España suma 300 horas trabajadas más al año que Alemania y Austria
24 de Janeiro de 2014, 14:21 - sem comentários aindaEspaña se sitúa por debajo del promedio de la OCDE en horas anuales trabajadas por trabajador, pero registra unas 300 horas más al año que Alemania y Austria, según datos de la OCDE recogidos por el Instituto de Estudios Económicos (IEE).
En concreto, España contabiliza 1.686 horas anuales, mientras que el promedio de la OCDE se sitúa en 1.765 horas. Grecia es el país de la UE con el mayor número de horas anuales, con un total de 2.034 horas, seguido de Polonia (1.929 horas), Estonia (1.889) y Hungría (1.888).
La República Cecha (1.800 horas) y Eslovaquia (1.785 horas) también están por encima de la OCDE, mientras que Italia se queda justo por debajo, con 1.752 horas anuales.
Austria y Portugal bajan al entorno de las 1.690 horas y España contabiliza un total de 1.686 horas trabajadas al año, por debajo del promedio de la OCDE, pero por delante de países como Alemania o Austria.
Finlandia, Reino Unido, Eslovenia, Suecia y Luxemburgo también superan las 1.600 horas al año, mientras que Francia se queda en 1.479 horas. Alemania (1.397 horas) y Austria (1.381 horas) son los países europeos de la OCDE con el menor número de horas trabajadas por el trabajador.
El (neo) liberalismo niega voz y subjetividad al trabajo
24 de Janeiro de 2014, 14:19 - sem comentários aindaPor Antonio Baylos , Catedrático de Derecho del Trabajo. Universidad de Castilla La Mancha, en nuevatribuna.es
Siguen las movilizaciones sociales. El último ejemplo, el de Gamonal en Burgos, ha sido el ejemplo más repetido de cómo una lucha social y ciudadana puede conseguir éxitos muy señalados. Aunque en algunos comentarios lo más destacado fuera la capacidad de rebelarse de un barrio popular, más incluso que esa movilización hubiera logrado una importante victoria frente al autoritarismo y la corrupción municipal. A propósito de ello, surge una reflexión objeto de este comentario.
El (neo) liberalismo niega al trabajo capacidad de interlocución política. Lo cosifica, considerándolo una mercancía, y a los portadores del mismo, los trabajadores, los esconde tras imágenes deformantes. Son individuos libres que pactan entregar sus energías a cambio de un salario. Es el salario el elemento decisivo para su calificación como sujetos de derechos. Expectativas que se deducen de un contrato sobre el valor de su trabajo medido en términos de salario y conceptuado como coste del proceso productivo. El sindicato es un mediador – aceptado o impuesto – en la determinación salarial y del tiempo de trabajo. Anclado en el mercado laboral y en la relación contractual que consagra la libertad del intercambio salarial, el trabajo no puede ingresar en la esfera de lo público, de la determinación del interés general, como interlocutor político. No tiene voz porque no es un sujeto político ni sus representantes –los sindicatos de trabajadores- alcanzan la condición de generalidad necesaria. Son siempre “particulares”, “profesionales”, “laborales”. Y las determinaciones que se producen en las relaciones materiales de la existencia de las personas que trabajan – los conflictos que las atraviesan, las reglas que las disciplinan – son siempre privadas, de carácter esencialmente económico, no políticas. Es un mundo aparte que se mantiene opaco ante las perspectivas de emancipación derivadas de la consideración democrática y ciudadana. El trabajo asalariado se desarrolla en un espacio de autoridad incontestada a la que no puede exigírsele que se adecue a las formas democráticas. A ello se ha unido en los últimos tiempos una perspectiva que enlaza el trabajo con el empleo, relacionando la cantidad de éste con la devaluación del valor económico de aquel. Cuanto menos valga el trabajo, más empleo habrá.
Frente a ello, todos los esfuerzos del discurso antiliberal han ido dirigidos a la politización del espacio del trabajo y a considerarlo como un terreno decisivo para la configuración del status de ciudadanía. El paralelismo entre la lucha de la burguesía por el reconocimiento de sus libertades y la necesidad de una trayectoria paralela de los trabajadores por la conquista de la democracia en la empresa y en los lugares de la producción no ha tenido la continuidad histórica ni cultural que habría sido precisa para afirmarse en el discurso político común de las fuerzas reformistas.
