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Dos modelos éticos: una década después de la advertencia de Fidel

5 de Dezembro de 2015, 15:57 , por David Díaz Ríos - | No one following this article yet.
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(Tomado de la Revista Universidad de La Habana) / Enrique Ubieta Gómez / Director de la publicación La Calle del Medio, La Habana, Cuba.

Discurso de Fidel en el Aula Magna de la Universidad de La Habana el 17 de noviembre de 2005
 
Fidel durante su intervención en el Aula Magna de la Universidad de La Habana el 17 de noviembre de 2005


I
En 1989, hace ya un cuarto de siglo, se desmoronaban el muro de Berlín y el proyecto socialista alemán. Era el principio de la caída en serie de los Estados este-europeos, proceso que culminaría en 1991 con la implosión y la desintegración del multinacional Estado soviético. El golpe era colosal: para la idea del socialismo y para los pueblos que peleaban por un mundo otro. Los socialismos no europeos -China, Viet Nam, Cuba- tuvieron que refundarse en un mundo repentinamente unipolar, sin la solidaridad simbólica, económica o militar de un bloque global, sin la certeza de los caminos ya transitados, que en muchos aspectos se verificaban erróneos. Cuba se dispuso a sobrevivir en un período indefinido de privaciones materiales extremas, que llamó “especial”. Y lo logró.
El discurso de Fidel en el Aula Magna en 2005, hace ya diez años, expone una idea que inevitablemente subyace en el entendimiento racional de cualquier proceso histórico-revolucionario en un país aislado y a contracorriente del contexto internacional: la latente reversibilidad de sus transformaciones. Pero las revoluciones, acosadas y agredidas desde todos los flancos (mediático, económico, militar), no pueden darse el lujo de reconocer en su discurso público esa posibilidad. A partir de 1991, sin embargo, fue necesario hacerlo. En sus palabras de 2005 Fidel empieza por declarar, en tono filosófico, la posible extinción de la vida humana en un mundo contaminado y sobrexplotado, y esboza la pregunta, al parecer ajena al tema de su discurso político, de si la especie humana podría emigrar a otro planeta, para enseguida acotar: “¿Nunca se lo han preguntado? Pues en algún momento se lo van a preguntar, porque uno se pregunta muchas cosas a lo largo de la vida, pero se las pregunta sobre todo cuando hay una razón para preguntárselas” . Los que asignan la mayor trascendencia de este discurso al reconocimiento de la reversibilidad del socialismo cubano, o son ingenuos o quieren mantener la atención del lector en la puerta, por la que se entra o se sale, sin dejarlo pasar.
Fidel sabe que la victoria o la derrota de una Revolución ocurren en el terreno cultural, entendido el término en un sentido amplio. Las revoluciones solo pueden extinguirse culturalmente. La consigna que enarbola en los años posteriores al “desmerengamiento” del “socialismo real”, es elocuente: “la cultura es lo primero que hay que salvar”. No se refiere solo, como algunos interpretan, a las bellas artes y a la literatura, ni reduce el empeño a las tradiciones históricas, aunque aquellas y estas sean pilares: la cultura que debe salvarse es la que intercomunica la identidad nacional y la solidaridad socialista; la interna, que se manifiesta en los programas de la llamada “batalla de ideas” -para salvar los hoyos negros de la insolidaridad o de las desigualdades que la dura década del noventa nos legara- y la externa, en los nuevos programas médicos (pedagógicos, deportivos) internacionalistas que se inician en Centroamérica, Haití y Venezuela, la creación de la Brigada Henry Reeve (originalmente, para ofrecer ayuda a los damnificados del ciclón Katrina en Nueva Orleáns), dispuesta a colaborar en cualquier rincón del mundo y en la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), bello proyecto solidario que acogería a miles de estudiantes pobres de América Latina y del Caribe, y posteriormente de África, Asia, Oceanía e incluso de los Estados Unidos. La solidaridad internacionalista tenía en ese contexto un sentido prioritariamente interno: la revitalización del socialismo. En esas coordenadas es que debe leerse y entenderse su muy comentado discurso.
