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Trabajadores de Panrico, abandonados a su suerte

13 de Janeiro de 2014, 15:12 , por Eurococas Eurococos - 0sem comentários ainda | No one following this article yet.
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La cogida y la muerte

Por Jesús Martínez,  Periodista

En la línea de metro hasta Sagrera (L5) los monaguillos de la pobreza pasan el cepillo.

En la parada de Sagrada Família se sube un chico con una guitarra, rezagado, acompañado de una niña de manos frías como la estación de esquí de La Molina: “Pero mira cómo beben los peces en el río…”. Se baja en la parada de Hospital de Sant Pau.

En Hospital de Sant Pau se sube una mujer atascada en la vejez, pese a los cincuenta años que debe de tener. Alarga las vocales, como un tiple: “Dos mecheros un eeeuro. Para cocina, por favooor. No tengo que comer, por favooor. Madre de cuatro niños, por favooor”. Se baja en Camp de l’Arpa.

En Camp de l’Arpa se sube una jovencita con un gran malestar: “Perdonad, tengo un niño pequeño. ¿Me podrían ayudar para un poco de leche?”. Se baja en Sagrera.

Y en Sagrera se sube un grupito de adolescentes que le dan a la lengua, y junto a la cantante Miley Cirus, a la “tontita” de la Jenny de su clase y a la “prepotencia de los padres”, se cuela en la conversación esta frase: “El banco ha subastado su casa, por las deudas”.

Para ir al Polígon Industrial del Besòs es necesario coger la línea de metro hasta Sagrera, y allí hacer transbordo hasta Bon Pastor (L9 y L10).

En la parada de Bon Pastor, la pegatina: “¡Panrico, en lucha!”.

Para ir al Polígon Industrial del Besòs es necesario activar el GPS del teléfono móvil. Si no necesario, sí conveniente. Hacen que te pierdas las avenidas largas y el escaso alumbrado público (la moda de las lámparas de vapor de sodio, con unos cromatismos amarillos insuficientes). Lo que sí que desprende luz, como el Pompidou-Metz, y lo que sí que brilla como el objetivo de un paparazzi, es el Bazar Bon Pastor. La fábrica Wang Bao S. L. provee de árboles de Navidad (de 12 a 55 euros), pastorcitos (1,20 euros) y monigotes en forma de muñecos de nieve (0,60 euros).

En el Bazar Bon Pastor se venden los imanes de santos por 0,80 céntimos (para encontrar trabajo, rezar a San Judas Tadeo; lo tienen).

“No sabemos dónde está la planta de Panrico, aquí no”, se te quita de encima la dependienta.

En la calle Caracas, 9, en el Polígon Industrial del Besòs, la oscuridad.

A las seis de la tarde del sábado 21 de diciembre del 2013, el sábado anterior a la Navidad, las sombras invaden la salida del centro de distribución logística de la empresa de bollería industrial Panrico (una imagen de Donuts pegada a la persiana recuerda su época de gloria). Esta industria especializada en repostería se fundó en 1962.

El centro se encuentra entre dos locales: por un lado, la firma de logos corporativos Roura & Cevasa, empapelada con estos mensajes de sus trabajadores: “Traslado forzoso=expediente encubierto barato” (“garantía de solvencia”, según su web). Y por otro lado, una firma de especialistas en limpieza de naves y locales comerciales (“desmontar todo tipo de muebles y tabiques y retirarlos al vertedero autorizado”).

Pero a esa hora, en ese día, sólo quedan los restos de lo que en algunos momentos fue una resistencia numantina. Algo similar al patio de butacas del teatro Apollo, en el West End de Londres, después de que se le viniera encima el techo de escayola.

Cerrado el centro de distribución de Panrico, las pegatinas de los sindicalistas de Comissions Obreres de Catalunya se han concentrado en este punto: “Panrico, en lluita”, con las letras de color rojo sobre fondo blanco. Y la pintada, “organitza’t i lluita”, del PCPC (Partit Comunista del Poble de Catalunya) i de la JSPC (Joves Comunistes del Poble Català). Abandonada, igual que el paso fronterizo entre España y Francia en Col de Perthus, la garita construida con tablones de madera, con bidones y con cartones de la multinacional de impresoras Hewlett Packard, cartones de aguas Veri y cartones de la envasadora Serviplast.

Suelo de palés, un sofá de tres plazas raído y unas varillas metálicas como pértigas que apuntalan la casamata.

Dos pancartas, como banderas blancas, indican los límites del vado que los trabajadores conquistaron, y del que se han retirado vencidos y humillados. En una pancarta: “Volem una solució”. Y en la otra: “Directivos, nos hacéis pobres para haceros más ricos…”.