El ciudadano es por el contrario una figura aceptada por la escisión liberal como un sujeto abstracto, no cualificado por su posición subalterna social y económicamente, que coopera a la conformación del interés general y que goza por tanto de la aceptación condicionada a su empleo funcional al desarrollo de la riqueza de todos y a la preservación de las libertades económicas que la encuadran. El discurso antiliberal se ha beneficiado de esta figura abstracta y universal y la ha completado con otro contenido activo y exigente que requiere prestaciones públicas que nivelen las desigualdades sociales, sitúen fuera de la lógica del mercado determinadas exigencias de vida e involucren el espacio público en los intereses de la mayoría, en los bienes comunes de la población. En ese mismo discurso el trabajo se presenta como la condición necesaria de esa ciudadanía social, pero es muy difícil aproximar el espacio de la ciudadanía al de un trabajo fragmentado, dislocado y precario que progresivamente se afianza como el único horizonte real posible de empleo. Inestable y devaluado.
Esta apreciación diferente se comprueba en el discurso actual frente a las políticas de austeridad frente a la crisis. La narrativa de contestación de estas políticas que se basa sobre la reivindicación de una ciudadanía activa, participativa, es mucho más fuerte que la que incorpora a este discurso el elemento de la subalternidad del trabajo, la erosión de los derechos laborales y la devaluación progresiva del salario. Y ello con independencia de que esa narración la efectúen los movimientos sociales o el sindicalismo de clase.
La debilidad del argumentario que reposa sobre la centralidad del trabajo y la remoción de las situaciones de autoritarismo y explotación es algo detectable también en el discurso sindical, mucho más compacto en la reivindicación de la ciudadanía social, como si se diera por descontado que el dogma liberal de la opacidad del trabajo a la democracia tuviera tal carga de realidad que fuera improbable su remoción en la acción política de los sujetos sociales. Como también se manifiesta en la actividad cultural de los juristas críticos que actúan en este marco antiliberal y democrático, mucho más interesados en el desarrollo de las técnicas de garantía y de los contenidos de los derechos sociales ciudadanos que en la disciplina jurídica del trabajo, que cuenta con técnicas e instrumentos ya consolidados dogmáticamente que sin embargo son reconfigurados y devaluados en las últimas reformas laborales.
La opacidad democrática del trabajo se expresa asimismo en las formas de conflicto que adoptan las movilizaciones sociales. La sublevación de la ciudadanía en cuanto partícipe de un territorio y de unas necesidades de vida en la ciudad, o de unos servicios públicos son los elementos más subrayados como modelos para la acción. Por mencionar los ejemplos más relevantes, la actuación de la PAH por el derecho a la vivienda se mueve en esa dimensión, aunque hace referencia más precisa al desarrollo y garantía de un derecho social que está construyendo en gran medida la propia presión popular y las formas especiales de dar visibilidad al conflicto, como los “escraches” emprendidos con tanto éxito y participación. Las “mareas ciudadanas” y fundamentalmente la de sanidad y enseñanza, gestionan y expresan un descontento en relación con la prestación de un servicio público y saben estar presentes en las calles con una vistosidad muy notable. La referencia a la posición social de estos ciudadanos marcada por el desarrollo de una actividad laboral asalariada o de cuidados, por la prestación de un trabajo, se coloca en un lugar muy residual. Los ejemplos que podrían insertarse en ese proceso de rechazo y resistencia, como la lucha victoriosa de los trabajadores de la limpieza de Madrid a través del ejercicio de su derecho de huelga, no se mantienen en el discurso explícito que alimenta la contestación a las políticas de austeridad en la mayoría de sus exponentes más cualificados. La huelga es un modo de acción lejano de las pautas preponderantes de la movilización ciudadana e incluso no se considera que forme parte de ésta.