De ideas es la batalla, incluso la que se propone metas materiales. “Son las ideas las que nos unen -dice Fidel en su importante discurso-, son las ideas las que nos hacen pueblo combatiente, son las ideas las que nos hacen, ya no solo individualmente, sino colectivamente, revolucionarios”. Fidel augura, a pesar de todo, el triunfo pleno. Como Agramonte o Céspedes -lo menciona en el discurso-, o como él mismo en Cinco Palmas, que creyeron posible la victoria con apenas doce hombres, dice que la nuestra es “la sociedad en la historia humana que está más cerca de poder calificarse como sociedad justa”, y vaticina que en “un mañana muy próximo, cada ciudadano vivirá fundamentalmente de su trabajo y de sus jubilaciones y pensiones”. Sigue la tradición martiana de enunciar como real, la posibilidad mejor contenida en lo inmediato visible, pero solo realizable con el esfuerzo colectivo. Y no elude la amarga verdad que deberá con urgencia enfrentarse:
¿Dónde está la justicia que no la veo? [pueden decir algunos, acota] No la veo porque aquel gana veinte veces, treinta veces más que yo como médico, o más que yo como ingeniero, o más que yo como catedrático de la universidad, ¿dónde está? Y, ¿por qué? ¿Qué produce aquel? ¿A cuántos educa? ¿A cuántos cura? ¿A cuántos hace felices con sus conocimientos, con sus libros, con su arte? ¿A cuántos hace felices construyéndoles una vivienda? ¿A cuántos hace felices cultivando algo para que puedan alimentarse? ¿A cuántos hace felices trabajando en fábricas, en industrias, en sistemas eléctricos, en sistemas de agua potable, en las calles, o en los tendidos eléctricos, o atendiendo las comunicaciones, o imprimiendo libros? ¿A cuántos?
La inversión de la pirámide social (salarial), los “parásitos” que viven a costa del sudor de los demás, los corruptos, los ladrones y los mentirosos, son enemigos del socialismo. Simultáneamente, Fidel describe las desigualdades e injusticias del capitalismo.
 
El discurso que conmemoramos es una pieza magistral de oratoria. Fidel conduce el análisis escalonadamente, con una eficiente progresión dramática. Aprovecha el recuerdo de un hecho intrascendente y risible -“al principio de la Revolución […] éramos tan ignorantes que hablábamos del toreo, porque lo habíamos visto allá por México y porque podía atraer el turismo. Vean cuánto sabíamos nosotros, y éramos ya, o creíamos que éramos, muy revolucionarios”- y agrega de inmediato:
Ustedes se están riendo, me alegro, porque me anima a contarles algunas cosas más.
Una conclusión que he sacado al cabo de muchos años: entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo. Parecía ciencia sabida, tan sabida como el sistema eléctrico concebido por algunos que se consideraban expertos en sistemas eléctricos.
Es el primer aviso de algo que está por decir. Unos párrafos más adelante, sin embargo, matiza su afirmación:
Hoy tenemos ideas, a mi juicio, bastante claras, de cómo se debe construir el socialismo, pero necesitamos muchas ideas bien claras y muchas preguntas dirigidas a ustedes, que son los responsables, acerca de cómo se puede preservar o se preservará en el futuro el socialismo.
¿Qué sociedad sería esta, o qué digna de alegría cuando nos reunimos en un lugar como este, un día como este, si no supiéramos un mínimo de lo que debe saberse, para que en esta isla heroica, este pueblo heroico, este pueblo que ha escrito páginas no escritas por ningún otro en la historia de la humanidad preserve la Revolución?
