Blog de la Associación Nacional de Cubanos Residentes en Brasil - José Martí - Blogoosfero
¿Made in Cuba? o para leer al Mickey Valdés
20 de Outubro de 2015, 19:24Con hilo fino se han de hilvanar los usos sociales e hibridaciones de los símbolos cubanos para no confundir los escenarios políticos actuales con una colonización cultural de nuevo tipo...
El meme de Mickey Valdés casi se hizo viral en las redes sociales, antes que la polémica sobre el híbrido cubano-americano en los Lucas de Verano plantara banderas contrapuestas entre blogueros y foros en línea.
Salido del video clip de Raúl Paz Hace falta, el muñeco mitad Mickey Mouse (léase guantes blancos, grandes zapatones y características orejotas) y mitad Elpidio Valdés (aunque si vamos a ser exactos sería como un 25 por ciento, dado que solo reproduce la porción facial del animado cubano), modela en las calles habaneras como parte del audiovisual de marras. Pero no fue hasta que el ratón con cara de mambí hizo aparición en el Lucasnómetro celebrado en agosto en el Karl Marx, que inició una polémica interesante y harto productiva en términos de cómo y bajo qué intenciones se pueden/deben usar los símbolos culturales cubanos.
En el marco de la reanudación de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, la simbiosis propuesta hace clara alusión a ese ente sociodemográfico tan debatido que es el cubanoamericano. Para muchos este “coqueteo” cartoonístico se traduce en un espíritu de reconciliación por los intensos años de ruptura diplomática entre ambos países que trajeron, y todavía traen, como consecuencia situaciones harto complejas para la sociedad civil cubana. Otros esgrimen la espada de Damocles contra todo intento de norteamericanización de la identidad nacional, que se traduce a la postre en una colonización cultural de nuevo tipo.
Unos y otros exponen razones: algunas lógicas, otras justificadas, muchas desde la experiencia, la ideología y cosmogonía personal y/o colectiva. Aunque, algo sí está claro: hasta las reinterpretaciones de elementos de aparente “inocencia” como los dibujos animados, pueden acarrear connotaciones muy peligrosas, incluso si no traen machete o blanden su guante blanco.
Para aportarle otro tono al debate en el mismo agosto y a propósito de los 45 años de Elpidio Valdés, Juan Padrón, creador del clásico infantil, defendía en la prensa nacional que la manigua de este carismático mambí “le había ganado la pelea al Pato Donald”.
En medio de esta polémica sobre la “reencarnación a lo cubano” del hijo pródigo de Disney, resulta imperdonable no remitirnos a ese artículo clave de la literatura política, que bajo las rúbricas de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, ofrece una especie de manual sobre comunicación de masas y colonialismo, bajo el sugerente título Para leer al Pato Donald (1971).
Esta lectura retomada y una revisión a la Teoría de la Comunicación, resultan herramientas pertinentes para confirmar que un híbrido como Mickey Valdés, aún pensado con “buenas intenciones”, no puede interpretarse como mera combinación animo-cultural. Y el que así lo entienda, peca de ingenuo.
Baste recordar que desde la propia fundación de la factoría Disney, sus creaciones y símbolos, sus usos y apropiaciones, como bien lo recalcan Dorfman y Mattelart, han servido para omitir y homogeneizar nacionalidades, en tanto endulzan su clara función de marca de fábrica registrada.
Las estadísticas así lo mostraron entonces, y todavía hoy lo muestran: en el imaginario colectivo de muchos países el ratón Mickey supera en popularidad al héroe animado de turno. Y no solo Mickey; toda la casa Disney tiene adeptos entre grandes y chicos, en detrimento de la propia producción nacional: ahí está el pato Donald y sus sobrinos, el tío Mc Pato, Tribilín, Daysi y Minnie, el gato Tom, las ardillas Chip y Dale, los ratones Gus y Jacques, Porky...
¿Lo más preocupante? Negar que tras esta aparente propuesta infantil no exista un intento de naturalizar, normalizar y legitimar, bajo la apariencia simpática de los personajes, un modelo de vida, una ideología y un sistema. “El lenguaje de este tipo de historieta infantil no sería sino una forma de la manipulación”, insisten los autores.
