La intervención programada tiene como objetivo final el derrocamiento del sistema socialista —y no el simple cambio de Gobierno— porque el capitalismo no reconoce la posibilidad de que exista otra manera de organización social que no sea la suya: la que se fundamenta en la cultura del tener. En este sentido, tenemos una fortaleza, y es el legado de la obra de José Martí.
Esta es una guerra compleja, pero contamos con una fortaleza enorme, que es nuestra tradición cultural, aquella que se sustenta en Martí, la que nos condujo a la Revolución.
Enrique Ubieta Gómez*.-La percepción del problema de la subversión es compleja y es necesario apreciarla desde la dimensión de una guerra cultural. Lo primero, es identificar al enemigo, que erróneamente reducimos a un país. Arribamos a la independencia, precisamente, cuando el capitalismo transitaba de la etapa inicial a la imperialista. El capitalismo es un sistema en continua expansión de territorios y mercados. La primera y la segunda guerras mundiales fueron provocadas por disputas interimperialistas en torno al reparto del mundo. El capitalismo estadounidense, en la medida en que fue expandiéndose, conquistó territorios en el oeste y arrasando con las culturas originarias, para después usurpar más de la mitad del territorio mexicano. El conflicto histórico de Cuba con el imperialismo no se debe a una obsesión patológica de aquel país con el nuestro, o a que tengamos las tierras más hermosas o petróleo, que no tenemos, ni a sentimientos de envidia o de ambición mundanos, responde al carácter intrínseco del capitalismo.
El enemigo de la Cuba que estamos construyendo es el capitalismo, y en un sentido histórico concreto, el imperialismo. La guerra que libramos incluye la percepción, la construcción de modos de vida diferentes, de modelos de vida, de conceptos de felicidad que se opongan, que nieguen los del capitalismo. Y los del capitalismo, los de la cultura del tener, son los hegemónicos en el mundo. Por eso hablamos del capitalismo internacional e insistimos en ese concepto, porque lo que pudiéramos entender como subversión debe analizarse desde dos perspectivas: una primera que pasa inadvertida, y que es el propio proceso de reproducción de valores del sistema por las llamadas industrias culturales, las que crean y reproducen un imaginario en torno a la cultura del tener. Las páginas sociales o del corazón de la prensa plana y televisiva, por ejemplo, cumplen una función ideológica: situar como héroes sociales a los millonarios (empresarios, príncipes, artistas ricos, etc.). Ese imaginario se renueva una y otra vez. Estamos hablando de una construcción de imágenes que se difumina por todas partes, que llega a muchos lugares; que ejerce una gran influencia en la gente. Esto es lo que llamo reproducción de valores del capitalismo, del imaginario capitalista: Hollywood, premios Grammy, Grandes Ligas, NBA: todo ese andamiaje reproduce el criterio de la cultura del tener, a través de su sistema de estrellas, de las que se destaca sobre todo el dinero que devengan y no sus cualidades esenciales. Es un sistema que se supedita al mercado y a través de él, hace ideología. Todo eso llega a Cuba, está en la Televisión cubana, en los paquetes que se distribuyen, está en Internet, pero no se hace solo para Cuba, sino más bien para que no existan otras Cuba.
Una segunda perspectiva, que es la que usualmente consideramos en el concepto de subversión, es moralmente más grave: es la que pudiéramos llamar «intervención programada». Ya no es la simple reproducción global de los valores del capitalismo, sino que es una intervención a la que se destinan millones de dólares, especialmente para derrocar un sistema opuesto ya establecido, como el nuestro, en un país concreto: lo que pasa por el otorgamiento de becas, la introducción de suspicacias, desencantos, divisiones, de programas que idiotizan, porque el capitalismo vende imágenes, ilusiones, pero jamás explicaciones, las elude, trabaja cómodamente con el analfabetismo funcional; en cambio el socialismo necesita que la gente estudie, se prepare, sepa discernir, tener una mirada crítica frente a todo lo que vea.
Esa intervención programada tiene como objetivo final el derrocamiento del sistema socialista —y no el simple cambio de Gobierno— porque el capitalismo no reconoce la posibilidad de que exista otra manera de organización social que no sea la suya: la que se fundamenta en la cultura del tener. En este sentido, tenemos una fortaleza, y es el legado de la obra de José Martí. ¿Cómo se empalma esa obra en nuestra realidad actual, en nuestras pretensiones de construir un camino alternativo al capitalista? En primer lugar está la definición de la praxis política de Martí: «con los pobres de la Tierra quiero yo mi suerte echar»; Martí opta por los más humildes y esta es una Revolución con los humildes, por los humildes y para los humildes. El marxismo no puede entenderse sino como instrumento al servicio de los humildes. Para ser revolucionario, tenemos que estar absolutamente comprometidos con los pobres de la tierra, no en el discurso, sino en la propia actividad política. Una persona que no haya militando nunca a favor de la justicia social —y no me refiero a que sea o no militante del Partido—, sino a que no participe de manera activa en la vida política y social del país, no será consecuente ni con el marxismo, ni con Martí, no podrá considerarse revolucionaria.
En segundo lugar, Martí apuesta por la cultura del ser y en contra de la cultura del tener; es el hombre que escribe la famosa carta a María Mantilla en la que dice que la belleza de un ser humano no radica en lo que lleva por fuera, sino por dentro. Martí engarza también por esta vía con el proyecto socialista; no hay que convertir a Martí en marxista, lo que no era, en un defensor del socialismo tal cual lo entendemos hoy; pero su percepción sobre la cultura del ser es la base del ideario anticapitalista. Y el ser en el socialismo debe recibir según lo que aporte, según su utilidad pública, porque no se trata de que rechacemos el tener, sino de que invirtamos la ecuación. Se vale por lo que se es, no por lo que se tiene. Martí hablaba de la utilidad de la virtud, llevaba el término utilidad, tan caro al pensamiento burgués, al plano ético, de la virtud. Podría añadir otras facetas del pensamiento martiano que hoy nos acompañan, como su antimperialismo y su percepción de la necesaria unidad latinoamericana; su idea de la unidad en la diversidad de fuentes y raíces, la aborigen, la africana, la europea; su exigencia en que seamos creativos. Esta es una guerra compleja, pero contamos con una fortaleza enorme, que es nuestra tradición cultural, aquella que se sustenta en Martí, la que nos condujo a la Revolución.
*Ensayista y periodista. Director de La calle del medio
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