Entonces, retoma uno de los ejes centrales de su pensamiento, compartido por los grandes revolucionarios de la historia cubana, desde Varela y Luz, pasando por Martí, hasta el Che y Fidel: la ética del revolucionario y de la Revolución. Se detiene en la crítica al socialismo soviético, desde la perspectiva ética. Sostiene que Stalin no debió pactar con Hitler, aunque ese tratado le permitía a la acorralada Unión Soviética posponer la invasión a su territorio, promovida por las restantes potencias, y el ejemplo le sirve para negar la concepción de que “el fin justifica los medios”. Por las mismas razones desaprueba la decisión del primer Partido Comunista cubano de pactar con Batista en su primer período presidencial siguiendo las indicaciones soviéticas de crear frentes amplios para enfrentar al nazi fascismo, aunque dice comprender las circunstancias de la época. “Los valores éticos son esenciales, sin valores éticos no hay valores revolucionarios” , sentencia Fidel. Y entonces lanza el segundo aviso, esta vez con una batería de preguntas:
Pienso que la experiencia del primer Estado socialista, Estado que debió arreglarse y nunca destruirse, ha sido muy amarga. No crean que no hemos pensado muchas veces en ese fenómeno increíble mediante el cual una de las más poderosas potencias del mundo, que había logrado equiparar su fuerza con la otra superpotencia, un país que pagó con la vida de más de 20 millones de ciudadanos la lucha contra el fascismo, un país que aplastó al fascismo, se derrumbara como se derrumbó.
¿Es que las revoluciones están llamadas a derrumbarse, o es que los hombres pueden hacer que las revoluciones se derrumben? ¿Pueden o no impedir los hombres, puede o no impedir la sociedad que las revoluciones se derrumben? Podía añadirles una pregunta de inmediato. ¿Creen ustedes que este proceso revolucionario, socialista, puede o no derrumbarse? (Exclamaciones de: “¡No!”) ¿Lo han pensado alguna vez? ¿Lo pensaron en profundidad?
¿Conocían todas estas desigualdades de las que estoy hablando? ¿Conocían ciertos hábitos generalizados? ¿Conocían que algunos ganaban en el mes cuarenta o cincuenta veces lo que gana uno de esos médicos que está allá en las montañas de Guatemala, miembro del contingente Henry Reeve? Puede estar en otros lugares distantes de África, o estar a miles de metros de altura, en las cordilleras del Himalaya salvando vidas y gana el 5 %, el 10 %, de lo que gana un ladronzuelo de estos que vende gasolina a los nuevos ricos, que desvía recursos de los puertos en camiones y por toneladas, que roba en las tiendas en divisa, que roba en un hotel cinco estrellas, a lo mejor cambiando la botellita de ron por una que se buscó, la pone en lugar de la otra y recauda todas las divisas con las que vendió los tragos que pueden salir de una botella de un ron, más o menos bueno.
Es revelador el hecho de que una de esas preguntas, la más importante quizás, es la única respondida de forma espontánea por el auditorio, que la rechaza de inmediato. “¿Creen ustedes que este proceso revolucionario, socialista, puede o no derrumbarse?”, pregunta Fidel y enseguida se escuchan exclamaciones de “¡No!”. En su análisis el líder de la Revolución percibe los problemas, en primer lugar, como retos de carácter ético, cultural, aunque no ignora el peso del factor económico, y calcula una y otra vez los costos del despilfarro: “¿Es solo una cuestión ética?”, dice “Sí, es primero que todo una cuestión ética; pero, además, es una cuestión económica vital”.