Es por ello que leer a Mickey Valdés invita a debatir sobre consumo cultural en esta reinterpretación del “proceso de invasión por la naturaleza-Disney”. Nada más previsor que aquellos análisis cardinales de Dorfman y Mattelart: “Para Disney, entonces, los pueblos subdesarrollados son como niños, deben ser tratados como tales, y si no aceptan esta definición de su ser, hay que bajarles los pantalones y darles una buena zurra. ¡Para que aprendan!”.
Neurálgico deviene analizar, entonces, qué sucede o sucedería cuando la propia invitación a la norteamericanización sale del propio patio. La inocencia sería un pecado de lesa historia: “El progreso, que viene desde afuera con sus múltiples objetos, es un juguete. (…) El despojo capitalista irrefrenable se escenifica con sonrisas y coquetería”, alertaban los teóricos.
Incluso, insisten más: “es posible advertir en esta colaboración benévola un neocolonialismo que, rechazando el saqueo desnudo del pasado, permite al nativo una mínima participación en su propia explotación”.
Sin descartar el espíritu del diálogo entre ambas naciones, sin renunciar al encuentro necesario entre ambas sociedades, no se puede propiciar tampoco la disgregación de la cotidianidad simbólica de la Isla a través de una cultura masiva ajena, diluyente. “Ya no puede escapar a nadie los propósitos políticos de Disney, tanto en estas pocas historietas donde tiene que mostrar sin tapujos sus intenciones, como en aquellas mayoritarias en que está cubriendo de animalidad, infantilismo, buensalvajismo, una trama de intereses de un sistema social históricamente determinado y concretamente situado: el imperialismo norteamericano”, alertan los ensayistas, previsoramente.
Muchos menos constituye la táctica tirar todas las piedras en el techo del ahora controvertible Mickey Valdés, quizás pensado con ánimo de mediación. No solo estamos ante la neocolonización occidentalista por emparentar a Disney con Padrón. O haga la prueba: ¿Cuántos de nuestros hijos, hijas, sobrinos van a la escuela con mochilas de Hannah Montana o con imágenes de Dora, la exploradora, estampada en las loncheras? ¿Cuántos de los jóvenes no portan en mochilas, pulóver, bolsas y gorras, banderas de Estados Unidos, Gran Bretaña o España? ¿Cuántos de estos mismos no poseen almanaques de los ídolos de las series multinacionales o de los MVP de las Grandes Ligas? ¿Cuántos no tienen afiches del crack brasileño Neymar o del estelar Lionel Messi; o simplemente forran sus libretas con el logotipo del fútbol club Barcelona?
No se predica, en lo absoluto, aplicar una persecución a lo Torquemada contra cualquier oferta audiovisual y cultural foránea; pero hay que admitir que la ausencia de una industria nacional nos coloca porcentualmente en desventaja ante una penetración cultural de diversa índole.
Terreno desocupado; terreno cedido. Y si es pertinente que la audiencia se eduque en una cultura crítica en medio de tanta pluralidad; la nación se debe (pre)ocupar, por integrar con mayor efectividad esa misma pluralidad. O no sería demanda frecuente de los jóvenes en su pasado Congreso que accesorios y productos relacionados con los símbolos se hicieran más asequibles económicamente, menos míticos humanamente.
“¿Dónde podemos encontrar una bandera cubana para ponerla en la oficina o en nuestro cuarto? ¿Dónde encontrar un busto de Martí, Mella, Guiteras, José Antonio, Che o cualquier otro patriota nuestro? ¿Por qué se venden sólo en divisas (y bien caros por cierto) los pulóver con la imagen del Che?”, son algunas de las interrogantes de periodistas y blogueros en trabajos relacionados. Preguntas que todavía hoy no tienen respuestas claras.
Escasea la producción industrial y mediática en la Isla en ese sentido; y faltan también estrategias comunicativas, ideológicas y comerciales eficientes a la sazón, cuando no están permeadas de puritanismos burocráticos y restricciones legales perfectamente debatibles.
Mickey Valdés solo vino a posicionar en debate un fenómeno nada nuevo. Dorfmann y Mattelart lo alertaron y advirtieron hace cuatro décadas; nosotros hace años presenciamos, desde la pasividad cómplice, esta variopinta colonización, que a todas luces se puede interpretar como una pluralidad cultural pero también como una diversidad desarraigada.
