Romper la agenda estadounidense hacia Latinoamérica
Por Katherinne Díaz Pérez / Los hechos son estos. Un reciente análisis de un alto jefe militar de las Fuerzas Especiales del Ejército de Estados Unidos reconoce que el Comando de Operaciones Especiales está en los últimos años enfocado en “el arte de la Guerra No Convencional”; señala que las operaciones de alteración del orden no violenta, la creación de movimientos de insurgencia con “tácticas pacíficas”, son factibles emplearlas contra gobiernos legítimos, es decir, llegados democráticamente al poder y para ello deben prepararse los efectivos militares. Y destaca que Venezuela en 2013 fue víctima de “revoluciones no violentas”.
Por otra parte, se vislumbra un horizonte de conflictos interestatales latinoamericanos, que han emergido en el continente. Marchas, situaciones de inestabilidad económica, problemas sociales y de gestión gubernamental. Partidos de oposición, organizaciones de minorías sociales, grupos presionando por “demandas justas”. Adicionalmente, un programa mediático dirigido a mentir -aunque después enmienden sus errores con unas “disculpas”: caso CNN - y ponernos en nuestros ojos tales realidades para convencernos. Y si se piensa en que los actuales gobiernos en Latinoamérica han sido elegidos por vías electorales, puede que entonces veamos que las declaraciones del jefe militar tienen un reflejo práctico.
Ahora, se realiza una reunión extraordinaria del organismo regional latinoamericano, que fundaron el líder histórico de la Revolución Fidel Castro Ruz y el Comandante Hugo Chávez hace diez años, para exponer y analizar un plan de defensa contra los llamados “golpes suaves” que el Imperio ha preparado, para acabar con la ola de gobiernos progresistas en el terruño de lo “real maravilloso”.
Para aclarar, cuando llegó Barack Obama a la Casa Blanca, la academia caracterizó su política exterior como “soft power”, en algunas variantes, “smart power”. Eso en la esfera militar no es más que la dicotomía entre guerra regular e irregular, guerra convencional y no convencional. Después, vienen las variantes terminológicas como métodos no violentos, golpes suaves, blandos. Al final, todo se vincula y entrelaza hacia un mismo fin: poner el poderío nacional de Washington para cumplir los mencionados y conocidos objetivos.
También es notorio que en 2009 la Administración estadounidense había perdido espacio y reconocimiento en el continente, al verse enfrascada en dos guerras desgastantes en Medio Oriente, entre otros factores. Los primeros años de la “era Obama”, entonces, tuvieron que centrarse en resolver esos problemas exteriores y los de carácter nacional, más apremiantes.
Al parecer, desde el año pasado América Latina ha retomado espacio en la diplomacia estadounidense. Si hacemos un recorrido histórico desde la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños en La Habana hasta la Cumbre de la Organización de Estados Americanos en abril, en Panamá, observamos el interés por fortalecer la unidad e independencia continental. Por lo que Estados Unidos se ha percatado de los obstáculos que supondrá para ellos quedarse fuera. Washington está viendo que el continente no quiere reescribir las páginas de colonización política, económica, ideológica.
Sin embargo, esas son condiciones que se quedan en las raíces. Explotarlas resulta una estrategia. De ahí, que se camine por la ruta del ahogo económico mientras la subversión –método de efectos a largo plazo- va haciendo de las suyas.
Las declaraciones del diplomático norteamericano Thomas Shannon, de que Centroamérica es prioridad para Washington, confirman las hipótesis mencionadas. La suma de visitas entre John Kerry y Barack Obama al continente, además de indicar el deseo de negociar de forma personal con los líderes latinoamericanos y los compromisos formales de encuentros, muestran la importancia estratégica de nuestro continente para ese país.
El Alba está alertando de los planes inusuales de Estados Unidos que ya hemos aprendido a revelar. El futuro de Latinoamérica siempre deberá ser nuestro.
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