Contrapone dos conductas: la del médico que está en las montañas de Guatemala o en la cordillera del Himalaya, salvando vidas, y la del pícaro ladronzuelo que se enriquece vendiendo “gasolina a los nuevos ricos”. Pero no responde aún, aunque insiste en que “el superpoderoso imperio” tiene “planes de transición y planes militares de acción, en determinado momento histórico” y reta a los estudiantes presentes, que son los herederos de la Revolución -no olvidemos que habla con un auditorio estudiantil-, cuando dice que “ellos [los imperialistas] están esperando un fenómeno natural y absolutamente lógico, que es el fallecimiento de alguien. En este caso me han hecho el considerable honor de pensar en mí. Será una confesión de lo que no han podido hacer durante mucho tiempo. Si yo fuera un vanidoso, podía estar orgulloso de que aquellos tipejos digan que tienen que esperar a que yo muera, y ese es el momento”. Entonces regresa a la pregunta:
Les hice una pregunta, compañeros estudiantes, que no he olvidado, ni mucho menos, y pretendo que ustedes no la olviden nunca, pero es la pregunta que dejo ahí ante las experiencias históricas que se han conocido, y les pido a todos, sin excepción, que reflexionen: ¿Puede ser o no irreversible un proceso revolucionario?, ¿cuáles serían las ideas o el grado de conciencia que harían imposible la reversión de un proceso revolucionario? Cuando los que fueron de los primeros, los veteranos, vayan desapareciendo y dando lugar a nuevas generaciones de líderes, ¿qué hacer y cómo hacerlo? Si nosotros, al fin y al cabo, hemos sido testigos de muchos errores, y ni cuenta nos dimos.
Todavía no responde. Ofrece más elementos. Una observación dolorosa queda para el estudio de historiadores y politólogos: el “tremendo” poder de los dirigentes que gozan de la confianza del pueblo puede ser destructivo, si estos se equivocan; “ha pasado más de una vez en los procesos revolucionarios”. Y enseguida se refiere a la introducción de métodos capitalistas: “uno de los grandes errores históricos”. Poco después responderá sin ambigüedades su propia pregunta: “Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra”. Ante esa posible implosión autoinflingida, reclama la acción de todos los cubanos:
Nosotros estamos invitando a todo el pueblo a que coopere con una gran batalla, que no es solo la batalla del combustible, de la electricidad, es la batalla contra todos los robos, de cualquier tipo, en cualquier lugar. Repito: contra todos los robos, de cualquier tipo, en cualquier lugar [.…] Debemos estar decididos: o derrotamos todas esas desviaciones y hacemos más fuerte la Revolución destruyendo las ilusiones que puedan quedar al imperio, o podríamos decir: o vencemos radicalmente esos problemas o moriremos. Habría que reiterar en este campo la consigna de: ¡Patria o Muerte!
II
En enero de 2006, el teórico alemán residente en México, Heinz Dieterich, publica un artículo pretendidamente solidario con el socialismo cubano, que titula sin ambages, “Tres premisas para salvar la Revolución, a la muerte de Fidel”. Corto, sintético, el texto no sobrepasa las nueve cuartillas. Su objetivo es claro: discrepar de las palabras de Fidel en el Aula Magna -aunque utiliza y mezcla las palabras de otro dirigente de la Revolución, como si la discusión fuese con este- y aconsejar el camino correcto. Dieterich cree que la comunidad internacional entró en estado de shock “cuando el Comandante que durante casi cincuenta años ha aseverado que la revolución es invencible, que “el socialismo es inmortal y el Partido eterno”, de golpe afirma públicamente lo contrario”. Dieterich no discrepa de la interpretación de un tercero, sino del propio Fidel. Lo dice claramente: “La idea central expresada por Fidel en noviembre [.…] es que la lealtad del pueblo a los dirigentes y su proyecto histórico deba derivarse primordialmente de la ética (valores, ideas y convicciones) y no del consumismo”. De inmediato, propone una enmienda que desenfoca el discurso: “La contradicción correcta sería: ética y consumo, no ética y consumismo”, dice. ¿Por qué sustituye el concepto de consumismo por el de consumo?, ¿por qué existiría una contradicción entre ética y consumo? El consumo garantiza la reproducción material y espiritual de la vida humana. El consumismo en cambio alude a la cultura del tener, que es la del capitalismo; la persona vale por lo que tiene, aún cuando “sea”, es decir, a pesar de sus otros muchos valores. La rectificación escamotea el hecho cultural de que el capitalismo no se sustenta en el consumo, sino en el consumismo. Es correcto afirmar, como hace Dieterich, y refrenda este ensayo, que:
Siendo el patrón de consumo y de cultura popular hoy día predominantemente un patrón universal, no una variable nacional, el choque en Cuba se produce entre el patrón universalizado de consumo de clase media primermundista -que le llega anualmente a la población por vía de dos millones de turistas y, cotidianamente por las películas estadounidenses que transmite la televisión- y el standard de vida que permiten el nivel de las fuerzas productivas y el sistema redistributivo del país.