Tomado de Cubahora
Salido del video clip de Raúl Paz Hace falta, el muñeco mitad Mickey Mouse (léase guantes blancos, grandes zapatones y características orejotas) y mitad Elpidio Valdés (aunque si vamos a ser exactos sería como un 25 por ciento, dado que solo reproduce la porción facial del animado cubano), modela en las calles habaneras como parte del audiovisual de marras. Pero no fue hasta que el ratón con cara de mambí hizo aparición en el Lucasnómetro celebrado en agosto en el Karl Marx, que inició una polémica interesante y harto productiva en términos de cómo y bajo qué intenciones se pueden/deben usar los símbolos culturales cubanos.
En el marco de la reanudación de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, la simbiosis propuesta hace clara alusión a ese ente sociodemográfico tan debatido que es el cubanoamericano. Para muchos este “coqueteo” cartoonístico se traduce en un espíritu de reconciliación por los intensos años de ruptura diplomática entre ambos países que trajeron, y todavía traen, como consecuencia situaciones harto complejas para la sociedad civil cubana. Otros esgrimen la espada de Damocles contra todo intento de norteamericanización de la identidad nacional, que se traduce a la postre en una colonización cultural de nuevo tipo.
Unos y otros exponen razones: algunas lógicas, otras justificadas, muchas desde la experiencia, la ideología y cosmogonía personal y/o colectiva. Aunque, algo sí está claro: hasta las reinterpretaciones de elementos de aparente “inocencia” como los dibujos animados, pueden acarrear connotaciones muy peligrosas, incluso si no traen machete o blanden su guante blanco.
Para aportarle otro tono al debate en el mismo agosto y a propósito de los 45 años de Elpidio Valdés, Juan Padrón, creador del clásico infantil, defendía en la prensa nacional que la manigua de este carismático mambí “le había ganado la pelea al Pato Donald”.
En medio de esta polémica sobre la “reencarnación a lo cubano” del hijo pródigo de Disney, resulta imperdonable no remitirnos a ese artículo clave de la literatura política, que bajo las rúbricas de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, ofrece una especie de manual sobre comunicación de masas y colonialismo, bajo el sugerente título Para leer al Pato Donald (1971).
Esta lectura retomada y una revisión a la Teoría de la Comunicación, resultan herramientas pertinentes para confirmar que un híbrido como Mickey Valdés, aún pensado con “buenas intenciones”, no puede interpretarse como mera combinación animo-cultural. Y el que así lo entienda, peca de ingenuo.
Baste recordar que desde la propia fundación de la factoría Disney, sus creaciones y símbolos, sus usos y apropiaciones, como bien lo recalcan Dorfman y Mattelart, han servido para omitir y homogeneizar nacionalidades, en tanto endulzan su clara función de marca de fábrica registrada.
Las estadísticas así lo mostraron entonces, y todavía hoy lo muestran: en el imaginario colectivo de muchos países el ratón Mickey supera en popularidad al héroe animado de turno. Y no solo Mickey; toda la casa Disney tiene adeptos entre grandes y chicos, en detrimento de la propia producción nacional: ahí está el pato Donald y sus sobrinos, el tío Mc Pato, Tribilín, Daysi y Minnie, el gato Tom, las ardillas Chip y Dale, los ratones Gus y Jacques, Porky...
¿Lo más preocupante? Negar que tras esta aparente propuesta infantil no exista un intento de naturalizar, normalizar y legitimar, bajo la apariencia simpática de los personajes, un modelo de vida, una ideología y un sistema. “El lenguaje de este tipo de historieta infantil no sería sino una forma de la manipulación”, insisten los autores.
Es por ello que leer a Mickey Valdés invita a debatir sobre consumo cultural en esta reinterpretación del “proceso de invasión por la naturaleza-Disney”. Nada más previsor que aquellos análisis cardinales de Dorfman y Mattelart: “Para Disney, entonces, los pueblos subdesarrollados son como niños, deben ser tratados como tales, y si no aceptan esta definición de su ser, hay que bajarles los pantalones y darles una buena zurra. ¡Para que aprendan!”.
Neurálgico deviene analizar, entonces, qué sucede o sucedería cuando la propia invitación a la norteamericanización sale del propio patio. La inocencia sería un pecado de lesa historia: “El progreso, que viene desde afuera con sus múltiples objetos, es un juguete. (…) El despojo capitalista irrefrenable se escenifica con sonrisas y coquetería”, alertaban los teóricos.
