas y nacionalistas, ambas conectadas por finos hilos geoestratégicos a los intereses estadounidenses.

No hubo pueblo español, ni vasco, ni catalán, ni siquiera franquista que participara en la elaboración de la Constitución española de 1978. Las elecciones del 15 de abril de 1977 no fueron para elegir a una cámara constituyente que elaborara ninguna constitución. Fue la Ley de Reforma Política (15 diciembre de 1976), aprobada por las Cortes Franquistas la que sentaba las bases para elegir a unos parlamentarios que a su vez designaran una Comisión de Asuntos Constitucionales compuesta por sólo 7 miembros repartidos entre comisionados de probado curriculum franquista como el ministro de Información y turismo Manuel Fraga Iribarne o Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, letrado del Consejo de Estado y Secretario General técnico del ministerio de Justicia; y comisionados vinculados al emergente y ambicioso PSOE como el abogado Gregorio Peces-Barba o Jordi Solé Turá. Después, sólo después de que la lápida del consenso enterrara la esperanza de recuperar la democracia republicana se hizo un referéndum legitimador.

Para la reforma constitucional del 2011 tampoco hubo necesidad de preguntar al pueblo, y eso que el artículo a reformar, el 135, era nada menos que aquel que obliga a cualquier gobierno, sea del signo que sea, a priorizar el pago de la deuda antes que cualquier otro gasto del Estado, primero la bolsa y luego la vida. Quince días para maniatar al próximo gobierno y ni siquiera un referéndum de ratificación ¿Por qué había de opinar el pueblo si ya opinan sus representantes? ¿Por qué preguntar si las respuestas venían dadas desde la troika europea?

¿A qué se debe que las Constituciones den tanto miedo y los procesos constituyentes mucho más?

La Constitución es la regla básica que fundamenta y ampara el sistema jurídico de un país así como el funcionamiento de las instituciones y poderes de un Estado. Se suele decir que es la ley de leyes. Las constituciones establecen los marcos jurídicos pero a su vez éstos implican una redefinición del Estado y de la fuente de la soberanía. Cuando son el resultado de procesos constituyentes suponen la incorporación de los ciudadanos a la discusión, elaboración y ratificación de la constitución, caso que se dio en Venezuela en 1999; estamos hablando de procesos en los que hay una ratificación popular del contrato social en la que los ciudadanos establecen y aprueban los instrumentos concretos para el ejercicio del poder del Estado y sus instituciones. Es algo así como si los ciudadanos participaran en la elaboración de los instrumentos que puede utilizar el Estado para gobernar y al mismo tiempo dijeran qué herramientas no pueden ser utilizadas.

Las constituciones otorgan poder al Estado pero también limitan el ejercicio de ese poder.

Las clases populares, siendo la fuente de poder en el proceso Venezolano, se convirtieron también en 1999 en fuente de derecho pues no se limitaron solo a votar una constitución previamente elaborada por juristas o comisionados no electos, sino que participaron activamente en la elección de los encargados de elaborar el articulado de la Constitución y también en discutir y debatir sobre las propuestas que éstos realizaban.

Cada Constitución, dice el constitucionalista Roberto Gargarella, trata de responder a uno o varios problemas, o lo que es igual, trata de remediar algún mal; nos dice: “las Constituciones nacen habitualmente en momentos de crisis, con el objeto de resolver algún drama político-social fundamental”1

La Constitución de 1999 en Venezuela vino a resolver tres problemas básicos: la incorporación de los sectores populares a las tareas de gobierno, es decir, convertir a estos sectores en sujetos políticos protagónicos, en segundo lugar, recuperar la soberanía sobre los recursos naturales (especialmente el petróleo), y en tercer lugar, resolver el drama de la desigualdad social.

La movilización social, el cambio de correlación de fuerzas y la acumulación de poder social fueron el punto de partida de las nuevas Constituciones latinoamericanas tanto en Venezuela como en Ecuador o en Bolivia; y también la crisis del modelo de acumulación capitalista en estos paises.

Pero esa recuperación de la soberanía popular que significó la Constitución de 1999 sólo podía estabilizarse con la mejora de las condiciones de vida al tiempo que se desarrollaba una cultura política de participación real y efectiva. Ambos procesos, mejora económica y participación política, son los que han dado y dan legitimidad al gobierno bolivariano. Son las bases del poder popular que derrocó al golpe contra el gobierno bolivariano en el 2002.

Dieciocho años después de esa Constitución, ha habido 24 procesos electorales, se ha avanzado en casi todos los indicadores sociales (educación, desarrollo, vivienda, salud…), como demuestran los datos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de Naciones Unidas. Pero el contexto nacional e internacional han cambiado. A pesar del avance en cultura democrática y participación –o precisamente por ello-, el gobierno de Nicolás Maduro perdió la mayoría de la Asamblea Nacional que ahora se encuentra en manos de la llamada “oposición venezolana” –un conglomerado de más de 20 partidos unidos sólo por el odio al gobierno bolivariano2, una Asamblea que además sesiona en desacato. La llamada oposición y las oligarquías empresariales han emprendido una hoja de ruta que, como en la Chile de Allende, trata de reventar la economía (inflación inducida, embargo comercial encubierto, bloqueo financiero internacional), someter por hambre a las clases populares (boicot en el suministro de bienes de primera necesidad, desabastecimiento programado), bloquear las instituciones, tomar las calles con la violencia extrema, crear un gobierno paralelo y finalmente, si no se derroca al gobierno bolivariano ni se quiebra al ejército bolivariano, habrá creado las mejores condiciones para una intervención humanitariamente armada.

Tal vez no a través de la IV Flota estadounidense próxima a las costas venezolanas, pero como declaró hace apenas unos días Michael Richard Pompeo, director de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA), se trabaja con los gobiernos de Colombia y México para evaluar las maniobras necesarias para lograr un cambio de gobierno en Venezuela3.

Internacionalmente la región latinoamericana ha sufrido un retroceso provocado por la derrota del gobierno progresista de Cristina Kirstchner, los golpes parlamentarios en Brasil (2016) y Paraguay (2012), precedidos por los Golpes de Estado de Haití (2004) y Honduras (2009). La integración regional se ha ralentizado por los Estados más afines a Estados Unidos, como Colombia o México. La OEA (Organización de Estados Americanos) vuelve a ser esa organización internacional instrumentalizada por el imperio contra los gobiernos latinoamericanos díscolos.

También a escala global el imperio estadounidense y sus aliados tienen sobre sus cabezas la espada de Damocles de una crisis económica que sólo resuelven aumentando la presión y la desposesión de sus poblaciones (saqueo de lo público, austeridad, recortes, precarización…). Llevar la guerra a cualquier parte del mundo donde haya algo que saquear, recuperar cuotas de influencia frente a Rusia o China y disciplinar a sus propias poblaciones, se hace urgente y necesario. Así, apoyar a las llamadas oposiciones, moderadas, armadas o de colores es la única política internacional realista para las necesidades imperiales.

Ante este nuevo contexto nacional e internacional, el Poder electoral venezolano, a propuesta del Presidente (de acuerdo con el artículo 348 de la Constitución) ha convocado elecciones para una Asamblea Nacional Constituyente el 30 de julio. No hay constitución que aguante tamaña embestida.