Parecería que el propio sindicato se aparta de los moldes clásicos que canalizan y expresan el disenso frente a las políticas públicas de recortes y de reformas estructurales a través de la huelga general. Por un lado el sindicato español tiene dificultad en expandir el conflicto más allá de la empresa – aunque sea muy eficaz en dirigir y gobernar el conflicto en la misma – pero además sabe que la huelga que subvierte la normalidad productiva de los trabajadores y sólo de éstos no alcanza el grado de presión social necesario para involucrar a la ciudadanía como categoría popular, política. Dejando de lado el problema de la eficacia de la huelga y por tanto de su percepción como instrumento central de la participación de los trabajadores en un proyecto de reforma social – tema al que posiblemente se dedicará una reflexión específica en breve – la huelga general ha dejado de ser un acto de resistencia general que expresa el rechazo del trabajo prestado en régimen de explotación y de autoridad incontestada. Se considera más bien un trabajoso momento en el que se hace presente la representación colectiva del trabajo y su capacidad de influencia entre un amplio número de trabajadores, una reivindicación del sujeto colectivo que representa el trabajo y que se exhibe como interlocutor político. Pero ese proceso de exteriorización es penoso y agotador, gasta muchas energías personales y medios materiales y no obtiene un éxito ciudadano entendido como afectación del consumo y de la cotidianeidad de la vida de las personas.
Posiblemente es esa convicción la que ha llevado a los sindicatos españoles a compartir sus formas de movilización con las que se expresan desde la esfera de la ciudadanía social, a fundir sus reivindicaciones con las que manifiestan los movimientos ciudadanos, a los que por cierto el sindicato da organización y estructura. Exhaustos ante la movilización “particular” frente a la degradación del trabajo, las últimas huelgas que reivindican un tratamiento garantista del derecho al trabajo se detienen ante la Ley 3/2012 de reforma laboral. Las últimas medidas en esta materia – el RDL 16/2013 – han sido criticadas de forma contundente pero sin arbitrar una respuesta en el campo del conflicto. Tampoco han sido muy consideradas en el discurso alternativo de la movilización social contra las medidas de austeridad.
Aunque lo importante para los sujetos que reciben y resisten las consecuencias de las políticas de austeridad es percibir las formas a través de las cuales se expresa un claro rechazo a las mismas, es también conveniente prestar atención no sólo a los hechos o a las prácticas llevadas a cabo colectivamente, sino a la manera en que se produce la deslegitimación de la actuación de los poderes públicos y privados, la repulsa a la corrupción y al autoritarismo, en definitiva, la narrativa que emerge de estos sujetos frente a la sucesión brutal de acontecimientos y su imposición violenta por las autoridades de gobierno y el poder empresarial.
Y el discurso es diferente en uno y otro supuesto, el de los recortes sociales y el de la degradación de los derechos derivados del trabajo. En este último caso, se ha actuado desde las sucesivas reformas legislativas favoreciendo la fragmentación, la variabilidad y la atomización de los intereses de los trabajadores para romper la capacidad de agregación de la forma sindicato y difuminar su poder contractual. Con el poder público el diálogo social ha quedado prácticamente desactivado ante una política definida de manera unilateral frente a la que solo cabe una intervención adhesiva por parte de los sujetos que representan el trabajo en una sociedad determinada. El trabajo sigue siendo considerado como un espacio opaco a la consideración democrática, un territorio donde la autoridad del poder privado no puede ser contestada ni colectiva ni individualmente, un momento secundario en la movilización social y política de los proyectos reformistas.
Recomponer esa asimetría es importante. Ante todo para el propio sindicato, que necesita seguir construyendo un modo de estar en el trabajo que no implique la anulación de los derechos del trabajador y del ciudadano y que por tanto debe repolitizar democráticamente ese espacio de actuación. También servirá para reformular la relación con los movimientos sociales recuperando el lado oculto del trabajo como eje de explicación de la desigualdad social y la remercantilización de la existencia. Ayudará en fin a que la izquierda política supere las demasiadas inseguridades que denota respecto del proyecto de reforma que encarna, tanto en el nivel europeo como en el plano nacional.