Incluso, insisten más: “es posible advertir en esta colaboración benévola un neocolonialismo que, rechazando el saqueo desnudo del pasado, permite al nativo una mínima participación en su propia explotación”.
Sin descartar el espíritu del diálogo entre ambas naciones, sin renunciar al encuentro necesario entre ambas sociedades, no se puede propiciar tampoco la disgregación de la cotidianidad simbólica de la Isla a través de una cultura masiva ajena, diluyente. “Ya no puede escapar a nadie los propósitos políticos de Disney, tanto en estas pocas historietas donde tiene que mostrar sin tapujos sus intenciones, como en aquellas mayoritarias en que está cubriendo de animalidad, infantilismo, buensalvajismo, una trama de intereses de un sistema social históricamente determinado y concretamente situado: el imperialismo norteamericano”, alertan los ensayistas, previsoramente.
Muchos menos constituye la táctica tirar todas las piedras en el techo del ahora controvertible Mickey Valdés, quizás pensado con ánimo de mediación. No solo estamos ante la neocolonización occidentalista por emparentar a Disney con Padrón. O haga la prueba: ¿Cuántos de nuestros hijos, hijas, sobrinos van a la escuela con mochilas de Hannah Montana o con imágenes de Dora, la exploradora, estampada en las loncheras? ¿Cuántos de los jóvenes no portan en mochilas, pulóver, bolsas y gorras, banderas de Estados Unidos, Gran Bretaña o España? ¿Cuántos de estos mismos no poseen almanaques de los ídolos de las series multinacionales o de los MVP de las Grandes Ligas? ¿Cuántos no tienen afiches del crack brasileño Neymar o del estelar Lionel Messi; o simplemente forran sus libretas con el logotipo del fútbol club Barcelona?
No se predica, en lo absoluto, aplicar una persecución a lo Torquemada contra cualquier oferta audiovisual y cultural foránea; pero hay que admitir que la ausencia de una industria nacional nos coloca porcentualmente en desventaja ante una penetración cultural de diversa índole.
Terreno desocupado; terreno cedido. Y si es pertinente que la audiencia se eduque en una cultura crítica en medio de tanta pluralidad; la nación se debe (pre)ocupar, por integrar con mayor efectividad esa misma pluralidad. O no sería demanda frecuente de los jóvenes en su pasado Congreso que accesorios y productos relacionados con los símbolos se hicieran más asequibles económicamente, menos míticos humanamente.
“¿Dónde podemos encontrar una bandera cubana para ponerla en la oficina o en nuestro cuarto? ¿Dónde encontrar un busto de Martí, Mella, Guiteras, José Antonio, Che o cualquier otro patriota nuestro? ¿Por qué se venden sólo en divisas (y bien caros por cierto) los pulóver con la imagen del Che?”, son algunas de las interrogantes de periodistas y blogueros en trabajos relacionados. Preguntas que todavía hoy no tienen respuestas claras.
Escasea la producción industrial y mediática en la Isla en ese sentido; y faltan también estrategias comunicativas, ideológicas y comerciales eficientes a la sazón, cuando no están permeadas de puritanismos burocráticos y restricciones legales perfectamente debatibles.
Mickey Valdés solo vino a posicionar en debate un fenómeno nada nuevo. Dorfmann y Mattelart lo alertaron y advirtieron hace cuatro décadas; nosotros hace años presenciamos, desde la pasividad cómplice, esta variopinta colonización, que a todas luces se puede interpretar como una pluralidad cultural pero también como una diversidad desarraigada.
Tomado de Cubahora
HOMENAJE AL DIA DE LA CULTURA CUBANA
20 de Outubro de 2015, 17:56Hablar sobre el Día de la Cultura Cubana parece fácil, sin embargo, el tema es profundo y por eso es necesario responder algunas simples preguntas: ¿qué decir de nuestra Cultura? ¿qué es realmente? ¿es música, teatro, cine, deporte, literatura?
Sabemos que el término cultura designa el conjunto total de las prácticas humanas, de manera que incluye las prácticas: económicas, políticas, científicas, jurídicas, religiosas, discursivas, comunicativas, sociales en general. No sería redundante decir entonces que es algo que tiene que ver mucho con los modos de vida, nuestra manera de pensar y actuar y la demostración más legítima de lo que fuimos, somos y seremos
Para saber de Cultura Cubana hay que saber que este día 20 de Octubre es una fecha que marca el nacimiento oficial de una nación y de su identidad, que ese día en el año 1868 el abogado bayamés Pedro (Perucho) Figueredo dio a conocer la Letra de un himno al que el llamó La Bayamesa y que vino a convertirse en nuestro vibrante himno nacional.