Cada venezolano podrá votar una vez territorialmente y una vez por el sector y subsector que le corresponda. Los comisionados electos tendrán que reformar la Constitución de 1999 para tratar de resolver esta vez los siguientes graves y nuevos problemas que se resumen en 9 temas propuestos para la reforma: 1) Constitucionalizar las Misiones (salud, vivienda, educación…) creando un sistema público que garantice por ley los avances sociales, 2) dotar de instrumentos más eficaces para defender la soberanía nacional y el rechazo al intervencionismo, 3) constitucionalizar las comunas y consejos comunales para hacer de la participación un requisito democrático, 4) crear instrumentos jurídicos y penitenciarios para luchar contra la impunidad, el terrorismo y el narcotráfico, 5) caminar hacia un sistema económico menos dependiente del petróleo, 6) luchar contra el cambio climático y el calentamiento global, 7) favorecer los procesos de paz, reafirmar la justicia y aislamiento de los violentos, 8) Desarrollar los derechos y deberes sociales, 9) una nueva espiritualidad cultural y venezolanidad, garantizar el carácter pluricultural y la identidad cultural.

El miedo a la constituyente venezolana se ha convertido en pánico en las pantallas. Los paraperiodistas dan diariamente el parte de guerra: 80, 90, 100 muertos, 20,30, 40 heridos. ¿Quiénes eran, a manos de quién, estaban en la manifestación?,-detalles irrelevantes-; huelga general, 70%, 90% de seguimiento –¿quién da esas cifras, están comprobadas? –detalle irrelevante-; nueva manifestación que es reprimida violentamente; ¿por qué es reprimida, en qué consiste la represión de la policía si solo vemos manifestantes tapados que arrojan cócteles y disparan morteros? – detalles irrelevantes. Qué extraña “dictadura” la venezolana donde los periodistas nacionales e internacionales campan a sus anchas por las calles grabando la “represión policial”. Paraperiodistas que solo beben de las fuentes de la oposición, que no desaprovechan la oportunidad de disfrazarse de reporteros de guerra, que nunca entrevistan al pueblo bolivariano, que repiten cual papagayos las consignas de la llamada “oposición”.

Todo vale en la propaganda de guerra, quien paga manda. Elparaperiodista está siempre del lado correcto, el del empresario, el del gobierno si es un medio nacional, como televisión española, y si el gobierno español se ha pronunciado declarando enemigo al gobierno venezolano, pues ellos están ahí sirviendo a la patria.

Los paraperiodistas españoles tienen un serio entrenamiento: descubrieron armas de destrucción masiva en Iraq, nos convencieron de que para quitar el burka a las afganas había que facilitar a USA la intervención, justificaron el bombardeo de la OTAN en Yugoslavia, el asesinato de Gadafi, el golpe de Estado del 2002 en Venezuela, han apoyado a la más que moderada, moderadísima oposición siria, en fin, una probada fidelidad a las Agencias de información y a las orientaciones imperiales. Lástima que según un informe de la Universidad de Oxford de 2015, de los 11 países consultados en Europa, los medios de comunicación españoles son los menos creíbles y los segundos menos creíbles de los 12 países estudiados a nivel mundial.

Sin embargo, hay quienes no temen a la Constituyente venezolana, es más, hay quienes la defienden incluso a riesgo de su vida. Es el pueblo venezolano, son las clases populares que no se han dejado engañar ni amedrentar. Es el pueblo que rinde homenaje a la memoria de su comandante que les colocó en la historia. Son los que recibieron educación, libros gratis, vivienda, salud,… No temen a la constituyente los líderes barriales, los obreros, los dirigentes, miles de venezolanos que se postulan para servir a su pueblo.

Nadie que conozca la historia reciente de Venezuela, nadie que conozca los planes imperiales, nadie que haya soñado alguna vez con que en su país le hubieran dejado participar en un proceso constituyente, puede temer a la Constituyente venezolana.

* Ángeles Diez es Doctora en CC. Políticas y Sociología, profesora de la Universidad Complutense de Madrid.

1 Gargarela R., El nuevo constitucionalismo latinoamericano: Promesas e interrogantes; CONICET/CMI

2 Composición de la Oposición Venezolana, MUD, compuesta por 19 partidos, originariamente por 31

3 CIA, Colombia y México quieren derrocar a Maduro: canciller de Venezuela,http://www.elespectador.com/noticias/el-mundo/cia-colombia-y-mexico-quieren-derrocar-maduro-canciller-de-venezuela-articulo-704678


* Ángeles Diez es Doctora en CC. Políticas y Sociología, profesora de la Universidad Complutense de Madrid.




Fidel sobre Estados Unidos, la democratización de Cuba y una perestroika cubana

29 de Julho de 2017, 9:43, por La pupila insomne

Fragmento de entrevista con la periodista Beatriz Rangel, de la revista mexicana Siempre. Lugar: Palacio de la Revolución. Ciudad de La Habana. Fecha: 09/05/1991

Beatriz Pagés.-  Ya me ha dicho usted de alguna manera, que la unidad de Cuba es necesaria frente al imperialismo norteamericano; sin embargo, quizás para ampliar un poco el aspecto de la democracia, quisiera preguntarle si considera que la constante agresión de Estados Unidos sobre Cuba ha impedido que el proceso de democratización en la isla sea más acelerado y más profundo.  No sé si de alguna manera…

Fidel Castro.- 
 Creo que no debo aceptar la premisa de que el proceso podría ser más acelerado o que el proceso sería más profundo.

Creo que la Revolución constituyó un proceso acelerado de democratización por sí misma frente a lo que existía en nuestro país y fue un proceso muy profundo, de modo tal que nosotros no consideramos que estamos entre las perspectivas de algo acelerado que esté impidiendo Estados Unidos; más bien diría que Estados Unidos no pudo impedir ese proceso acelerado y profundo que significó la Revolución.

Estados Unidos puede influir en las formas mediante las cuales nosotros llevamos a cabo nuestro proceso democrático, puede influir en las formas —es decir, cobra vital importancia en esta lucha la unidad—, eso está determinado por un factor externo en un grado más alto de lo que tendría si nosotros no tuviéramos esas amenazas, entonces tu podrías decir:  “Señores, esto no es vital.  ¿Quieren examinar otras formas de organización?  Bueno, podíamos crear otras formas de organización.”  Pero hay una premisa de la que tú partes:  esta arma, este instrumento, en este momento histórico, en esta coyuntura que no se sabe lo que puede durar, es un arma a la que no puede renunciarse.  Ese es un principio.  En ese sentido influye, pero no creo que otro proceso tenga que ser, necesariamente, más democrático o más profundo.
Realmente veo el espectáculo de lo que ocurre en algunos países que tienen 100 partidos, 120.  No creo que se puede idealizar eso como forma de gobierno, no se puede idealizar eso como democracia, esa es la locura; esa es una manifestación de enajenación.  Cada vez que aparece un caudillito y cada vez que aparece un demagogo cualquiera, organiza un partido y tienen 100 partidos.  Yo quiero que tú me digas si un país del Tercer Mundo se puede hoy organizar y desarrollar con 100 partidos, si eso conduce a alguna fórmula saludable.

