Por Lucilo Tejera Díaz
Ocurrió el 8 de octubre de 1871, en un potrero al sur de la ciudad cubana de Camagüey, entonces Puerto Príncipe, aquella acción de armas de indiscutible valor militar, político y cultural, protagonizada por fuerzas independentistas al mando del Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz.
Acampada la tropa mambisa desde la tarde anterior en un sitio no lejano a aquel lugar, temprano en la mañana de ese día salió del campamento, con autorización del jefe insurrecto, el brigadier Julio Sanguily Garrite, un habanero por quien Agramonte sentía particular afecto dada su probada valentía en el combate.
Unas versiones dicen que se trasladó apenas sin escolta a una vivienda que fungía en ocasiones como punto para tratar enfermos y heridos del mambisado, y otras con el propósito de que la patriota Cirila López Quintero le lavara la ropa.
La tranquilidad de la campiña camagüeyana se llenó de sobresalto poco después de su llegada al rancho, cuando una fuerza del ejército colonialista español con 120 hombres asaltó por sorpresa la modesta vivienda y apresó al ilustre oficial independentista.
Casi milagrosamente su ayudante Luciano Caballero logró escapar y a la carrera fue a presentarse ante Agramonte a informarle de la mala noticia.
Los 70 jinetes que componían la tropa rodearon a su líder, quien designó a 35 para que lo acompañaran a una empresa de vida o muerte: el rescate del brigadier Sanguily de la fuerte agrupación peninsular.
Como un rayo salieron del campamento aquellos bravos en busca del querido oficial prisionero del enemigo. Pero no fueron de forma desorganizada a dar el golpe de mano.
Conocedor del imperio de las armas, Agramonte dispuso que el estadounidense general Henry Reeve, conocido como El Inglesito, marchara a la vanguardia de la caballería y apenas divisara a la columna española avisara al resto de la fuerza.
Al avistarlos, los independentistas marcharon, machete en mano, como una avalancha. Los militares hispanos descansaban alrededor del brocal de un pozo de agua, pero el alto número de los enemigos en relación con sus oponentes y su rápida organización ante el ataque, hizo peligrar el éxito de la acción de los cubanos.
En medio del combate Agramonte decidió que una escuadra de fusileros batiera la defensa contraria para facilitar la operación de los jinetes en el rescate de Sanguily, quien tenía puesto un capote del ejército español.
Con un balazo en una de sus manos, que se la inutilizó para siempre, Sanguily fue liberado, y con ello de una muerte segura ante el pelotón de fusilamiento. En el mismo escenario del combate, Agramonte y su amigo se fundieron en un abrazo antes de retirarse.
Aquella resultó una importante victoria por la independencia de Cuba, pues demostró la fiereza del mambisado en la lucha, su acometividad y la calidad humana y militar de los oficiales insurrectos.
Esta victoria se corrió como pólvora e influyó notablemente en el ánimo de las huestes patriotas, y demostró que Camagüey estaba nuevamente en pleno pie de guerra y con un jefe insuperable: Ignacio Agramonte.
Ha sido desde entonces, además, tema de canciones y poemas patrióticos.
El líder histórico de la Revolución cubana Fidel Castro, conocedor del arte militar, calificó esta acción de “hazaña insuperable” en un memorable discurso pronunciado en Camagüey el 11 de mayo de 1973, en el centenario de la caída en combate de El Mayor, como sencillamente llamaban sus subalternos a Agramonte.
(Tomado de la ACN)
Editado por Martha Ríos/RHC