Para hablar de Cultura tenemos que recordarnos de nuestro aporte a la lengua española, recordarnos de que una simple frase dicha por un cubano dista mucho de la misma dicha por un español, Buenos días amigo, como está tu madre? Diría un español… Buenos días asere, y tu pura como está? Eso, es cultura… Para hablar de Cultura cubana recordemos a Maceo, Marti y Gomez, a Villena, Mella, los jóvenes del Moncada, los de la Sierra , el Llano , Playa Girón y Angola, porque historia es cultura.
Recordemos, los ciclones Flora, Inés y Mitch, la Sierra Maestra, el Turquino, el malecón de la Habana, los mogotes de Viñales , la playa de Varadero y los cayos de los litorales cubanos. Conocer nuestra geografía, forma parte de la cultura cubana.
Recordemos que hablar de Cultura Cubana es recordar a Ramon Fonts, Rafael Fortún, Figuerola, Juantorena, Stevenson , Savón, Pacheco, Linares, Kindelán, Sotomayor; recordar que el clásico del beisbol cubano es Industriales contra Santiago de Cuba y que el Palmar del Junco es la cuna de nuestro deporte nacional y el Latino parte importante de su continuación; para hablar de Cultura cubana hay que recordar a los Mártires de Barbados, la Campaña de Alfabetización, los Juegos Escolares y la participación de Cuba en Olimpiadas.
Para hablar de cultura cubana hay que recordarse de que el primer bolero se llamó TRISTEZAS; el primer danzón, Las alturas de Simpson; de que hay un Son de la Loma y unas Lágrimas Negras, de que el mambo y el cha cha cha también son cubanos y que existe un Chucho Valdes, un Silvio un Pablo, de que tuvimos un Miguel Matamoros , un Formell, un Dúo los Compadres y un Benny Moré. No debemos de olvidarnos de que existe la Conga Santiaguera, las Charangas de Bejucal y las Parrandas de Remedios, tampoco de que Portocarrero, Wifredo Lam, Nicolás Guillén, Reneé Mendez Capote y Alejo Carpentier son cubanos y sumaron su arte a nuestra Cultura.
Para demostrar que sabemos de Cultura Cubana, no debemos olvidarnos que Elegguá es quien abre los camino y el primero que come; que la Patrona de Cuba es la Virgen de la Caridad, Ochun en el sincretismo; que Santa Barbara es Changó; la Virgen de Regla, Yemayá; Obbatala es la Virgen de las Mercedes; San Lázaro cuida de los desvalidos y de que en Cuba el que no tiene de Congo tiene de Carabalí. No podemos olvidarnos de que el ron cubano y el tabaco son los mejores del mundo y que sentimos profundo orgullo por nuestra educación, nuestra idiosincrasia y nuestra dignidad.
Para hablar de Cultura Cubana, recordemos la medicina y los médicos cubanos, los internacionalistas y los Comités de Defensa; recordemos nuestro caminar por las calles de nuestras ciudades y las personas que forman parte de nuestra población, donde nos encontramos en cada esquina a : blancos, negros, chinos y mulatos, negros achinados y chinos rubios, eso es Cuba, país de una cultura sin igual, país que diseminó al mundo formas y modelos culturales diferentes.
Donde el beisbol es pelota y pelota es bola; donde no se duerme, se tira una surna; donde no se bebe cerveza, sino un laguer y donde no se dice me voy, sino, me piro, fui, o desaparezco; donde cuando amanece se le da los buenos días a la vida y se toma un buchito de café no una taza.
¡Viva la Cultura Cubana ¡
Brasilia, 20 de octubre de 2015
La luz de Yara
20 de Outubro de 2015, 16:37Este 20 de octubre se conmemoran 147 años de entonado por vez primera el Himno de Bayamo, Dia de la Cultura Nacional
Autor: Fernando Martínez Heredia | internet@granma.cu
Todas las naciones se van formando de comunidades que se reconocen singulares y únicas, y tejen lentamente su madeja de palabras, comidas, costumbres, gestos, ritos, fiestas, trabajos, prejuicios, recuerdos, olvidos. Pero las hay que también necesitan gestas, epopeyas en las que un pueblo impar se ratifica y se vuelve dueño de sí mismo entre dolores y hazañas, victorias y derrotas, esfuerzos supremos y jornadas asombrosas. Este fue el caso de la formación de la nación cubana.