Si vamos a analizar la historia de América Latina, las pautas que trazó Bolívar no fueron esas.  Bolívar tenía un pensamiento como el martiano; tenía mucha conciencia de los atrasos políticos de nuestras sociedades, de la ignorancia de nuestras sociedades, que vivieron bajo siglos de colonialismo y de muchos factores que impedían el desarrollo.  Bolívar no solo fue partidario de la unidad entre las naciones latinoamericanas, fue partidario de un nivel de centralismo alto como requisito para llevar a cabo la guerra de independencia, la integración y el desarrollo de Latinoamérica.  Nunca habló de partidos, más bien se quejaba de las facciones que existían y estorbaban el proceso de la lucha de independencia, y de las facciones que estorbaban el desarrollo y la integración de América Latina; eso estaba en el pensamiento bolivariano, incluso en determinadas instituciones.  Él hizo una constitución para Bolivia, cuando Sucre estaba de presidente en ese país, introdujo en ella una serie de ideas.  Él era republicano por encima de todo, rechazó sugerencias monárquicas y proposiciones de ese tipo; fue muy firme en eso, de una firmeza conmovedora, impresionante y sabia.

San Martín tenía la idea de una monarquía en Suramérica que incluyera a Perú, Chile, Argentina.  No creía ni siquiera que la forma republicana fuera adecuada, de tal forma desconfiaba de las realidades del hemisferio.

Estoy seguro que Martí, Bolívar, Juárez, y otros se quedarían horrorizados con el espectáculo que hoy se observa en muchos de nuestros países latinoamericanos, la desorganización, la división, el caos.

Bolívar era contrario a copiar las instituciones europeas, y era contrario a copiar las instituciones de Estados Unidos, como forma de gobierno; se correspondían a otra mentalidad, a otra idiosincrasia, a otras sociedades, a otra época.  Y muchos de nuestros más ilustres pensadores criticaron la forma en que aquí quisieron copiar y transferir, hacer ese trasplante de instituciones políticas que no se ajustaban a nuestras realidades.  ¿Qué han resuelto?  ¿Qué ha resuelto América Latina?  Cuando se van a cumplir casi 200 años del inicio de las luchas de independencia en América Latina, cuando faltan solo 20 años para llegar al bicentenario de la proclamación de la primera independencia en Venezuela, en 1811, con aquellos sueños bolivarianos de unidad y de integración, ¿qué ha quedado de todo aquello, qué tenemos hoy?  ¿Qué somos al lado de las grandes comunidades:  Japón, Europa, Estados Unidos?  ¿Qué somos los latinoamericanos, qué porvenir nos espera?
Que se lea la historia.  Creo que hay que estudiar un poco más de historia de América Latina para saber si aquellos injertos triunfaron, y si copiando modelos nosotros íbamos realmente a alcanzar el desarrollo.

Nos dividieron y nos mantuvieron divididos.  Como continente nos mantuvieron balcanizados, divididos en un montón de países pequeños y débiles; y como países, a cada uno de nosotros nos mantuvieron divididos también, fomentaron toda forma de división.

Usted ve que en América Latina no hay ni siquiera programa de gobierno que dure más de cuatro o cinco años en ninguna parte, ni aun allí donde el mismo partido sigue en el gobierno.  Sigue el mismo partido, pero cambió el líder y cambió el programa, cada nuevo dirigente se consideró en el deber de hacer cosas diferentes a las que hacía el anterior.

En algunos lugares como México, ese período es más largo, en otro dura cinco años, en otro dura cuatro años.  Eso no ocurre ni en la Europa desarrollada y estable.  En Inglaterra la Thatcher ha estado 11 años, podía haber estado 15, 20 años.  Felipe lleva un número de años.  Hay distintos líderes políticos en esas circunstancias.  En Europa son un poco más racionales, porque promueven la posibilidad de la continuidad de un programa o de una política; pero nosotros hemos venido a copiar las peores experiencias.

Yo no sé en qué república de estas de Europa del este, donde hubo no los cambios, sino la debacle, se organizaron 150 partidos, ¡doscientos partidos!  Si eso es progreso, entonces la locura debe ser una de las formas más saludables de vida y una de las formas más felices para el hombre, porque todo eso es una locura.

Muchas veces partimos de ciertas premisas, que no son ni siquiera lógicas, aplicables a determinadas condiciones.

Ahora, ¿qué ocurre?  La última pregunta que tú me hiciste.

Beatriz Pagés.–  Si consideraba usted que la constante agresión de Estados Unidos sobre Cuba, ha detenido el proceso de democratización en la isla.  Esa ya me la respondió.  

Ahora yo quería preguntarle:  si en un momento dado Fidel Castro   —fantaseemos un poco nada más— decide implantar la perestroika en Cuba, ¿en ese momento terminaría la agresión de Estados Unidos hacia la isla?

Fidel Castro.-
  En primer lugar, Fidel Castro no podría implantar la perestroika en Cuba, porque Fidel Castro unipersonalmente no puede tomar una decisión estratégica de esa trascendencia.

En segundo lugar, si tú me pides mi opinión personal, nosotros no tenemos por qué venir y copiar lo que hicieron en la Unión Soviética, somos dos países distintos, dos mentalidades distintas, dos idiosincrasias distintas.  Respeto mucho a los soviéticos y les tengo cariño, pero aquel es un Estado multinacional y nosotros no somos un Estado multinacional.  En aquel país tuvieron lugar fenómenos históricos que aquí no se han dado.  El fenómeno del stalinismo no se dio aquí; no se conoció nunca en nuestro país un fenómeno de esa naturaleza de abuso de poder, de autoridad, de culto a la personalidad, de estatuas, etcétera; eso no se ha conocido aquí.  Nosotros no tenemos por qué rectificar en Cuba errores que se cometieron en otras partes.  Aquí no hubo colectivización forzosa de la tierra, ese fenómeno nunca se dio en nuestro país, nosotros no tenemos por qué rectificar fenómenos que no existieron.

En nuestro país se hicieron las cosas de una manera, a nuestra manera.  Cometimos nuestros errores, pero nosotros no tenemos por qué y es de género tonto que vengamos a rectificar errores históricos cometidos en la Unión Soviética, son dos historias diferentes.

Ya habíamos cometido algunos errores en copiar, y ya teníamos suficiente conciencia de que mientras menos se copie, mejor.  Yo, personalmente, no he sido jamás copista, mi carácter es alérgico a la copia, pero sí se desarrollaron tendencias copistas en nuestro país, tendencias a copiar de otros países socialistas, porque esos son fenómenos que se dan en las revoluciones:  Bueno, tal país hizo la primera revolución, tiene más experiencia, más cosas.

Nosotros hemos tenido que rectificar copias que hicimos de manera incorrecta en algunas cosas —me refiero a copias de tipo institucional, ¿no?, acerca del método en que se hace la planificación, acerca del Sistema de Dirección y Planificación de la Economía, algunas de esas cosas—; pero nosotros, en mi criterio, no teníamos por qué hacer aquí un tipo de reformas, un tipo de cambio o un tipo de rectificaciones que no se ajustaran a nuestras realidades.  Nosotros, antes de que se hablara de perestroika, habíamos hablado de rectificación de errores y tendencias negativas cometidos en distintos aspectos, sobre todo en el plano económico, pero también de errores y tendencias negativas, que veníamos combatiendo por nuestra cuenta.  Ese es nuestro proceso, que no tiene nada que ver con aquel proceso.

