Lo que dejó en claro el Papa en Ecuador
rubèn ramos
(1) El mensaje no pudo ser más claro. No para el pueblo, precisamente, sino para los poderosos que forman parte de ese 2% que usufructúa y dispone de la riqueza del Ecuador. “Dónense”, les dijo Francisco. “Donarse no es entregar las cosas que se tiene”, sino hacer lo que el Buen Samaritano hizo: caridad. Interpretando: Esto es, lo que ustedes, amos y señores de este país, deben y pueden hacer.
(2) Al gobierno de Correa le sugirió: “Donarse”, también: “No con palabras altisonantes ni con términos complicados sino concordando (…) Recuerden que aquel grito de libertad prorrumpido hace poco más de 200 años sólo fue contundente cuando dejó de lado los personalismos, el afán de liderazgos únicos, la falta de comprensión de otros procesos libertarios con características distintas, pero no por eso antagónicas”. “Concuerden”. Mejor dicho, cedan, retrocedan. Maten la revolución. De lo contrario, como en el Apocalipsis, caerá sobre sus ustedes, sobre sus tierras, su mar, sus ríos y sobre los no elegidos, las “siete copas” de la ira judeo-cristiana.
(3) Pero el mensaje fue, además, una grosera y torpe tergiversación de la historia a la medida de lo que a la Iglesia le interesó siempre: enajenar el pensamiento y la acción de los pueblos.
Dijo el Papa: “Donándose, el hombre vuelve a encontrarse a sí mismo con su verdadera identidad de hijo de Dios, semejante al Padre y, como él, dador de vida, hermano de Jesús, del cual da testimonio. Eso es evangelizar, esa es nuestra revolución -porque nuestra fe siempre es revolucionaria-, ese es nuestro más profundo y constante grito”.
Aclaremos: La fe no es ciencia, ni conocimiento. La fe es creencia. La fe no se sustenta en prueba alguna, de algún tipo.
Lo único que puede llevar al hombre al cambio y la transformación es la aproximación científica y racional a sí mismo, a sus interacciones, a su realidad. La fe no sirve para esto. La fe se reserva para todo aquello que no se puede explicar o comprender. Que sólo se acepta. En este sentido, sólo tiene cabida en la religión, en las doctrinas, en los dogmas. No es revolucionaria. Lo único que sirve para la revolución, que implica cambio, es la ciencia, el conocimiento, la investigación científica.
Si algo hay que reconocerle a las revoluciones burguesas de Europa en los siglos XVIII y XIX es que pusieran en su sitio a la religión y la fé, abriendo paso a la razón y la ciencia que hicieron posible la revolución política y la revolución industrial.
La burguesía entendió bien lo de la separación entre conocimiento y fe, entre religión e iglesia, entre iglesia y Estado. Y pudo y supo compatibilizar sus mutuos intereses. El proletariado nunca lo entendió completamente. Y los movimientos sociales o populares, no han empezado siquiera a pensarla. Sobre todo en América latina y en los países del “tercer mundo”.
La burguesía utilizó la religión y la fe para purgar su explotación haciendo caridad a través de la iglesia, o de manera directa. Utilizó la religión y la fe para mantener su opresión en nombre de Dios. Las utilizó como un antídoto para el cambio. La santa madre iglesia y sus papas sirvieron siempre y sirven a este propósito.
Daño hacen los gobernantes progresistas que, a sabiendas de esto, convocan a sus pueblos para que los mentores del pasado y del presente oprobioso de la Iglesia difundan sus falsedades. Esto, en modo alguno, es respetar la creencia del pueblo. Es contribuir a su alienación. Es aceptar que los jerarcas de la Iglesia, divorciada históricamente de la fe por mafiosas órdenes y sectas religiosas, hagan proselitismo orientado a reproducir el orden de la desigualdad. Del orden que edificaron primero, junto a reyes y nobles, y que hoy comparten con el sionismo imperialista invasor, destructor y terrorista.