Hace casi siglo y medio de aquel 20 de octubre y, sin embargo, una nación entera se sigue emocionando cada vez que lo escucha, y se imagina al músico y poeta que supo ir a la gloria y al cadalso, escribiendo sobre la montura, y la ciudad ardiendo. “Que Bayamo fue un sol refulgente”, decía la Bayamesa de la Guerra. La canción que se quedó en ocho versos que invitan a pelear, retan a la muerte necesaria y prometen vida eterna. Es el himno de Bayamo, la marcha de la bandera, el himno nacional de Cuba. No nació por encargo ni en un concurso, lo compuso una y otra vez un pueblo entero que se sacrificó para tener patria.
Todas las naciones se van formando de comunidades que se reconocen singulares y únicas, y tejen lentamente su madeja de palabras, comidas, costumbres, gestos, ritos, fiestas, trabajos, prejuicios, recuerdos, olvidos. Pero las hay que también necesitan gestas, epopeyas en las que un pueblo impar se ratifica y se vuelve dueño de sí mismo entre dolores y hazañas, victorias y derrotas, esfuerzos supremos y jornadas asombrosas. Este fue el caso de la formación de la nación cubana.
Bien visto, no podía ser de otro modo. La isla más extensa del Caribe, situada en un lugar demasiado estratégico, colonia de comunicaciones y militar del imperio español, se había convertido en un gigantesco emporio, exportador ingente de azúcar para Europa y Estados Unidos, sobre la base de moler las culturas y las vidas de un millón de esclavos traídos de África. Cuba estuvo en la punta de la tecnología mundial, la gestión de negocios capitalista, grandes avances de las técnicas, el confort, las letras, las artes y el pensamiento, mientras la gran masa de trabajadores era exprimida hasta la muerte y la condición humana de cientos de miles de personas era humillada y negada. ¿Qué identidad del pueblo de la isla podía formarse así? Ni soñar con una identidad nacional. Y al mismo tiempo, la opresión colonial se hizo cada vez más dura y agobiante, centrada en la exacción y el atropello.
Cuando la América ibérica se independizó, la clase dominante criolla prefirió apoyar a España, y durante todo el siglo XIX se aferró a su sistema explotador, sus riquezas y su lugar social privilegiado. Se negó a ser clase nacional, y fue antinacional cada vez que lo consideró necesario.
Carlos Manuel de Céspedes les exigió a sus compañeros ponerse de pie, y el 10 de octubre de 1868 destrozó los imposibles. Por eso José Julián Martí, un muchacho habanero, comenzó así su poema: “No es un sueño, es verdad, grito de guerra… Los iniciadores destruyen imposibles; los revolucionarios aprenden a domarlos y a trabajar con ellos. Los mambises que sostuvieron la pelea en más de media Cuba durante diez años tuvieron que volverse superiores a ellos mismos, no solo a sus circunstancias. Céspedes liberó a sus esclavos la primera mañana, pero el cálculo político, los valores heredados y el racismo les ponían obstáculos a la justicia en el amanecer de la libertad. Martí escribió, veinte años después: “aquella arrogante e inevitable alma de amo con que salieron los criollos del barracón a la libertad (…) como atolondró al espantado señorío la revolución franca e impetuosa”. La independencia y la abolición tuvieron que fundirse y ser una, la forma de gobierno tuvo que ser republicana y reunir la libertad personal y las libertades ciudadanas. Para hacer realidad la hasta hacía poco impensable identidad nacional y poder reconocerse como cubanos, todos, líderes y pueblo, tuvieron que recorrer un camino largo y muy difícil.