Desde luego, si nosotros hacemos lo que han hecho en la Unión Soviética los yankis estarían felices, porque, de hecho, los soviéticos prácticamente se han autodestruido.  Si nosotros nos autodestruimos, los yankis estarían felices; si nosotros nos dividimos en 10 fracciones y empieza aquí una pugna por el poder tremenda, entonces los yankis se sentirían las gentes más felices del mundo y dirían:  Ya nos vamos a liberar de la Revolución Cubana.  Pero nosotros no nos vamos a autodestruir, eso debe quedar muy claro.  Si nosotros nos dedicamos a hacer reformas de ese tipo que no tienen nada que ver con las condiciones de Cuba, nos estaríamos autodestruyendo.

La historia tendrá que decir la última palabra, porque ahora muchos estamos sufriendo las consecuencias de lo que ocurre hoy en la Unión Soviética, esa es una cosa muy clara.  En respuesta concreta a tu pregunta, si nosotros iniciamos un proceso de autodestrucción, si nos ponemos a realizar reformas que no tienen nada que ver con nuestra historia y con nuestros errores, los yankis serían felices.

Fuente: http://www.fidelcastro.cu/es/entrevistas/no-hay-dos-socialismo-iguales-entrevista-con-la-revista-siempre




Qué “conviene” a Cuba.  (…opina la ideología socialdemócrata). Por Carlos Luque Zayas Bazán

28 de Julho de 2017, 11:26, por La pupila insomne

 “al refutar la existencia de la lucha de clases, la socialdemocracia ha negado la misma base de su propia existencia”

Rosa Luxemburg. 

Un confeso sionista y sincero socialdemócrata   sostiene todas las  tesis contenidas en su artículo La moderación probada del espíritu de Cuba, en esta concluyente afirmación: que la tolerancia al pluralismo ideológico NO es hoy un “estigma” cultural  en la sociedad civil cubana. 

Como en otras ocasiones, aquí el deseo se expone como realidad, con ese modo de generalizar que tiene la cubanología, que por ser además académica, debiera evitar las generalizaciones absolutas indemostradas.

Como no precisa con claridad qué concepciones, cosmovisiones, principios o fundamentos ideológicos integrarían esa supuesta tolerada pluralidad cubana de hoy, el lector se ve en la necesidad de llenar su propia brecha comprensiva haciéndose  varias interrogantes:

  • ¿Acaso en esa pluralidad se incluye la tolerancia y la aceptación de la ideología y las prácticas neoliberales, o imperialistas?
  • ¿Acaso se tolera, o simplemente la sociedad cubana es indiferente ante un pro imperialismo anexionista militante?
  • ¿Quizás incluye la negación o dejación del internacionalismo?
  • ¿O tal vez la tolerancia del cubano incluya en su noble “pluralismo” la aceptación de esos grupos que se disputan ferozmente entre ellos la paga imperial?
  • ¿También a los que ahora se desmarcan con cuidado de la contrarrevolución desembozadamente financiada, esos que marcan una diferencia como “opositores leales” al socialismo, y prometen acompañar “pacíficamente” un cambio de régimen en Cuba?
  • ¿Es una tendencia ideológica preponderante en Cuba el abandono de la integración regional bolivariana, la cultura de la independencia y su consecuente antimperialismo y, en fin, las aspiraciones del proyecto socialista?

No es posible saber de momento si en ese soñado existente pluralismo el autor incluye la aceptación de las ideologías y las prácticas contrarias a los basales conceptos anteriores. Pero el autor desliza sutiles generalizaciones, que como tales, son evidentemente falsas. Por ejemplo, se pregunta si ha habido un corrimiento al centro en la discusión política cubana en la última década – (término que en el bloguero revolucionario Iroel Sánchez quizás inspira más recordar a Fernando Martínez Heredia que al mencionado de Cuba Posible), – como si la “discusión política cubana”  que refiere como tolerante de cierta pluralidad, fuera algo más amplio y diverso que la delimitada por la frontera bien precisa de las puntuales plataformas digitales, y los “laboratorios de ideas” nacidos con apoyo, y aceptados vínculos foráneos que incluso amenazan con ampliar, y con sus más importantes foros celebrados en sillones de instituciones extranjeras, bajo la presencia y auspicio de personalidades claramente relacionadas a las políticas de cambio de régimen en Cuba. Falta saber si en esa “discusión política cubana” tolerante del pluralismo ideológico, el autor incluye, más que aquellos bien acotados simposios a los que intenta elevar a rango de representación, los amplios y repetidos exámenes populares de los documentos económicos y políticos cubanos, donde, si hay una pluralidad, no es precisamente la que agradaría al autor. O si incluye también los últimos debates de la Asamblea Nacional donde el pluralismo es el que siempre ha existido en Cuba, que es el de las diversas ideas de cómo hacer avanzar nuestro socialismo, y sobre todo, ese pluralismo ideológico que no es al que aspiran los que quisieran esparcido en Cuba el falso pluralismo de las falsas democracias, es decir, el pluralismo dentro de la unidad.

En cambio, sí es posible la certeza de que ese deseo generalizado como una absoluta verdad, atribuida nada menos que a toda una sociedad, cuando sus escenarios de origen y exposición están bien a la vista, revela la intención de fundamentar la absoluta afirmación que inicia el párrafo donde sostiene la idea. Esa tesis es que “la sociedad cubana ha experimentado los límites de esa radicalidad” (se refiere a la radicalidad revolucionaria), “como parte de los agotamientos del ciclo revolucionario”.

Frecuentemente asistimos a exposiciones similares a la anterior, a ligeritas pero intencionadas generalizaciones no fundamentadas, como la que afirma el fin del ciclo del progresismo latinoamericano de las últimas décadas. Nada nuevo, nada que espante ya, si no fuera por su dañino veneno cognitivo. Al fin y al cabo, alguien se atrevió a decretar nada menos que el fin de la Historia. Claro que como preludio y epifanía de la inmortalidad de la civilización capitalista. La radicalidad revolucionaria ha muerto, proclaman, y agregan: también nosotros repudiamos el capitalismo, pero también el comunismo: viva la socialdemocracia y vengan en nuestra salvación las terceras soluciones. Es el mensaje subrepticio. Afirma, que repitiendo llegará a convertirse en una verdad. Es la era de la postverdad.

Tal pareciera que quien se arriesga a retar la simple inteligencia del cubano informado (que no es una masa crítica mínima, como algunos quisieran ver), gozara de una privilegiada perspectiva, desde un cómodo sillón situado en un futuro suficientemente lejano, como para divisar desde allí todo un gran panorama histórico y pontificar con gran aplomo que un proceso o ciclo ha llegado a su fin y nada menos que el de las revoluciones.

En estudios o valoraciones de este corte, el umbral analítico se estrecha curiosamente hasta reducirse a un angosto embudo por la cual filtrar y valorar los hechos. De ello resulta una limitada e ideológicamente interesada visión que se aplica a magnificar los errores o las insuficiencias internas de las gestas revolucionarias y socialistas, pero con muy ponderadas y académicas valoraciones (cuando aparecen) de los factores externos contra los que han tenido que lidiar, no sólo los proyectos claramente socialistas o comunistas como el cubano, sino, hoy mismo, simplemente todo gobierno cuyas promesas de campaña sean una amenaza o para los intereses globales imperialistas, o para sus acólitos nacionales. Ejemplos ya bien abundantes en nuestra región, incluso si se trata de meros intentos de suavizar la depredación del capital buscando gobernabilidad o un capitalismo de “rostro humano”, como los casos recientes de Argentina y Brasil.

