Varios estudios afirman que un breve descanso de 10 a 20 minutos tiene efectos benéficos
Las empresas empiezan a mostrar interés pese al tópico que repudia dormir en el trabajo
Los tiempos modernos parecían haber acabado con la buena siesta de toda la vida. El “yoga ibérico”, como lo llamaba Camilo José Cela, desaparece poco a poco de nuestra vida diaria, aplastado por el peso de los horarios continuos, la falta de lugares adecuados y, sobre todo, por la mala imagen que da dormir —o dormirse— en el lugar de trabajo.
Pero el cuerpo humano nos pide descanso a unas determinadas horas del día e ignorarle nos sienta mal. Un estudio de la Universidad de Atenas en 2007 señaló que los que se echaban una siesta por la tarde al menos tres veces por semana tenían un 37% menos de posibilidades de sufrir un ataque al corazón que los que no se la echaban. Y, aunque efectivamente ya no tengamos tiempo para una siesta de pijama y orinal, hay estudios que afirman que una cabezadita a media tarde mejora la productividad y el bienestar.
En Estados Unidos, esta cabezadita recibe el nombre de power nap, la turbosiesta: un sueño de entre 10 y 20 minutos. Este tiempo está determinado por nuestro propio cuerpo: conforme aumenta la edad, más nos cuesta quedarnos profundamente dormidos. "A un niño pequeño, de unos siete años, puedes llevarle en brazos, subirle siete plantas y no se va a despertar", señala Diego García-Borreguero, presidente de la Sociedad Española de Sueño y director del Instituto de Investigaciones del Sueño de Madrid. "A una persona mayor le cuesta más llegar a esa fase".
Espacios para dormir
Uno de los principales inconvenientes a la hora de tomarse una cabezadita es la falta de sitios adecuados. "A la hora de elegir un lugar, mejor el que más se parezca a una cama", apunta James Maas. "Hay gente que va a la enfermería y pide echarse en la hamaca. Pero puede ser en un sofá, en un sillón o en una silla".
La Ostrich Pillow, un mixto entre cojín y gorro creada por el grupo de diseñadores Studio Banana, está diseñada para facilitar el sueño en cualquier lugar y condición. Ali Ganjavian, uno de sus diseñadores, defiende las turbosiestas como una suerte de "ducha mental", que permite despertar "refrescado": Nosotros somos un estudio creativo", señala. "Eso conlleva trabajar muchas horas, y necesitamos momentos para desconectar".
Otras empresas han preferido apostar por "espacios de descanso", como los comercializados por la empresa MetroNaps: tumbonas diseñadas para echarse una cabezadita rápida en el trabajo. Según la web de la empresa, tanto Google como la NASA han instalado esta clase de tumbonas en sus oficinas.
García-Borreguero apunta que las dos primeras y breves fases del sueño "producen cambios en determinadas estructuras cerebrales", afectando sobre todo al tálamo, el mecanismo por el cuál somos más o menos sensibles a los estímulos del exterior. La clave de la turbosiesta está en evitar la llamada fase de ondas cortas, a partir de la cual el despertarse empieza a ser más difícil. Recobrar la consciencia en esa fase nos deja aún más somnolientos.
Uno puede echar una o varias cabezaditas a lo largo del día, pero el momento en el que la necesidad de descanso se vuelve más evidente se produce aproximadamente ocho horas después de despertarnos. "Al contrario de lo que solemos creer, esta somnolencia no tiene que ver con si hemos comido o no", indica García-Borreguero. "Es una necesidad fisiológica que podemos ignorar; una ola a la que nos podemos subir o no".
James Maas, profesor jubilado de psicología de la universidad de Cornell (Nueva Jersey, EE UU), ha sido uno de los principales impulsores de la turbosiesta, tanto en libros como Aprende a dormir (Oasis, 1999), como a través de conferencias en universidades y empresas. Maas afirma haber acuñado el término power nap cuando trabajó de consultor para la informática IBM, hace 30 años. "Una siesta acaba con la somnolencia y reduce los tiempos de reacción, lo que a su vez disminuye la capacidad de cometer errores", señala en una entrevista telefónica. "Eso mejora la productividad, además de ayudar a mejorar nuestra capacidad de pensamiento crítico y creativo".
La NASA, la agencia espacial estadounidense, fue una de las primeras en estudiar el potencial de las turbosiestas para mejorar la efectividad de los astronautas. “Para nuestra sorpresa, la memoria operativa [la que permite pensar en cosas y trabajar con ellas en la mente] mejoró tras las siestas”, afirmó tras el estudio su responsable, David Dinges, “pero la capacidad de estar alerta no sufrió grandes cambios”. Otro estudio, del estadounidense Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH, en sus siglas en inglés), señaló que la capacidad de aprender una habilidad motora aumentaba en un 20% en las personas que se tomaban una cabezadita.
¿Cuál es la clave? Al entrar en la segunda fase del sueño, la que precede a la de ondas cortas, "nuestro cerebro se convierte en una boya y se aísla", en palabras de García-Borreguero. "Esto hace que nuestro sistema nervioso parasimpático gane importancia, lo que disminuye la función respiratoria y activa la producción de hormonas como la del crecimiento —importantísima para los niños— y la melatonina".
Un estudio encargado por Eurocontrol, la organización europea de navegación aérea, señaló que una cabezadita de 20 minutos reducía “de forma significativa” el cansancio. Esto llevó a que en Suiza —un cruce de caminos europeo atravesado por muchos vehículos que realizan largos recorridos — una campaña organizada por el Centro Suizo de Prevención de Accidentes y el Touring Club recomendase las turbosiestas para reducir la fatiga.
Las bondades de una breve cabezadita también han convencido a algunas empresas. Los partidarios de las turbosiestas suelen señalar a Google como una gran compañía que ha adoptado la práctica para sus empleados, pero el gigante informático recuerda que el reposo no es obligatorio. “Lo que tenemos son áreas de descanso y relajación donde los trabajadores pueden relajarse, estar en silencio o dormir”, matizan desde la empresa, “aunque si no quieren dormir, pueden no hacerlo”.
A pesar de que la idea va cuajando poco a poco, es difícil combatir el tópico de que dormirse en el trabajo es señal de vagancia. "Es como luchar contra el tabaquismo o contra el alcohol al volante", considera Maas. "Al final, como en todo, se miran las cifras. Las empresas ven los efectos económicos, tanto en el incremento en la productividad como la reducción de gastos sanitarios para sus trabajadores, y se convencen. La gente está empezando a entender que el dormir bien no es un lujo, es una necesidad".
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