La universidad no puede ser asunto de unos pocos, ni estar al servicio de particulares intereses, ni puede ser considerada como desligada del contexto mundial actual y de los riesgos y amenazas que lo caracterizan. Por la misma razón, invirtiendo la perspectiva, la universidad está obligada a pensarse a sí misma en el marco de ese contexto y de la sociedad en la que está inserta, so pena de situarse en el plano de la amoralidad, con lo cual se haría inútil y prescindible.
Cuando nos planteamos la cuestión sobre el papel de las universidades en la construcción del mundo, en el marco de un espacio de debate sobre el Desarrollo Sustentable que viene realizándose desde hace 20 años a convocatoria de las Naciones Unidas, saltan a la vista un conjunto de problemas subyacentes que hacen necesariamente compleja cualquier respuesta que pretendamos esbozar.
El primero y más obvio de ellos supone, por una parte, que la universidad forma parte de la cultura y, por la otra, que la cultura tiene que ver con la sustentabilidad; es decir que la sustentabilidad no es sólo una cuestión biológica, ambiental, económica, sino que también tiene que ver con formas y modos de ejercer la acción humana sobre la naturaleza y, por tanto, es también un problema ético y pedagógico.
Es un problema ético, en tanto es responsabilidad de las actuales generaciones garantizar tanto las condiciones materiales de reproducción de la vida para las generaciones futuras, como el propio derecho a la sobrevivencia de quienes en el mundo de hoy son víctimas de los desajustes ambientales ya existentes; incluyendo entre las víctimas no sólo a los pueblos oprimidos del sistema, sino también a las generaciones jóvenes del propio mundo desarrollado, quienes, conscientes o no, tienen ya menoscabado su derecho al futuro. Esta responsabilidad ética por el futuro es la mayor de las obligaciones morales de la sociedad actual por cuanto es una responsabilidad por la vida, que es el fundamento de todo valor y de todo derecho.
Y es un problema pedagógico en la medida en que cada generación, siendo responsable de la que le sigue, está obligada a sembrar en ella los valores y conocimientos necesarios para que pueda aprender no sólo a valerse por sí misma sino también a asegurar el continuo progreso de la humanidad. La sustentabilidad de la vida no es entonces un mero problema científico, sino fundamentalmente un problema de valores, porque se trata de decidir de antemano qué tipo de vida se va a sustentar, para quiénes y en qué condiciones. Y por cuanto la vida, como ya dijimos, es el valor universal máximo, cualquier acción que la limite, la condicione, la ponga en riesgo, será a priori una acción inmoral.
Esto le da a la educación, en general, y a la universidad como su expresión más elaborada, una centralidad insustituible en el juego de condiciones de sustentabilidad de la vida, que a su vez genera una obligación moral para la sociedad en su conjunto y para los Estados, en particular. En ese orden de ideas, la universidad no puede ser asunto de unos pocos, ni estar al servicio de particulares intereses, ni puede ser considerada como desligada del contexto mundial actual y de los riesgos y amenazas que lo caracterizan. Por la misma razón, invirtiendo la perspectiva, la universidad está obligada a pensarse a sí misma en el marco de ese contexto y de la sociedad en la que está inserta, so pena de situarse en el plano de la amoralidad, con lo cual se haría inútil y prescindible.
El primero y más obvio de ellos supone, por una parte, que la universidad forma parte de la cultura y, por la otra, que la cultura tiene que ver con la sustentabilidad; es decir que la sustentabilidad no es sólo una cuestión biológica, ambiental, económica, sino que también tiene que ver con formas y modos de ejercer la acción humana sobre la naturaleza y, por tanto, es también un problema ético y pedagógico.
Es un problema ético, en tanto es responsabilidad de las actuales generaciones garantizar tanto las condiciones materiales de reproducción de la vida para las generaciones futuras, como el propio derecho a la sobrevivencia de quienes en el mundo de hoy son víctimas de los desajustes ambientales ya existentes; incluyendo entre las víctimas no sólo a los pueblos oprimidos del sistema, sino también a las generaciones jóvenes del propio mundo desarrollado, quienes, conscientes o no, tienen ya menoscabado su derecho al futuro. Esta responsabilidad ética por el futuro es la mayor de las obligaciones morales de la sociedad actual por cuanto es una responsabilidad por la vida, que es el fundamento de todo valor y de todo derecho.
Y es un problema pedagógico en la medida en que cada generación, siendo responsable de la que le sigue, está obligada a sembrar en ella los valores y conocimientos necesarios para que pueda aprender no sólo a valerse por sí misma sino también a asegurar el continuo progreso de la humanidad. La sustentabilidad de la vida no es entonces un mero problema científico, sino fundamentalmente un problema de valores, porque se trata de decidir de antemano qué tipo de vida se va a sustentar, para quiénes y en qué condiciones. Y por cuanto la vida, como ya dijimos, es el valor universal máximo, cualquier acción que la limite, la condicione, la ponga en riesgo, será a priori una acción inmoral.
Esto le da a la educación, en general, y a la universidad como su expresión más elaborada, una centralidad insustituible en el juego de condiciones de sustentabilidad de la vida, que a su vez genera una obligación moral para la sociedad en su conjunto y para los Estados, en particular. En ese orden de ideas, la universidad no puede ser asunto de unos pocos, ni estar al servicio de particulares intereses, ni puede ser considerada como desligada del contexto mundial actual y de los riesgos y amenazas que lo caracterizan. Por la misma razón, invirtiendo la perspectiva, la universidad está obligada a pensarse a sí misma en el marco de ese contexto y de la sociedad en la que está inserta, so pena de situarse en el plano de la amoralidad, con lo cual se haría inútil y prescindible.
Autor: Carmen Bohórquez
Fuente Siete a la carga