Así, en análisis de este tenor, es habitual que ante preguntas incómodas, propongan ajustarnos a la cuestión nacional, pero que a la vez olvidemos la historia y nos atengamos a lo que nos conviene, todo ello como veremos más adelante, está en el arsenal de nuestro comentado autor. O cuando miran allende los mares, sobre todo a la historia de los intentos socialistas que en el mundo han sido, lo hacen con aprovechamiento intelectual interesado del “fracaso” comunista, o el agotamiento de las revoluciones, y eso les obliga a realizar estas abstracciones, o alegres generalizaciones y manipulaciones de la historia. Se echa mano a la mera manipulación de los procesos y al pensamiento de personalidades históricas. Veamos a continuación, en el caso del autor socialdemócrata y sionista, sólo una de las posibles escandalosas contradicciones manipuladoras que este proceder espurio comete con el beneplácito de los círculos donde se produce “la discusión política cubana”.

Para la mejor comprensión de este punto es necesaria una breve consideración inicial. Una línea del pensamiento centrista común a varios de sus representantes, es el intento de separar, como si en la historia de Cuba fueran compartimentos estancos no relacionados, el independentismo y el patriotismo por una parte, de la Revolución, del socialismo y del antimperialismo, de la otra. Y cómo no, por supuesto que también del marxismo.

Así pues, luego de reconocer que “la demanda de independencia total es hoy un valor hegemónico en la sociedad cubana”, nuestro comentado autor afirma que el independentista cubano fue partidario de “una república social con conciliación de clases” y corona la ocurrencia con José Martí. Nótese ahora que sólo dos o tres párrafos más abajo, el académico aconsejará que “la pregunta central de este debate sobre opciones ideológicas (se refiere al centrismo) hoy no debe formularse en términos históricos, sino políticos”.

He aquí el arte de la prestidigitación ideológica centrista socialdemócrata en todo su ambivalente y bipolar despliegue: si apenas líneas arriba acude a la historia para poner de su parte el independentismo nacionalista, y  de otra a la Revolución, el socialismo y el comunismo, todo bajo el manto de Martí, – y de paso olvidando a Baliño, a Mella y a Guiteras -, proclamando la herencia a respetar de una pretendida conciliación de clases como valor universal para toda época, ahora afirma, obamianamente, que el debate actual no amerita ir hacia la historia pasada, sino a la política de hoy, aunque tampoco sepamos cómo se las arregla, incluso desde la academia, para separar una de otra cosa, es decir, y en Cuba, la historia de la política.

¿En qué quedamos, pues? ¿Y en qué nos quiere ilustrar? Pues en que no debe ser lo que hubiera hecho Fidel hoy, nos aconseja, pero sí lo que dijo e hizo Martí otrora. Y por si esta contradicción no fuera un escándalo para la inteligencia, hay más. El mismo autor nos regala el concepto clave mágico que atraviesa toda su propuesta de “moderación”: Cuba debe hacer lo que le sea conveniente. Conveniente es un concepto que está a horcajadas, bamboleándose  entre lo ético y lo que comienza a traspasar su delgada frontera. Y DE ELLO nuestro autor HACE USO. Efectivamente, a esta corriente de pensamiento le “conviene”, y lo hace sin sonrojo, evocar y utilizar, en el peor sentido del término, la estrategia política unitaria de Martí, (con todos y para el bien de todos)  genial en su época y una necesidad política para la guerra necesaria anticolonialista, en la que fue parte de su táctica allegar los recursos y el apoyo incluso de los potentados, o las clases medias acomodadas que también se interesaran por quitarse de arriba el nefando poder metropolitano, pues los intereses de la clases explotadas y sus explotadores, allí podían converger ante el expoliador europeo. Pero si de la historia se acuerda cuando no le convenga olvidarla, lo que Martí hizo y haría, aunque indirectamente, siempre estuvo regido por su antimperialismo avizor y militante, y, hacia finales de su corta vida, regido por la progresiva radicalización revolucionaria de su pensamiento. Sólo habría que acudir a los análisis que hizo Martí de las luchas obreras en Norteamérica, lo que fue aprendiendo de ellas, al estudio comparado, las coincidencia y las diferencias  entre las valoraciones de Engels y Martí acerca del tema, para constatar que Martí llegó a comprender y apoyar, desde una posición inicial en que dudó de la conveniencia  de las huelgas obreras, a distinguir con claridad el abismo entre las razones y causas de clase de los trabajadores y los que llamó los acaudalados. Aquí no puedo extender esta argumentación. Remito al lector interesado al texto de Carmen García Gómez, Algunas reflexiones  acerca de Federico Engels, José Martí y el movimiento obrero de los Estados Unidos, en Marx Ahora, No 26 del 2008,  a la ensayística de Roberto Fernández Retamar y al imprescindible investigador martiano Luis Toledo Sande acerca de la evolución de la radicalidad revolucionaria martiana. Sólo traigo a colación esta conclusión de la autora citada, de amplio conocimiento, aceptación y consenso entre los investigadores martianos:

 “Por otra parte, en Cuba, cuya independencia era el objetivo esencial de las actividades del Apóstol, el capitalismo y el movimiento obrero eran todavía incipientes y él no estaba interesado en desatar la lucha de clases entre los cubanos, pues ello obstaculizaría su proyecto independentista”. Ibíd., p. 160.

No es lícito, y falta a la verdad si vemos el pensamiento martiano en su devenir, el relativismo con que el autor que comentamos cristalice el legado martiano en una “moderación” desconocedora de quien se puso del lado de los débiles, quien aplicó para la circunstancia cubana una táctica unitaria necesaria, entre otras razones porque en el suelo patrio cubano colonial no estaba aun claramente delimitada una clase social obrera como para trasplantar las tácticas de una lucha económica e ideológica que en los mismos EEUU todavía estaba en confusa formación, incluso para Marx y Engels. En todo caso es incoherente acudir a esa cristalización ahistórica de la estrategia política martiana, para después negar que el análisis histórico es improcedente cuando se trata de valorar las corrientes ideológicas que quieren echar al ruedo de la “discusión política cubana” sus propias aspiraciones.

Martí, como después Fidel y todo el que sea un preclaro político, en toda circunstancia procuraría la unidad, pero unidad nunca ha significado en el pensamiento revolucionario, en el radicalismo que consiste en ir a las raíces, olvidar que hay intereses de clases que a su vez se radicalizan (van a las raíces fundamentales de sus intereses), en las precisas circunstancias de las definiciones, y devienen “incorregiblemente” contrarrevolucionarias, y que allí entonces el llamado a la conciliación de clases es traición a las causas de los oprimidos, y, por cierto, de todo patriotismo.