Los responsables de las crisis europeas están en el norte, no en el sur
24 de Janeiro de 2014, 14:17 - sem comentários aindaEste artículo señala y muestra que la persistencia de la crisis financiera y económica europea se debe más al comportamiento de los gobiernos de los países centrales y nórdicos de Europa que al de los de los países periféricos. Dentro de las coordenadas de poder dentro de la Eurozona, es imposible para los países periféricos como España salir de la crisis, hecho ocultado en los mayores medios de comunicación del país.
Los países del sur de Europa (Grecia, Portugal y España) están en una situación desesperada, como reflejan sus elevadas tasas de desempleo. Y las predicciones para que ello mejore no son halagüeñas. Según la Comisión Europea el desempleo continuará muy alto durante la próxima década, lo cual quiere decir que se quemarán varias generaciones.
Un tanto igual ocurre cuando miramos, en lugar del nivel del desempleo, el nivel salarial. Los salarios han estado bajando y bajando –como parte de lo que se llama la devaluación doméstica- a fin de abaratar las exportaciones, las cuales, se nos dice, nos sacarán del agujero, cosa que es obviamente falsa. En realidad, tal como está estructurada la Eurozona, es imposible que los países del sur puedan competir con los países del Norte. Veamos los datos.
Comencemos por Alemania. La economía de este país se basa en una enorme devaluación doméstica (conseguida a costa de que aproximadamente una cuarta parte de su fuerza laboral esté en condiciones de gran precariedad) a fin de conseguir estimular la economía a base de exportaciones. Ello determina un superávit anual en su balanza por cuenta corriente (current-account surplus) de nada menos que de unos 125.500 millones de euros al año (promedio anual desde que se estableció el euro en 1999). Es el segundo país en superávit después de China (algo más de 162.000 millones anuales). Como bien escribe Kemal Dervis en su artículo “Northern Europe’s Drag on the World Economy” (del cual extraigo la mayoría de datos de este artículo), es sorprendente que mientas China está bajo una enorme presión para que reduzca tal superávit, a Alemania se la deje tranquila, sin que sufra amenazas de sanciones como las que sufre China.
Bajo estas circunstancias, es muy difícil que estos países puedan salir de la crisis a base de exportaciones, ganando en competitividad a Alemania, pues los establishments de estos países quieren ganar en competitividad mediante la bajada de salarios (que está deprimiendo más y más la demanda doméstica).
Pero la situación es todavía peor. No es solo Alemania la que tiene un superávit anual en su balanza por cuenta corriente, sino todos los países del norte (Suecia, Dinamarca, Noruega y Suiza, que no tienen el euro pero definen el valor de su moneda en relación al euro), así como Austria y Holanda dentro de la Eurozona. Ello implica que el superávit de esta Europa del Norte (cuya moneda, directa o indirectamente, es el euro) es de nada menos que de unos 406.000 millones de euros (el de China este año será de unos 111.000 millones), lo cual es una cifra enorme, y que explica, entre otras razones, la enorme fuerza del euro, lo cual perjudica enormemente a los países del sur pues dificulta sus exportaciones.
Ante este panorama tan sombrío hay solo dos soluciones. O bien salirse del euro (una posibilidad que debería considerarse) o hacer que la demanda doméstica de los países del norte crezca a base de aumentar los salarios de los trabajadores del norte. Nunca se había visto de una manera más clara que los intereses de los trabajadores del sur y del norte coincidieran más. Pero el hecho de que esta alternativa no se esté considerando se debe al gran dominio que el capital financiero (que se beneficia del euro fuerte) y el industrial (que se centra en las exportaciones) tienen en todos aquellos países y en la estructura de gobierno del euro.