La guerra revolucionaria cambió los términos de los problemas. Ella se alimentó del sacrificio, el heroísmo y la participación de muchos miles de personas humildes, hombres, mujeres, familias. Dar la vida, pasar hambre y todas las escaseces, combatir, perseverar, todas las formas de la entrega y el altruismo se hicieron cotidianas. La bandera del triángulo rojo y la estrella solitaria se volvió sagrada, y la marcha, el campamento, el héroe, el amado y la amada, la jornada de sangre y de muerte, se expresaron en canciones. Próceres y pobres de todos los colores aprendieron que la rebeldía les daba a sus luchas y sus necesidades más sentidas probabilidades de éxito. Y todos aprendieron a sentirse hermanos mientras compartían todas las vicisitudes. En aquella fragua tremenda nació la identidad nacional cubana, de contenido y objetivos populares.
Frente al final sin triunfo, la Protesta de Baraguá fue la expresión mayor de la intransigencia revolucionaria cubana y como tal adquirió un extraordinario valor político y simbólico, pero también hizo visible el paso de la bandera de la revolución, desde los grandes y medianos propietarios a gente de origen popular.
Dos opciones antirrevolucionarias confrontó el proceso nacional: el anexionismo y el reformismo. El primero se nutrió de intereses esclavistas y fue medio de presión, pero también motivó a algunos activistas sinceros que veían en Estados Unidos al polo de modernidad y democracia. Después de Yara y Baraguá, el anexionismo ya solamente pudo ser entreguismo, incapacidad de ser cubano o traición.[1] El reformismo viejo, conforme con ser subalterno, pedía que se le concediera al colono ser súbdito. El nuevo reformismo autonomista quiso suplantar al pueblo que subestimaba, pasar por representante politiquero de Cuba ante la metrópoli y ayudar a que no hubiera otra revolución.
A ambos les cerró el paso la nueva epopeya desatada por Martí en 1895. El pueblo de la isla se fue en masa a la guerra revolucionaria, a conquistar la independencia, forjar la nación y crear el Estado cubano, y pasar a la vez la escuela creadora de personas libres con capacidades originales y experiencias formadoras, los ciudadanos de la república nueva del proyecto martiano, iniciadora de la segunda independencia americana. Las cubanas y los cubanos se sacrificaron en una guerra total, y el Ejército Libertador derrotó al colonialismo. Las culturas de Cuba, contiguas o en conflicto durante el decurso colonial, que habían adelantado mucho sus intercambios a partir de la Revolución de Yara, ahora se fusionaron en medio de aquella prueba suprema. Se plasmó así la cultura nacional cubana, que en sus dimensiones populares posee una enorme carga de acumulaciones políticas.
A diferencia de países en los que lo popular guarda distancia de lo político y disimula la exclusión o subalternidad de la gente común, en Cuba se produjo una imbricación muy fuerte de ambas dimensiones en el curso de la formación revolucionaria de la identidad cubana y la constitución política e ideológica de la especificidad nacional. Las creaciones simbólicas fundamentales de la cultura política cubana están más cargadas de sentidos populares que de proposiciones y elaboraciones de grupos selectos. Es así con el patriotismo nacionalista, la unión entre justicia social y libertad, la vocación republicana democrática, la negación de la anexión a los Estados Unidos, el antimperialismo, y también con las ideas más contemporáneas de socialismo e internacionalismo.
Entre 1898 y hoy la nación y la cultura cubanas han vivido una intensa historia, jalonada por acontecimientos y procesos trascendentales. La ocupación militar estadounidense y la implantación del neocolonialismo, con la complicidad subalterna de la burguesía cubana, y el triunfo y el despliegue de la revolución socialista de liberación nacional a partir de 1959, fueron dos hitos fundamentales. En la coyuntura del 2015, el día de la cultura nacional nos encuentra inmersos en un nuevo episodio de la larga batalla. Estados Unidos, que no ha abandonado en modo alguno su objetivo estratégico de destruir el socialismo cubano y socavar nuestra soberanía nacional, emprende ahora una “ofensiva de paz” dirigida a apoyar iniciativas, representaciones, relaciones y valores capitalistas, y debilitar los fundamentos morales y espirituales de la sociedad y la manera de vivir que hemos construido entre todos.
Las respuestas a la política imperialista no pueden separarse de las acciones dirigidas a defender y profundizar nuestro socialismo, que serán, en realidad, lo decisivo. La defensa y la exaltación de la cultura nacional es una acción de la mayor importancia. Pongamos en el centro al patriotismo popular y de justicia social, logremos que la bandera nacional esté al alcance de todos y hagámosla flotar por todas partes, por todo el país. Seamos, como Antonio Maceo, obreros de la libertad, y que sea nuestra la consigna del poeta; “que no deben haber dos banderas / donde basta con una: la mía”.