Por añadidura, nuestro sionista reescribe el apotegma de Fidel en Palabras a los intelectuales, sustituyendo la palabra Revolución por la palabra  Patriotismo. Ya sabemos que ese sortilegio ideológico forma parte de esta corriente. Se ve repetido una y otra vez. Pero ya vamos viendo que se trata de la antítesis del patriotismo, cuando nos llama a la “conveniencia” egoísta, al olvido de ciertos aspectos de nuestra historia o a su mistificación. ¿No es definición martiana que patria es humanidad? ¿Que el amor a la patria es el odio invencible a quien la oprime y ataca? ¿Qué es el centrismo, entre otras cosas, que un llamado pretendidamente “amoroso” y conciliatorio a la moderación abstracta y ahistórica, y nada menos que al escamoteo de lo que a estas alturas ni los mismos grandes capitalistas han negado, es decir, al olvido de la lucha de clases e intereses contrapuestos y antagónicos, lucha  en la que ellos se han declarado cínicamente vencederos? Después de tanta historia, pasada y presente, resulta insólito escuchar estas propuestas. Hay aquí un llamado que se podría calificar de mayúsculo egoísmo y desmemoria histórica, para resultar bien respetuoso: si en algún momento el autor habló de la sangre cubana derramada en África, ahora nos advierte que la Cuba actual  pertenece a las actuales generaciones de cubanos y que debemos limitar nuestra soberanía, aunque ello implique no respetar, o torcer, el legado de nuestros grandes próceres. De allí surge aquello de que no argumentemos con la historia, sino con lo que conviene a la política actual, aunque, cuando le haga falta, acuda a la historia del pensamiento martiano.

En todo caso, ¿cuáles son los límites donde se ha detenido la radicalidad y contra la que choca y se agota y detiene la Revolución? ¿Es que la radicalidad revolucionaria, sobre todo la cubana, tiene límites, cuando lo que significa ser radical es ir a las raíces y en consecuencia analizar las soluciones concretas a las realidades concretas? Las revoluciones existen porque los oprimidos (y los que sobreviven a las torturas y los asesinatos) tienen que enfrentarse a las dominaciones. Solo acabando el ciclo de las dominaciones puede agotarse el ciclo de las revoluciones, al menos las que hasta este punto de la historia hemos conocido, pues siempre habrá algo que deba ser cambiado, sea de raíz, sea sin prisas o con ellas, sea sin pausas o asaltando al cielo. ¿Qué propuesta civilizatoria es la que va a las raíces de las posibilidades de soluciones, no sólo de la nación cubana, sino de los graves problemas actuales de la humanidad?

El autor nos tiene una respuesta preparada para la pregunta anterior: confía en la confianza y la seráfica inocencia que tiene la socialdemocracia en el Capital, y propone que ante el peligro de las revoluciones y sus epifenómenos totalitaristas, es más “conveniente” procurar la convivencia y la “persuasión” del capital, una “dinámica basada en persuasiones”, nos dice, como si nada, lo que debe caracterizar el pluralismo cubano. Hasta nos proponen ya soportar cristianamente  en el proceso pequeños golpes de corte hegemónico, algo así como tenues bofetadas, y de vez en cuando un garrotazo cuando no aceptemos comer de la zanahoria, y toda esa sabiduría a cambio que nos salpique la riqueza que la explotación derrama. Asombra que a estas alturas del juego tengamos que leer semejantes consejos ¿Esa es la esperanza distinta del socialismo que nos quieren endilgar? Aceptando sólo el más mínimo rasgo socialista democrático que pueda caracterizar a la reciente experiencia bolivariana, ¿cuál ha sido la actitud del imperialismo en un país que no ha hecho ni incluso la temida revolución radical, donde el capital interno coludido con el internacional campea y mata, dueño todavía de los medios de información? Persuasión…! ¡Oh dios…! Seguramente, persuadiendo al imperialismo y soportando una que otra vez “algún gesto de corte hegemónico”, seremos más libres y democráticos los cubanos…

Confieso que debo estudiar a Stiglitz y su demostración de que las convenientes intervenciones del estado pueden mejorar los resultados que la competencia del mercado produce, como afirma el autor. Pero los hechos del pasado reciente en Grecia o España, por solo mencionar dos escenarios, no me han servido de alguna prueba demostrativa, sino todo lo contrario. Un solo ejemplo: la votación democrática de la población griega contra la deuda, e incluso la intervención del estado a su favor, esta vez en manos de un gobierno de izquierda que le deseaba plantar cara a la Troika, no pudo “persuadir” a la banca europea, que aplastó las aspiraciones helenas. El lector cubano debiera informarse atentamente de la situación del pueblo cuna del saber filosófico, para tener una prueba de la santa inocencia del consejo que nos endilgan, de cuando la “moderación ideológica” puede parecerse mucho a un crimen intelectual. Lo dijo también Martí: no prever en política es un crimen, porque efectivamente crímenes propicia. Y esa historia se repite en una u otra latitud. La esperanza del autor quizás se base, como dice, en que el capitalismo no siempre es salvaje, vaya consuelo, y al menos, los pobres de esta tierra debemos consolarnos con un poco de menos salvajismo. ¿Qué es y cómo se comporta el capitalismo cuando no es salvaje? Tenemos un ejemplo: ¿cómo Obama?

Pero seguramente estas no son las cuestiones que están detrás del aserto de nuestro socialdemócrata, que no se esconde para proclamar su anticomunismo y sionismo. Aunque cuando le es necesario, mira un poco más allá de Cuba. Cuando le es “conveniente”, mira  a la historia, sus próceres y su legado, y cuando no, le teme y la evita, y, como a la cabeza de Medusa,  nos exhorta a no mirarla de frente, sino a nuestras conveniencias y como dice, sin sesgos ideológicos. He aquí el fantasma que recorre la galaxia centrista: el fantasma de la desideologización pero apoyando el “pluralismo” ideológico.

Pero si se hace un pequeño esfuerzo por contornear con claridad los bordes visibles de los límites a que habría llegado la radicalidad revolucionaria, a partir de las pistas y las afirmaciones  del autor, encontramos las coordenadas en esas tolerancias de la “sociedad civil” cubana, una de las cuales abordamos al inicio de estos comentarios, y que serían: el mercado, la propiedad privada, el pluralismo económico, el pluralismo religioso, a más del referido pluralismo ideológico, que engloba, en cierto modo, todas las demás, pero cuyo pleno florecimiento se juega a la carta del debilitamiento de la propiedad social, del estado, y el desarrollo, cuando más mejor, de la gran propiedad privada.

En ese apunte nuestro pensador cubanólogo hace una instantánea del precioso y preciso momento histórico que desea capturar para la posteridad, enmarcando en primer plano el rostro demacrado de la radicalidad revolucionaria: la sincronía, el instante que detiene en su análisis, aquí es engañoso, parcial y manipulante. En este comentario que desearía ser lo menos extenso posible, pero que el amable lector me ha de permitir dada la importancia del tema , resulta imposible hacer la historia, pero sólo es necesario recordar que ninguno de los aspectos apuntados es nuevo en la historia de una Revolución que, por serlo, precisamente ha tenido que ir cambiando todo lo que ha debido y ha podido ser cambiado, con errores y aciertos, una veces con errores debidos a insuficiencias meramente internas, otras  con errores condicionados por los asedios externos a nuestra economía, a nuestra cultura y al imaginario de las aspiraciones socialistas,  y unas veces con aciertos a pesar de todo; esas “conquistas”, que nuestro autor entrecomilla como para no resultar tan entusiasta.

Nuestros amigos y acompañantes analistas, sobre todo aquellos que prefieren acompañarnos y estudiarnos desde mullidos sillones, congresos y viajes al Norte, esos que cantan las exequias de la radicalidad revolucionaria y el agotamiento de su ciclo,  acostumbran a descontextualizar o desconocer la dialéctica  de los hechos, decretando rupturas cuando conviene o continuidades cuando calzan sus teorías. Acabamos de ver la manipulación de Martí.