De ahí que la alianza de las clases trabajadoras a nivel europeo representaría una gran amenaza a los intereses de estos establishments, lo cual explica su apoyo a tesis racistas y chauvinistas (léase la prensa alemana y nórdica, y lo verá), que intentan evitar esta alianza, presentando a los trabajadores alemanes, por ejemplo, como sujetos de intereses opuestos a los obreros españoles, griegos y portugueses. Así de claro
Artículo publicado por Vicenç Navarro en la revista digital SISTEMA, 29 de noviembre de 2013
La desigualdad creciente es un problema para la democracia
24 de Janeiro de 2014, 14:16 - sem comentários aindaEL País. -Todo parece en venta: se puede conseguir pasar la pena de prisión en una celda mejor que el resto si se pagan 82 dólares por noche en Santa Ana (California); el derecho a emitir a la atmósfera una tonelada de dióxido de carbono sale por 13 euros en la UE y hasta es posible comprar el seguro de vida de un enfermo o anciano, pagando todas sus primas mientras viva, para luego cobrar los beneficios cuando fallezca, lo que implica que cuantos menos años viva, más jugoso es el negocio. Una aberrante lista de ejemplos ha sido recopilada por Michael J. Sandel, profesor de Filosofía Política en la Universidad de Harvard, en su último libro Lo que el dinero no puede comprar. Los límites morales del mercado. Sandel, que participó esta semana en un coloquio en Madrid, invitado por el Aspen Institute España, alerta sobre los peligros de la desigualdad en una época en la que la riqueza no sirve solo para tener más yates o mejores coches, sino para comprar casi todo: influencia política, seguridad...
Pregunta. Dice que hemos pasado de una economía de mercado a una sociedad de mercado: la primera sirve para organizar la actividad productiva y la segunda permite que los valores mercantiles impregnen todos los aspectos de la actividad humana. ¿En qué momento se cruza esa frontera?
Respuesta. Es difícil decir cuándo exactamente. Hay una vida social, una actividad humana, a la que los mercados no pertenecen y hay muchos ejemplos que muestran lo perjudicial que es que ocurra. Hay áreas donde los valores de mercado se están imponiendo, como la sanidad o la educación, y necesitamos el debate.
?Si pudieras salir a la calle a comprar amigos, no funcionaría?
P. El problema es que parece muy progresivo, inadvertido: un día asumes que es normal pagar para hacer menos cola en un aeropuerto, otro que si pagas más tendrás más pruebas médicas... Y un día, ¿por qué no pagar por conseguir un órgano para un trasplante si alguien te lo quiere vender?
R. Exacto, es muy gradual: cada vez que introducimos los valores de mercado a un área parece un paso pequeño en esa dirección. Por ejemplo, pagamos un sobreprecio para lograr saltarse una cola en un parque de atracciones, o por tener un asiento más cómodo en un avión. Entonces estamos comprando un servicio que ofrece una compañía, pero la cosa cambia totalmente si ese sobreprecio nos vale para saltarnos una cola del control de seguridad, porque no es un servicio privado, sino una cuestión de seguridad nacional, la protección de todos y ahí [el dinero] marca diferencia en nuestra relación con la seguridad pública y los espacios públicos. Así que lo que empieza como una práctica inocente, incluso lógica, cambia la relación entre los ciudadanos. Ahora los lobbies pueden pagar a otras personas en Washington DC para que hagan cola por ellos y tengan sitio para asistir a los debates que más les interesan en el Congreso... Esto no es un parque de atracciones, est o es el Congreso, muy diferente... Así que debemos dar un paso atrás y debatir a qué área pertenecen los mercados y en qué áreas no deberían entrar porque perjudican la vida democrática.
?Muchas democracias debaten sobre temas técnicos, en lugar de grandes valores?
P. La mercantilización de todo agrava la desigualdad entre las personas, según dice en su libro. Pero no todo el mundo ve la desigualdad como un problema. Su colega en Harvard, Martin Feldstein, explica que esta no importa si se combate la pobreza, si todo el mundo gana más, aunque sea desigual.
R. Discrepo. La desigualdad es un problema más allá de la pobreza. Si la brecha entre ricos y pobres se vuelve muy grande, aunque nadie pase hambre, las personas empiezan a vivir vidas cada vez más separadas, en distintos barrios, distintos medios de transporte, distintos médicos, dejan de convivir en los espacios públicos... No es bueno para la democracia. La democracia no requiere igualdad perfecta, pero si la gente vive en esferas cada vez más separadas, el sentido de ciudadanía y de bien común es más difícil de sostener. Así crece el riesgo de que no nos sintamos ciudadanos, por eso la igualdad importa, sobre todo ahora que el dinero puede comprar más y más bienes esenciales.
