El pasado 24 de abril en la ciudad de Savar, Bangladesh, se derrumbaba un edificio con varias fábricas textiles que a fecha de hoy ha causado 382 muertos confirmados, cientos de desaparecidos y varios miles de heridos, lo que podría elevar la cifra final de fallecidos a varios centenares más. Un nuevo y gravísimo accidente que se añade a la larga lista de tragedias ocurridas en los talleres textiles de este país asiático.
En abril de 2005, 64 trabajadores murieron al desplomarse la fábrica de confección Spectrum, también en Savar. En febrero de 2006, 18 trabajadores perdieron la vida, 25 en junio de 2010, y en noviembre de 2012, 100 trabajadores más murieron en el incendio de otra fábrica. Todos estos incendios y derrumbes responden a construcciones e instalaciones inseguras y deficientes.
En Bangladesh los medios para garantizar la seguridad en el lugar de trabajo son prácticamente nulos, tan sólo cuentan con 18 inspectores y subinspectores para controlar miles de fábricas en el distrito de Dhaka. Unos déficits que si bien suponen una directa responsabilidad del gobierno y las organizaciones empresariales del país, las empresas multinacionales que fabrican sus productos en este país deben conocer. No pueden alegar que no es de su responsabilidad lo que suceda en fábricas que no son de su propiedad y mirar para otro lado.
No pueden defender que no va con ellas si las personas que trabajan los productos de sus marcas mueren quemadas, aplastadas en sus lugares de trabajo o apaleadas por el ejército cuando reclaman libertad sindical. No pueden defenderse alegando que desconocen los abusos que se producen en los centros de trabajo, o que sus auditorías no han detectado los déficits de derechos sindicales, los déficits en seguridad y las indecentes condiciones de trabajo con que se fabrican las prendas de sus marcas.
Si así fuera, y sus códigos de conducta y sus auditorías no fueran capaces de detectar e impedir catástrofes e incumplimientos flagrantes y constantes de los derechos fundamentales del trabajo, sería el momento de replantear su política de responsabilidad social y repensar una política comercial que no es capaz de garantizar que no sucedan catástrofes como la del 24 de abril.
La Confederación Internacional de Sindicatos resalta en su último informe titulado Responsabilidad subcontratada que hace pocos meses se produjo otro dramático ejemplo de auditorías sin rigor en la fábrica de ropa de Ali Enterprises en Karachi, Pakistán, donde puertas y ventanas bloqueadas impidieron que los trabajadores pudieran salir del edificio en llamas, de los que murieron 290. Hacía sólo tres semanas que esta fábrica había sido certificada por cumplir supuestamente los estándares SA8000 sobre los derechos y seguridad de los trabajadores. Nadie, ningún técnico ni experto, había visitado la fábrica.
Ali Enterprises recibió la certificación global de SAI y el correspondiente acceso a contratos con importantes marcas y mercados como lugar de trabajo socialmente responsable y seguro. Ahora, una de las empresas para las que fabricaban prendas en los talleres del edificio derruido, afirmó que este taller había pasado recientemente una inspección con resultado de cumplimiento positivo de los estándares exigidos en el código de conducta de esta multinacional, que visto el resultado de la inspección, mucho deberán mejorar para que sus auditorías tengan la mínima utilidad y su responsabilidad social la mínima credibilidad.
Una de las reacciones más extendidas en amplios sectores de la sociedad consiste en reclamar a las empresas de la moda que no trabajen en ese país. Lamento no coincidir. Entiendo que sería la opción más fácil, cómoda y, si me apuran, también la más barata para las empresas, la que menos favorece a los trabajadores y las trabajadoras bengalíes, frente a la necesidad de practicar una política real de responsabilidad social con inversiones que garanticen el trabajo sin muertes ni accidentes, con un salario vital y empleo digno, a partir de un rigurosa y costosa, es verdad, vigilancia del real cumplimiento de los códigos de conducta, necesariamente complementada con la activa intervención del sindicalismo nacional e internacional.
Es hora de decir basta para que el drama irreversible de estas catástrofes, de estos cientos de muertes y miles de damnificados, provoque la exigencia radical y decisiva de cambio en las empresas, que de una vez por todas, traspase las buenas palabras y las excusas. Es hora de exigir que las empresas cumplan con su obligación, que respondan y cumplan lo escrito en los folletos de su responsabilidad social. Es hora de no abandonar a los trabajadores de Bangladesh, de mejorar sus condiciones de vida, de trabajo y garantizar su seguridad y sus derechos, que depende también de nosotros.
Fuente: Economia digital
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