 En efecto, el cuentapropismo, las empresas mixtas, la búsqueda de las inversiones extranjeras, las cooperativas como pequeña propiedad comunitaria, la existencia de la propiedad privada campesina, la gestión de la propiedad privada a veces casi familiar, o no,  la compleja conciliación del mercado capitalista y sus asimetrías voraces con los objetivos socialistas si se trata de países pobres, los nunca cejados intentos de abrirnos al mundo, el intento de conectarnos con la “sociedad transnacional”, datan de antes del llamado del Papa, cuando nunca fue Cuba quien se negaba a abrirse al orbe, como difundía la propaganda negra, si no mediaba la exigencia de la renuncia de sus prerrogativas soberanas y el derecho a su autodeterminación. Fue cierto “mundo”, sus oligarquías, por ejemplo, la europea, que con aquella su “posición común” genuflexa a los EEUU, que obligaba, y obliga a Cuba, a buscar cada resquicio en todo el mundo posible que le hiciera un hueco al estrecho cerco del vecino.  Si hay una diferencia esencial es que las condiciones regionales y mundiales, y sus gravitaciones internas, son distintas y ante ellas, lo que no ha sido nunca Cuba es inmovilista. Pero el término tiene éxito también entre sus coreutas nacionales y los medios digitales aupados en becas, cursos rápidos y congresos académicos. Nada de eso es esencialmente nuevo. Ahora la radicalidad revolucionaria cubana no muere ni se agota, porque en virtud de las “tolerancias” apuntadas sigan la soberana revolución (no simple evolución reformista) que dictan las injustas realidades de este mundo, si no es en el deseo de quienes lo afirman, quién sabe bien por qué, pero sin dudas porque las perspectivas socialdemócratas, e hijas de todos los centros en política, y sobre todo si es sionista, resulta arisca a una radicalidad que se apresura a declarar agotada, cuando simplemente es la gesta estratégica tremendamente heroica y dolorosa de un pueblo que no quiere renunciar, aunque algunos flaqueen u otros se detengan definitivamente en las sillas que con elegancia nos ofrece, precisamente una socialdemocracia que si no se agota en su moderación, nada ha hecho tan bien como sostener el estado de cosas capitalista en el mundo, otra historia que es imposible ilustrar aquí, pero que no es tan imprescindible porque está transcurriendo ante los que tengan ojos para ver e historias de las que aprender.

La historia es pura diacronía, movimiento en el tiempo y en las circunstancias, y en su decurso doliente,  las revoluciones son intentos de hacer estallar los límites de lo posible. De la socialdemocracia, de los intentos de componendas parlamentaristas con el capitalismo, aunque en los mejores hombres sea ceguera bienintencionada, puede decirse lo que el poeta, que de lo posible ya sabemos más que dolorosamente demasiado. En su tránsito, la radicalidad revolucionaria, vista con la suficiente perspectiva, nunca puede agotar su ciclo,  sino sólo adecuar temporalmente su paso, y sólo morirá cuando se detenga o renuncie, porque deje de ser una revolución, o cuando triunfe la contrarrevolución interna, o sea aniquilada desde el exterior, o cuando los centristas socialdemócratas tuvieran éxito en su persuasión.

 Todos estos casos se han dado en la historia, desde el asalto a la Bastilla acá, y siempre renace la revolución de sus aparentes cenizas porque su pervivencia inagotable tiene la razón de todas las sublevaciones mientras existan las dominaciones.

Pero claro está que nuestros socialdemócratas no pueden adoptar esas perspectivas. Sencillamente porque ellas pertenecen por naturaleza a la radicalidad revolucionaria y a la cultura del marxismo, limpio de las hojarascas.

No importa que para redactar el decreto de la muerte de la Revolución cubana olvidemos, evitemos por todos los medios que el lector tenga presente – y así sólo se quede con la imagen  del fenecimiento inmanente y solamente motivado por causas internas –  que el control mundial del mercado, la información, la tecnología  y la cultura lo ejerzan vastísimos oligopolios que funcionan como virtuales supra estados globales. Nada les importa esa realidad. No la encontraremos en sus plurales plataformas, como aquella que censuró varios párrafos de un texto valiente, para no ofender a ese círculo de pensamientos, a ese laboratorio desde el que se promueven textos como el de nuestro sionista.

La realidad del orbe ante la cual una revolución es hoy doblemente más difícil de llevar adelante es un poco más fatigoso de visualizar para el hombre común, y así se le puede pasar gato por liebre al grueso de esa masa de la “sociedad civil” en todo el planeta, cada vez más apresada en el férreo control de  la manipulación informativa. Nada importa  que les hagan creer a las “sociedades civiles” en las bondades de las supuestas democracias, esos famosos contrapesos que más bien funcionan como balanzas marcadas, la separación de poderes que más resultan matrimonios de conveniencia,  allí donde el hombre común, si es que no se abstiene, legitima cada año con el regalo de su cuota de soberanía a un mundo político alabardero del poder económico, que invariablemente lo traiciona, mientras su “voto” lo legitima una y otra vez. Son los ilusionistas prestidigitadores de un cambio que nunca llega, sino para reproducir lo mismo. Eso nada importa en los análisis que pasean su lupa académica sobre los “estados totalitarios” socialistas, mientras que la verdadera  dictadura, la del  mercado capitalista, no les merece sus cánticos de agotamiento y sus desgarraduras. En cambio, optan por martillar sobre de las “bases estado céntricas” de Cuba y de su “cultura totalitaria”, pero nunca disertan sobre el totalitarismo verdadero, o, para aparentar, lo tocan de soslayo, con cuidada objetividad y pudor académicos; y ponen al debe de las revoluciones, no sólo sus errores, sino lo que no han podido hacer. Y no sólo eso.

Nuestro sionista declarado, – y debo decir que nunca podré comprender cómo alguien supuesto defensor de nobles causas, puede declararse sionista sin sonrojo, o sin sonrojo será precisamente que se declara porque es sionista – nuestro también sincero socialdemócrata tiene el temple de afirmar que las bases estatistas cubanas “han sido disfrutadas e impulsadas por el liderazgo revolucionario”, cuando antes ha deslizado ciertos reconocimientos para todo el pueblo cubano, elogios a los resultados en los que luego es muy difícil creer que no haya una dosis de académica hipocresía. No importa  que las promesas socialdemócratas de una tercera vía no capitalista, pero tampoco comunista, haga ruidosamente aguas en su cuna europea y en sus satélites capitalistas tercermundistas, mientras transcurren nuestros días y noches. Hoy desmantelan, obcecadamente, con bastante prisa y sin pausa alguna, cuando ya no les sirve de instrumento disuasivo, aquello que  llamaron estados del bienestar, permitidos en aquel período para oponerlo a la experiencia comunista, porque era necesario hacerlo para erosionar el peligroso ejemplo. Hoy eso sucede ante nuestros ojos en Grecia, España, Brasil y Argentina, y otros países. No importa que la tradición socialdemócrata y todos los centrismos hayan abrazado con naturalidad a los capitalismos nacionales durante las guerras mundiales, traicionando una y otra vez  la solidaridad obrera internacional, esa misma clase que ahora dicen defender contra el estado cubano, sin ningún pudor, posando de socialistas democráticos y amantes republicanos sin que se les tiemble una ceja, y después, y ahora,  al neoliberalismo cuando agotaron, sí, esa alambicada energía que se necesita para sus precarios equilibrios equidistantes, como sucedió desde el laborismo inglés, hasta el “socialismo” español, o la socialdemocracia alemana, repitiéndose esencialmente la historia después en toda la geografía europea. Todo ello debe quedar fuera de foco en la instantánea agorera de nuestro analista pero, bien destacado, en primer plano, un gran close up al fantasma del estado, el intento de universalizar como fatales e insuperables las dificultades y errores de la primera experiencia de la humanidad por rebasar la animalidad de un orden insostenible, y en nuestro país, ahora decretando el agotamiento deseado del intento de un pueblo pequeño por asaltar el cielo para bien de toda la humanidad. Otras no son las técnicas, conscientes o no, de la guerra cultural a la que se suman, quiéranlo o no, quienes en gesto de supuesta pluralidad, le hacen eco sin hacer sus propios análisis, sin pensar con su propia cabeza.