Pero es preciso añadir que ese patrón es consumista, enajenado y enajenador, y, por tanto, inviable para la Humanidad, desde todas las perspectivas: ecológica, social y económica. El socialismo, o es una propuesta cultural alternativa a la del capitalismo, como entiende Fidel, o es nada. Por eso resulta extraño que solicite a un país pobre y bloqueado, la aceptación -siquiera como referente-, de un modelo inalcanzable, que desvirtúa el proyecto alternativo:
En este sentido, vacunar a los jóvenes ideológicamente contra los elementos esenciales del patrón de vida que ellos consideran justo y necesario, solo alcanzará a una minoría. Más prometedor sería identificar esos elementos, entrar en un intenso debate público, sobre todo con la juventud que es el punto más neurálgico, pero no el único que debería prender los focos de alarma, un debate al estilo de los parlamentos obreros de los noventa, y consensuar el modelo de consumo viable en este momento.
Apelar a la disciplina revolucionaria y los valores éticos en las actuales circunstancias de Cuba, tener que ser como Fidel o el Che, no cambiará el panorama general de la situación, porque las condiciones objetivas no sostienen ese discurso. Para las mayorías será más eficiente discutir democráticamente las alternativas de consumo, por ejemplo, si prefieren más hospitales o transporte, o vivienda, consumo privado, etcétera, y las vías de contemporizar ese patrón con las posibilidades del país. Mayor educación, conocimiento e información no son un antídoto al consumo.
No cuestiono la necesidad de construir consensos, ni de “desformalizar” los mecanismos democráticos del socialismo cubano. Es obvio que hay que “consensuar un modelo de consumo viable”, pero Dieterich, que sigue mirando hacia su “patrón de consumo”, ignora la necesidad de revaluarlo. Como si pudiéramos y deseáramos transitar paulatinamente, tras cada avance (entendido como crecimiento o desarrollo) económico, hacia aquel modelo. No es posible, dice, “vacunar a los jóvenes ideológicamente contra los elementos esenciales de [ese] patrón de vida”; por tanto, no debemos “apelar a la disciplina revolucionaria y [a] los valores éticos en las actuales circunstancias de Cuba, tener que ser como Fidel o el Che”. Y sentencia: “mayor educación, conocimiento e información no son un antídoto al consumo (consumismo)”. Lo que Dieterich en definitiva ofrece no son “tres premisas para salvar la Revolución”, sino tres premisas para explicar su supuesta derrota. Si la guerra cultural es imposible, ¿por qué luchamos?
III
Un excelente pelotero cubano abandona su equipo ganador en plena temporada beisbolera y se escabulle hacia un país desconocido. Su razón: vender como agente libre su fuerza de trabajo deportiva a las Grandes Ligas. Por las recientes cifras pagadas a otros coterráneos y excompañeros del equipo nacional ?que “escaparon” antes, como él?, podría aspirar con justificada razón a embolsarse una cifra superior a los 40 millones de dólares. El pelotero no puede acceder a un contrato similar desde su país, porque el gobierno estadounidense prohíbe que sea contratado si antes no escenifica el show mediático de una “fuga”, y politiza su decisión. Prohíbe incluso que las federaciones latinoamericanas, subordinadas a las Grandes Ligas, lo contraten, si antes no deserta.
Ante la disyuntiva, elige la “fuga”, es decir, asume que la pelea no es suya, sino entre los gobiernos de Cuba y de Estados Unidos. Lo hace, sabiendo o desconociendo -qué importa, para los adultos no vale la inocencia- que las Grandes Ligas pagan su calidad y al mismo tiempo, el progresivo desmantelamiento del deporte alternativo en Cuba, y que el gobierno enemigo lo recibe y exhibe como refugiado político. No está de moda la palabra, pero (se) traiciona. Algunos conocidos dicen, encogiéndose de hombros: es inevitable, nada podemos hacer frente a la fiesta de los millones. El dinero manda.