Cerca del centro de distribución de Panrico, una nave con este nombre: “Esperanza”.

A las seis de la tarde del sábado 21 de diciembre del 2013, nadie pasea por Caracas, 9, en el Polígon Industrial del Besòs. La oscuridad.

*

A las seis de la tarde del viernes 3 de enero del 2014, unos cuarenta trabajadores en huelga hacen el segundo turno de guardia (de 14 a 22 horas; hay un turno de noche y otro de mañana) en el Polígon Industrial Santiga. La planta de producción de Panrico de Santa Perpètua de Mogoda, con 351 empleados, es la principal y la más moderna de las nueve fábricas del Grupo, y el centro neurálgico de las casi cien delegaciones en la península Ibérica. Los piquetes intentan proteger sus derechos, y mantienen parada la línea, proceder que la empresa considera que es “ilegal”.

Para ir al Poligon Industrial Santiga, donde se ubica Panrico, es necesario coger la carretera que va de Sabadell a Mollet del Vallès, y no apartarse de la estela que dejan las pancartas y los lemas pintados en las paredes de hormigón: “Solidaritat amb els treballadors de Panrico”, firmado por la Coordinadora Sindical de Sabadell; “[consejero delegado de Panrico, Carlos] Gila, cabrón, ¡nuestros hijos no ríen, lloran!”; “No a los recortes”; “Esclavos, no”; “Jóvenes, uníos a la lucha”; “Ni ERO ni acomiadaments”; “Seguimos luchando”; “Repartir el treball, repartir la riquesa”; “Sobran fuerzas para protestar, tú eliges”.

A las seis de la tarde del viernes 3 de enero del 2014, dos viernes después de Navidad, el árbol con los adornos de las Fiestas se ha plantado en el agujero de un neumático Bridgestone.

Pasada la señal de prohibido conducir a más de 30 km/h, en la pendiente que sube a la planta de Panrico, coronada por un gigantesco anuncio de Donuts, un improvisado belén con José de Nazaret, la Virgen María y el Niño Jesús. El establo se ha levantado con las tablas de los palés de madera que acarrean las carretillas elevadoras. Sobre la carretera B-140, en la Sábana Santa esta reivindicación: “Los trabajadores de Panrico os deseamos Felices Fiestas”.

La plantilla de Panrico en Santa Perpètua de Mogoda ha construido dos casetas enfrente de la factoría. Organizados como los hombres de Vasco de Gama que zarparon hacia la indostánica Calicut, la sección de carpintería hace tantos prodigios como MacGyver y como el Niño Jesús del belén que han montado. Uno de los parados de Panrico le da al serrucho: “Estamos reforzando los tablones, preparándonos para las lluvias. Ayer por la noche el viento casi se llevó la carpa”. La alcalde del Santa Perpètua de Mogoda, Isabel Garcia Ripoll (ICV-EUiA), les ha regalado las lonas que les sirven de habitáculo.

En la caseta de una de las bandas de la carretera que rodea el complejo fabril, los sofás de estos puestos de vigilancia han sido recogidos de la basura. En medio, una estufa de leña como la de Nuremberg, del cuento de Ouida. La línea eléctrica, la han cogido de Panrico. En el corcho, el llamamiento: “Importante: repartir octavillas”.

En la caseta de la otra banda, a resguardo los libros (con la elegía Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca, cuyos versos comienzan con “La cogida y la muerte”) y las figuritas artesanales que se venden en los mercadillos dominicales, y cuya venta ayuda a llenar la hucha de la solidaridad.

Un ángel caído del cielo compró en el supermercado una paletilla de jamón. Para la caja de resistencia.

“Es duro, muy duro. En 1972, yo empecé a trabajar en Panrico, como pastelera, cuando tenía 14 años. Aquí conocí a mi futuro marido, Francisco Mesa, del turno de la mañana. Esta es mi vida. Aquí he depositado mis esperanzas. Y ahora nos maltratan”, se doblega Gertrudis Hernández (Linares, Jaén, 1951), que se bebe un vaso de agua, como los peces del villancico. “Tengo tres hijos, todos en paro. Alguna tarde, mi hija nos trae unas madalenas, para merendar aquí, con las compañeras, mientras hacemos fuerza para ver si la empresa cede. Porque esto es un tira y afloja. Pero ya no sé, llevamos once semanas aquí, tres meses como quien dice, y todo sigue igual. Ninguna novedad. No sé, sí que vienen televisiones y otros periodistas, pero ¿para qué? Todo sigue igual. Esperaba que ocurriera un milagro, pero ahora espero que no acabe todo tan mal. No sé, lo que el destino me depare. Y no me hagas caso, que soy muy de soñar despierta. Nunca me hubiera imaginado que esto acabaría así. El Gila ese que es un bicho malo…”