El nacionalismo socialdemócrata a ultranza, no la sana y natural defensa de la nacionalidad y las prerrogativas de la independencia y la soberanía frente a los imperialismos, siempre ha sido reaccionario, retrógrado y, al final, acaba abrazando o es funcional a los intereses de la derecha y el Capital. Un sionista lo debe saber mejor que nadie. QUIZÁS algún socialdemócrata honesto sincero y convencido, coherente, que no guste de afirmar aquí lo que niega acullá, en alguna específica coyuntura, si descubre que la conciliación de clases antagónicas es un engaño, y la persuasión al Capital para que humanice su trato es imposible, pero tampoco comprenda o acepte la necesidad vital del socialismo para la humanidad, pueda ser, en algunos aspectos, un martiano. Nadie es monolíticamente igual y coherente todo el tiempo, dudar es humano, avanzar contra la incertidumbre también. Pero creo que jamás, lapidariamente jamás, un sionista verdadero podría siquiera aspirarlo. Ni aún lo esencial de la socialdemocracia realmente existente. No puedo ya ceder a la tentación de hacer un poco de la historia de la socialdemocracia. Sólo recordar finalmente estas palabras de Rosa Luxemburg: “al refutar la existencia de la lucha de clases, la socialdemocracia ha negado la misma base de su propia existencia”. Quizás aquí no  le convenga a algunos acudir a la madre historia. Entonces, en cambio, ¿quiere alguien acudir a la política actual de la socialdemocracia? Y no puedo evitar una última afirmación, menos aún en la fecha que redacto y firmo este comentario. Alguien que aprecio me decía, con mucho dolor para mí en la nefasta ocasión de un lamentable malentendido, que algunos conceptos ofenden. Si uno de los componentes de la doctrina socialdemócrata es aconsejar la “conveniencia” de que los cubanos de hoy tengamos como divisa que Cuba le pertenece a las actuales generaciones de cubanos, pero en el contexto total del texto que lo enuncia y con las implicaciones que lo afirma, no queremos, como Hatuey,  disfrutar de ese paraíso, pero menos vivir en ese páramo de la desmemoria. Sólo el peor de los egoísmos individualistas y la erosión de la misma civilidad, y el más increíble de los desagradecimientos, podrían olvidar que si Cuba perteneciera a alguien, es sobre todo y únicamente, a todas aquellas generaciones que se sacrificaron sin saber ni esperar por el goce de su sacrificio. Hasta aquellos que llamamos primitivos respetaban la memoria  y el legado de sus muertos. 

25 y 26 de julio, Camaguey.




Obama y Trump ante Riad: Iguales y diferentes. Por Iroel Sánchez

28 de Julho de 2017, 8:06, por La pupila insomne

El ultimatum de Arabia Saudita y sus aliados contra Qatar, y el bloqueo comercial y político que en consecuencia se ha aplicado al emirato del Golfo Pérsico han agregado más tensión en una zona ya tradicionalmente estremecida por la volencia y conflictos de todo tipo. 

Las acusaciones contra el gobierno qatarí  de promover el terrorismo suenan a falsas cuando se le exige por Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Bahrein cesar el apoyo a los Hermanos musulmanes, a quienes se acusa de desestabilizar Libia, pero todos esos países tienen muy buenas relaciones con los miembros de la OTAN que originaron la situación actual allí, así como han respaldado grupos que ejercen el terrorismo en Siria y Yemen. 

Otras demandas a Doha, como cerrar el canal de televisión Al Jazzera y romper relaciones diplomáticas con Irán, además de expulsar a miembros de grupos de la resistencia palestina como Hamas y lanzar una ofensiva a nivel universal contra la resistencia libanesa de Hezbollah, suenan más a causa real porque ambos elementos afectan la hegemonía política y religiosa saudí en la región. 

Aunque la administración estadounidense de Donald Trump se ha manifestado públicamente por una solución amigable del conflicto y  tiene en Qatar una base militar, el hecho de que la arremetida contra Doha haya llegado inmediatamente después de una  visita de Trump a Riad y un oneroso contrato de venta de armas de Washington a los saudíes, hace pensar que Arabia Saudita se sintió fortalecida con la  visita del Presidente norteamericano como para proceder de tal manera, más cuando lo hace en nombre de atacar al archienemigo de Estados Unidos en Oriente Medio: Irán. Riad nunca vio con buenos ojos los acuerdos a los que llegó la administración Obama con Teherán sobre el programa pacífico iraní de energía nuclear que Trump ha cuestionado. 

Por otra parte, la reciente visita del Presidente turco Recep Tayyip Erdogan a Riad en busca de una solución a la crisis ha fracasado pero no ha dejado de revelar el papel que busca Turquía como potencia regional, quien junto a Irán se han beneficiado económicamente del bloqueo a Qatar al satisfacer las importaciones de un mercado pudiente por sus altos ingresos en gas y petróleo que no dependen de sus vecinos. Turquía tiene también una base militar en territorio qatarí, pero a diferencia de lo que ocurre con los militares del Pentágono basificados en Qatar, esa sí preocupa a Riad y su eliminación está entre las exigencias de los saudíes y sus aliados contra los qataríes.  

El fundamentalismo ideológico del gobierno saudí ya presionó en noviembre de 2015  al gobierno libanés para que cerrara  otro canal de televisión, el canal independiente panárabe Al Mayadeen que se ha convertido en el más visto en el mundo árabeLuego de  la transmisión de un debate en que uno de los invitados criticó a la monarquía saudita por las muertes en la estampida de Mina en que fallecieron más de 700 personas, la compañía Arabsat dejó de distribuir la señal de Al Mayadeen y el gobierno saudí pidió a Beirut cerrarlo, a lo que las autoridades libanesas -tras una investigación de su Ministerio de Información- respondieron negativamente.

Pero si en temas como el programa nuclear iraní Trump y su antecesor han diferido, lo más interesante es que entonces el gobierno de Obama, como ahora el de Donald Trump, prefirió callar ante un atentado a la libertad de prensa que tanto exige a otros gobiernos. Ni hablar de la concepción feudal de los Derechos Humanos que Arabia Saudita ejerce pero cuya violación invoca Washington, llámese Trupm u Obama, para imponer bloqueos y lanzar bombas en otros lugares del planeta a los que las empresas norteamericanas no venden armas. 

(Al Mayadeen)