Y es obvio que Cuba jamás podría ni querría pagar esa suma -si la pagara, ella misma habría desmantelado el deporte alternativo-. ¿Y qué importancia tiene para unos u otros su existencia? Pues que es una de las expresiones más exitosas de las nuevas relaciones anticapitalistas creadas por la Revolución.
Las medallas que Cuba obtuvo durante décadas en Olimpiadas y campeonatos del orbe eran de verdad, aunque la propaganda enemiga trata de disminuirlas. Junto a esas medallas están los récords de nuestros atletas. Y la decisión de estos de no traicionar el espíritu antimercantil del mal llamado deporte amateur. ¿Cuántos millones rechazaron Teófilo Stevenson y Omar Linares, o más recientemente Alfredo Despaigne, para solo citar algunos ejemplos? Hoy, los peloteros y deportistas cubanos son reconocidos como profesionales, eso está bien, lo que no significa que estén sujetos a las leyes del profesionalismo, es decir, del mercado, lo cual está mejor. Sí, es una manera consciente de ideologizar la pelota, de preservarla como juego sano, porque si no la ideologizamos, la ideologiza el mercado: transforma el juego sano en mercancía. “Sí, soy revolucionario”, dijo firme y claro Antonio Muñoz, el Gigante del Escambray, en Miami, a los interesados aduladores. “Con lo que gano en Cuba vivo”, agregó.
Hoy, nuestros peloteros ganan un salario digno que se incrementa según el rendimiento, y reciben otras facilidades materiales, pueden contratarse en el circuito profesional japonés, y -acaba de suceder con algunos de ellos- ganar en apenas una temporada hasta un millón de dólares. Pero no basta, dicen. Cuarenta millones son más que un millón. La guerra es asimétrica, porque el desafío se plantea en el terreno de los intereses materiales, que es el de ellos.
Replanteémosla en el nuestro: el de la conciencia. O se construye una muralla de principios, de razones, de afectos, o habrá triunfado la cultura del tener, el “todo vale” capitalista. ¿Acaso es inevitable? No puedo decir qué piensa o siente un médico cubano, intensivista, con varias misiones cumplidas (Guatemala, Venezuela y Haití), cuando alguien aparece en su casa, el día de su descanso, y le pregunta sin miramientos: ¿partirías mañana para Liberia, o para Guinea Conakry o para Sierra Leona, a combatir el ébola, la epidemia más letal que enfrenta hoy la Humanidad?, ¿pondrías en riesgo tu vida por esa causa? Pero puedo contar lo que, a veces, sucede: el médico acepta y en tres horas empaca y se despide de padres, esposa e hijas. Se une en La Habana a otros cientos que también han aceptado.
La prensa de la contrarrevolución -no la global, la que cotidianamente reproduce los valores de la insolidaridad, sino la subalterna, la mediocre prensa que se empeña en desmantelar la solidaridad cubana, y elogia la actitud de los peloteros que por cuarenta millones o más, creen que es lícito hacer cualquier cosa-, intenta atemorizar a sus familiares, e insinúa sin pudor que esos médicos y enfermeros viajan forzados por “el hambre”, a cambio de un pago escasamente superior. Para los cínicos, es una respuesta tranquilizadora. Los que se encogen de hombros ante cada deserción, porque, dicen, “hay que adaptarse al mundo en que vivimos”, suspiran complacidos.
Como no puedo decir qué piensa o siente un médico cubano que decide arriesgar su vida, reproduzco la respuesta del doctor Iván Rodríguez Terrero -la suya, no la de otra persona interesada- en una entrevista que le hiciera la periodista Yuliat Acosta para La Calle del Medio:
Soy consciente de que es una misión a la que sabemos que vamos, pero de la que no podemos garantizar el retorno [.…] Tus hijos están dolidos, pero se sienten orgullosos. Tu esposa está triste porque te vas y a veces las misiones traen miles de dificultades, pero a la vez se siente orgullosa. Y que mis hijos digan: ¡mi papá fue a cumplir una misión arriesgada, tuvo el valor de ir!, sirve de estímulo también para tu familia.