P. Pero los Gobiernos parecen cada vez más débiles ante el poder de los mercados.
R. Hay una frustración creciente en las democracias de todo el mundo, por cómo funcionan las constituciones y actúan los partidos políticos, y la razón, creo, es que los discursos públicos están vacíos de los grandes temas éticos. En la mayor parte de democracias no se está debatiendo sobre las grandes cuestiones como la justicia, la desigualdad o el papel de los mercados... Es porque tememos el desacuerdo y creemos que las soluciones de los mercados pueden proporcionarnos un modo neutral de solventar los conflictos y el resultado es la pérdida de confianza en las instituciones. Muchas democracias debaten hoy sobre temas técnicos, en lugar de grandes valores como la justicia o el bien común.
?Los discursos públicos están vacíos de grandes temas éticos?
P. Dice que el problema empieza cuando las reglas del mercado imperan donde no deberían. ¿El mercado es amoral por definición?
R. Muchos economistas creen que las reglas del mercado son neutrales, pero yo no lo creo. Cuando introducimos la lógica mercantil a conceptos como la ciudadanía, por ejemplo, cambia el significado y el valor de esa ciudadanía. Con un televisor, la compraventa no cambia su valor, es el mismo aparato. Pero, por ir a un extremo, no ocurre lo mismo con la amistad: si pudieras salir a la calle y comprar amigos, no funcionaría, porque el mismo hecho de comprar esa amistad cambiaría el significado de la relación. Si aceptamos que las personas puedan comprar la ciudadanía, el significado de lo que es la ciudadanía cambia. Por ejemplo, hay escuelas que incentivan a los alumnos a leer libros a cambio de cobrar dos dólares, en este caso por el hecho de mercantilizarlo, el valor de leer un libro cambia.
P. España anunció en primavera la llamada Golden Visa para extranjeros: invertir dos millones en deuda pública o comprar un inmueble a partir de 500.000 euros otorga permiso de residencia. ¿Lo incluiría en su libro?
R. Sí, sería un gran ejemplo... Les dicen que puede comprar su permiso para vivir aquí. Algo similar sucede en EE UU: si inviertes 500.0000 dólares y se crean 10 empleos en zona de alto paro, consiguen las tarjetas de residentes.
P. Desde ese punto de vista, ¿es la prostitución otro de esos ejemplos en los que se mercantilizan áreas humanas?
?Hay que decidir qué área pertenece a los mercados y en cuáles no deberían entrar?
R. Es otro ejemplo de cómo el hecho de comprar o vender algo como el sexo devalúa el significado de esa relación.
P. La compraventa de órganos está prohibida en la mayor parte de países, vista a veces como algo aberrante, pero ¿no es la salud un bien comerciable ya desde hace tiempo? En algunos países como EE UU ya está supeditada a poder tener un buen seguro privado.
R. Hay un cierto paralelismo entre el libre mercado de órganos y de servicios sanitarios, en ambos casos el acceso a la salud y en algunos casos incluso a la vida. En EE UU llevamos un proceso de reforma de los servicios médicos, como el obamacare, pero desgraciadamente no ha ido lo bastante lejos, aunque haya una mejora. En China, por ejemplo, hay largas colas para ver a un doctor y hay veces que tienes que esperar días o incluso una semana para lograr la cita, que se revenden a precios muy altos. Puedes practicar la reventa para conciertos de estrellas, ¿pero queremos que eso se pueda hacer también con las visitas al doctor?
P. ¿Por qué cree que el triunfalismo en el mercado ha tocado a su fin?
R. No lo creo, yo creí, como hizo mucha gente en 2008, que con la crisis tendríamos un nuevo debate sobre el papel de los mercados, pero no ha pasado y uno de mis objetivos es inspirar este
Quem é mais forte e seguro?
20 de Janeiro de 2014, 8:27 - sem comentários aindaMuita gente acredita que os veículos mais antigos, "feitos de ferro mesmo", com seus enormes parachoques de aço cromado, suas amplas frentes de chapas estampadas com mais de 1mm de espessura são mais seguros que os veículos atuais com seus parachoques de plástico e chapas finas.
Veja o crashtest que simula uma batida entre um veículo produzido em 1959 e outro produzido em 2009.