[1] Martí, que siempre vela por nosotros, nos ha dejado textos que es bueno releer, como “Vindicación de Cuba” o el poema “Al extranjero”.
Entregan Premios de la Crítica Literaria 2014
20 de Outubro de 2015, 16:19El Premio Anual de la Crítica Literaria, que se otorga a los libros más importantes publicados en la Isla durante el período de un año, fue entregado este lunes en el Centro Dulce María Loynaz.
En esta oportunidad el jurado —presidido por Francisco López Sacha, e integrado además por Luisa Campuzano, Denia García Ronda, Reynaldo González, Ricardo Riverón, Atilio Caballero y Norge Espinosa— otorgó el galardón a los 10 mejores textos del año 2014 en los géneros de ensayo, poesía, novela, cuentos, literatura para niños y teatro.
Entre los libros galardonados destacan Dame el siete, tebano. La prosa de Antón Arrufat, de Margarita Mateo; El salvaje placer de explorar, de Daniel Díaz Mantilla; Imagen y libertad vigiladas. Ejercicios de retórica sobre Severo Sarduy, de Pedro de Jesús; Herejes, de Leonardo Padura; Vías de extinción, de Antón Arrufat.
También se alzaron con el premio las obras Damas de Social. Intelectuales cubanas en la revista Social, de Nancy Alonso y Mirta Yáñez; Fernando Pérez. Cine, ciudades e intertextos, de Luis Álvarez y Armando Pérez Padrón; Sistema, de Abel González Melo; La increíble historia de los increíbles pies de la señora Flora, de Nelson Simón; y Un pie en lo alto y otras encerronas, de Sindo Pacheco.
En nombre de todos los premiados, el escritor y ensayista Daniel Díaz Mantilla –quien recibiera el Premio Alejo Carpentier 2014 por este mismo cuaderno de relatos- agradeció a los lectores y al jurado por no dejar morir aquello que distingue a los humanos de las bestias: la cultura de lo bello, lo sensible y de las artes.
En tanto, Denia García Ronda destacó que esta edición del certamen demostró que en cuanto a creación literaria, Cuba no tiene de qué preocuparse.
Existen magníficos escritores de diversas generaciones, aunque los mayores de 50 encabecen aún la lista, aseguró.
Por su parte, el narrador, ensayista y profesor de arte, Francisco López Sacha –en su condición de presidente del jurado- comentó que tras leer alrededor de 100 volúmenes, efectivamente se premiaron los 10 mejores títulos, los cuales entrarían en la historia de la literatura cubana por la puerta grande.
El Premio de la Crítica Literaria, convocado por el Instituto Cubano del Libro, tiene como propósito estimular la creación de los autores y de las editoriales cubanas.
(Con información de la AIN) Cubadebate
Formación de la nacionalidad cubana centra debate en oriente del país
19 de Outubro de 2015, 22:28La Habana, 19 oct (PL) La formación de la nacionalidad cubana ocupa hoy debates de intelectuales y artistas en la oriental provincia de Granma, en vísperas de celebrarse mañana el Día de la Cultura en este país.
Según el asesor del presidente de los consejos de Estado y de Ministros Abel Prieto Jiménez, en la actualidad resulta especialmente necesario cultivar el sentimiento de ser cubano y defender esa condición.
El término cubanía fue acuñado por el científico y antropólogo Fernando Ortiz, quien lo consideró de implicaciones superiores al de cubanidad, rememoró.
A juicio de Prieto, en estos tiempos donde las ideas tienen un papel fundamental es esencial conocer, defender y promover la cubanía.
El evento teórico Crisol de la Nacionalidad Cubana es una de las actividades centrales de la edición 21 de esta fiesta que se celebra desde 1994 cada año para recordar el 20 de octubre de 1868, cuando se cantó por primera en una plaza pública el Himno Nacional.
Con el fin de rendir tributo a tal suceso, esa fecha quedó instituida como el Día de la Cultura Cubana.
Proyecciones de filmes y muestra de audiovisuales, ferias de artesanía popular y tradicional, ventas de libros, conciertos, presentaciones teatrales y exposiciones de artes plásticas conforman el programa de esta jornada.
mem/ifb