En septiembre del 2013, el consejo de administración de Panrico nombró al economista de la Universidad de Harvard Carlos Gila “primer ejecutivo” del grupo de alimentación. Le describían como “experto en reestructuración de compañías”. De su cabeza es la propuesta de despedir a 259 asalariados. “¿La razón? La razón es que no existe razón alguna. Así de claro. Su excusa es que salimos muy caros. Tonterías. Lo que realmente quieren es externalizar la producción y hacer contratos precarios. Lo de siempre. El dinero que se ahorran se lo reparten entre el resto de ejecutivos, gente con la idea de hacer dinero”, esgrime, como si fuera la Quinta Enmienda, Alfredo Acosta (Órgiva, Granada, 1961), del área de almacén, pegado a su jersey el lema “Panrico, en lucha”. “Y como les ha sorprendido que no aceptemos sus propuestas, el castigo es irnos a la calle, sin negociación que valga.”

La empresa ha demandado a los trabajadores y les reclama cuatro millones de euros.

Por su parte, Inspecció de Treball, que depende del Departament d’Empresa i Ocupació de la Generalitat de Catalunya, ha abierto un expediente sancionador a la empresa por vulnerar el derecho de huelga.

Este reportero ha escrito a la compañía para solicitar su versión del conflicto laboral, sin que haya obtenido respuesta.

A las siete de la tarde del 3 de enero del 2014, un guardia de seguridad intenta apartar los bidones que bloquean la calle. Los cuarenta obreros de este turno, que desean conservar su puesto de trabaja, le plantan cara. El guardia de seguridad les amenaza, apuntándoles con el dedo, como si disparara.

“¡Mercenarios, dónde se ha visto, que nos faltéis así al respeto! ¡Sois unos mercenarios, eso es lo que sois!”, le increpa uno de los sindicalistas de Panrico.

La empresa ha contratado a cuatro seguratas para que vigilen la maquinaria. Por su actitud agresiva, los trabajadores han puesto una denuncia: “Cuando íbamos al parque logístico de Zona Franca para impedir que los camiones de otras plantas de España descarguen la bollería, nos decían que nos iban a dar una paliza, que nos iban a matar…”.

Dos patrullas de los Mossos de Esquadra acuden a las casetas, alumbrando las casamatas con sus “luciérnagas” (faros, que iluminan como las velas del Janucá). Median con los trabajadores. Se comprometen a dialogar con los miembros de la seguridad privada a cambio de que los huelguistas no caigan en las provocaciones. Parlamenta con ellos Ginés Salmerón (Sabadell, 1958), presidente del comité de empresa, de Comissions Obreres de Catalunya, que inicia su narración como si cantara la Odisea, de Homero, como un viaje al pasado, muy lejano, muy lejano, muy lejano: “Cuando empezamos la negociación, aprobaron el expediente de regulación de empleo…”.

En total, unos cuatro mil trabajadores elaboran en España pan de molde con corteza, pan de molde sin corteza, Bollycaos, Donuts, Donettes, Grisines, Dip-Dip… No se han solidarizado con Panrico.

Ginés Salmerón, que entró en Panrico en 1975, fuma, y se refugia en las caladas que amamantan la bronquitis. Se resiste a la crucifixión: “Hemos ido a un montón de charlas y asambleas para hacer un llamamiento al boicot. Cada vez que alguien compra un donut, nos están poniendo de patitas en la calle”.

“En suport a la lluita de les treballadores i treballadors de Panrico. Con la huelga indefinida de Panrico.” El miércoles 18 de diciembre del 2013, en el Centre Social de Sants, en Barcelona, se contó con la participación de los trabajadores de Panrico.

“Cero despidos, cero rebajas”, aparecía en el subtítulo (los ceros, con forma de dónut).

En Co-aliment, el badulaque del cruce de las calles Guadiana y Ferreria, en Sants, dos dónuts (“elaboración y servicio diarios”) cuestan 1,56 euros.

El señor de cara cobriza, aletargado, como emporrado, más lento que un procesador Intel de tercera generación, y pesaroso, te vende bien el producto: “Sí, yo he preguntado al comercial si hay donuts. Él me ha dicho que se ve que los trabajadores están en huelga. Pero hoy no huelga. Hoy sí hay donuts”.


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