[….] Cuando a nosotros nos dijeron del ébola, nadie preguntó: ¿nos van a pagar? Nunca me ha preocupado eso. Mira, si me hubiese interesado el dinero hubiese dicho: no, espérate, no voy. Yo tengo ya un poco de misiones de riesgo, tengo derecho a cumplir una misión compensada con mejores condiciones. Te digo más, yo estaba de certificado, tengo un dedo del pie fracturado, eso aquí no lo sabe nadie, y me dije: ¡me voy!
Esos médicos y esos peloteros, los que rechazan las ofertas que pisotean principios y los que las aceptan, viven en la misma sociedad. El problema no es que alguien quiera ganar mucho dinero, es lo que estaría dispuesto a hacer o no para ganarlo, qué entregaría a cambio. Habrá que construir consensos para la Cuba socialista que queremos y habrá que rechazar los que construye la globalización capitalista. Los consensos no son verdades. Fidel es irrepetible, pero ello no significa que debamos domeñar los sueños. Los que creen que las cosas sin él ya no pueden ser, no confían en el pueblo y no son, por tanto, verdaderos revolucionarios ?ni entendieron a Fidel?. Coinciden con el imperialismo; es la razón por la que podemos vencerlo. Los cientos de médicos y enfermeros que partieron hacia África, son una prueba irrefutable: en el pueblo hay reservas morales que esperan, que necesitan ser convocadas. El discurso de Fidel en el Aula Magna, pronunciado hace diez años, conserva plena vigencia. Los sietemesinos leerán apenas unas líneas e inferirán que la Revolución reconocía en ellas la inminente derrota; los revolucionarios entenderán que Fidel convocaba a la batalla cultural, ética, como siempre lo hacía, para vencer. Porque no hay alternativas.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
CASTRO RUZ, FIDEL: “Discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz, Presidente de la República de Cuba, en el acto por el aniversario 60 de su ingreso a la universidad, efectuado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el 17 de noviembre de 2005”, Versiones Taquigráficas-Consejo de Estado, <http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/2005/esp/f171105e.html&gt; [3/1/2006].
DIETERICH, HEINZ: “Cuba: tres premisas para salvar la Revolución, a la muerte de Fidel”, <http://www.rebelion.org/noticia.php?id=25012&gt; [3/1/2006].
UBIETA GÓMEZ, ENRIQUE: Cuba, ¿revolución o reforma?, Casa Editora Abril, La Habana, 2012.
UBIETA GÓMEZ, ENRIQUE: “Las reservas morales”, jueves, 2 de abril de 2015, <http://www.cubasi.cu/cubasi-noticias-cuba-mundo-ultima-hora/item/33363-las-reservas-morales&gt;.
NOTAS ACLARATORIAS
1. Fidel Castro Ruz: “Discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz, Presidente de la República de Cuba, en el acto por el aniversario 60 de su ingreso a la universidad, efectuado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el 17 de noviembre de 2005”, p. 2.
2. Ibídem, p. 12.
3. Ibídem, p. 13.
4. Ibídem, p. 24.
5. Ibídem, p. 35.
6. Ibídem, p. 26.
7. Ibídem, pp. 30-31.
8. Ibídem, p. 32.
9. Ibídem, p. 34.
10. Ibídem, p. 36.
11. Ibídem, pp. 47 y 57.
12. Heinz Dieterich: “Tres premisas para salvar la Revolución, a la muerte de Fidel”, Ética, consumo y conocimiento, p. 2.
13. Ibídem, pp. 2-3.
14. Ibídem, p. 3.
15. Iván Rodríguez Terrero: “Entrevista realizada por Yuliat Acosta”, citado en Enrique Ubieta: “Las reservas morales”.

Fonte: David Díaz Ríos

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