Martí, al que muchos llaman "el más universal de todos los cubanos" escribió en 1893 "Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro. Cubano es más que blanco, más que mulato, más que negro. En los campos de batalla, muriendo por Cuba, han subido juntas por los aires las almas de los blancos y de los negros. En la vida diaria de defensa, de lealtad, de hermandad, de astucia, al lado de cada blanco, hubo siempre un negro". Mucho más que un siglo después, aún es un tema que ocupa el interés de los hombres:
Apuntes para una cartografía en torno al debate del término Afrocubano/a.
Por Alberto Abreu*
En los últimos tiempos la impugnación del término afrocubano se ha colocado como un lugar común en diferentes intervenciones de intelectuales cubanos. Los intentos por descalificar este término provenientes, casi siempre, del ámbito académico institucional, y los argumentos esgrimidos por sus detractores trascienden la dimensión terminológica, y vehiculan un grupo de cuestiones relativas a la preservación de la identidad nacional, la historia de la nación y la unidad de la Revolución Cubana. Desde luego que tales impugnaciones no resultan nuevas. Me recuerdan la reacción que hacia finales de la década del ochenta produjo en el paisaje intelectual cubano el encuentro de un grupo de jóvenes artistas e intelectuales con los postulados teóricos del post estructuralismo y la post modernidad, y los descalces de aquella generación emergente a ciertos marcos analíticos, paradigmas teóricos, así como al monolitismo de sentido, las percepciones enclaustradas del sujeto y la identidad nacional heredadas de los años setenta, las cuales se tornaban inoperante para analizar estos nuevos gestos culturales. Sobre la manera en que, tiempo después, esa misma academia recicló hasta hacer suyos tales presupuestos, discursos y obras -presentándolos, en muchas ocasiones, como una conquista suya-, es otra historia que no puede hacernos olvidar aquellas tensiones y encarnizados debates que, en el marco de las luchas interpretativas y en el plano de las relaciones saber-poder atravesaron el campo cultural cubano de la segunda mitad de los ochenta y primeros años de la década del noventa. En primer lugar, porque una zona importante de aquellas poéticas emergentes (René Peña, Armando Mariño, Douglas Pérez, Elio Rodríguez, Belkis Ayllón, Pedro Álvarez, el método de actuación trascendente de Tomás González, la cultura hip hop) interpelaban las políticas de representación, hasta entonces vigentes, sustentadas en un sujeto nacional homogéneo, al tiempo que se abrían a provocadoras representaciones del cuerpo racializado negro, deconstruyendo un grupo de mitos arraigados en el imaginario popular. Compulsadas por esa fascinación posmoderna por los bordes, la alteridad, la carnavalización, el neohistoricismo y la disolución de las fronteras entre lo culto y lo popular, estas obras desmontaban ciertos silencios, estrategias de reducción que habían devenido en signo de la centralidad del poder del blanco frente al sujeto negro/a o mulato/a.
Sin embargo, ya entrado el nuevo milenio se produce un desplazamiento de estos análisis y debates, hasta entonces enunciados desde el campo de las presentaciones simbólicas y el discurso sobre el arte y la literatura, al campo de las ciencias sociales, lo que trajo consigo la aparición de nuevas voces, textos o proyectos socio-culturales que, desde disciplinas como la historia, la antropología, la etnografía, jerarquizaron el abordaje de estas problemáticas. A ellos habría que sumarle otras cuestiones relativas a los paradigmas y el status teórico-metodológico de estas disciplinas para encarar esos nuevos desafíos provenientes de los imaginarios y sujetos subalternos, de la memoria contada desde el poder o desde la perspectiva del otro. Lo anterior resulta válido para entender por qué los debates sobre el término afrocubano/a, dentro del campo intelectual cubano de hoy, no sólo remiten -una manera u otra- a ciertos vacíos, momentos de tensión e irresolución simbólica dentro nuestra memoria nacional, sino que también necesariamente competen al status teórico de nuestras ciencias sociales, y sobre todo a las luchas que se libran en el espacio de las relaciones saber-poder.
Por estas razones, a pesar de que algunos –como suele ser ya un lugar común en este tipo de debates culturales- intenten presentar al término afrocubano/a como peyorativo, erosionador de la identidad nacional, dicho rótulo se coloca como el lugar teórico que describe y donde se dilucidan un grupo de fricciones entre la viejas y las nuevas epistemologías raciales. Lo que intento decir, es que más allá de los afeites políticos, de implante neoliberal, etc., con que intentan ser presentado por algunos de sus detractores, los debates alrededor del vocablo afrocubano/a no son más que otro capítulo de las tantas luchas interpretativas libradas en la historia del campo intelectual cubano, donde lo que está en juego son relaciones de saber o lo que Pierre Bourdieu, en “La fuerza de la representación”, llama: “el monopolio respecto al poder de hacer ver y hacer creer, hacer conocer y hacer reconocer”. Así lo sugieren muchos de estos textos que vienen germinando desde los bordes del saber institucional, y en los que se advierten la impronta deconstructiva de los estudios subalternos y decoloniales, la crítica cultural y el pensamiento afrofeminista frente a la voluntad centrista y unificadora de una academia que en nombre el conocimiento verdadero se afana en domesticar, ordenar, jerarquizar gestos culturales, sujetos e imaginarios que antes proscribió por iletrados, no cultos. El posicionamiento que en este sentido asumen los hablantes en estas discusiones nos ayuda a entender por qué en estas discusiones algunas voces oficialmente resultan más visibles que otras.
A manera de resumen considero, que un análisis de las discusiones sobre el término afrocubano/a en el campo cultural cubano del nuevo milenio, presupone: historiar la evolución e itinerarios que describe este término en su tránsito por el campo intelectual cubano de los siglos XX y XXI, auscultado aquellos momentos en que el mismo ha servido como mecanismo explicativo a nuestros procesos históricos-culturales. Llama la atención como tanto el térmico afrocubano/a como la ideología del mestizaje, de una forma u otra, deben su nacimiento o puesta en circulación a las mismas coyunturas históricas. Basta repasar las páginas de la Revista de Avance para constatar como Alfredo Zamora en su reseña “Eduardo Abela, pintor cubano” (1928), al referirse a la representación del negro en la pintura de este artista habla de: la complejidad del alma afrocubana. De igual forma Fernando Ortiz, quien empleó el término en reiteradas ocasiones, nos habla de: “Los afrocubanos dientemellados” (1929), de “Cuentos afrocubanos” (1929), “De la música afrocubana…” (1934), etc. De igual forma el rótulo identificó a instituciones como la Sociedad de Estudios Afrocubanos, dirigida por Ortiz y la revista Estudios Afrocubanos. Ballagas en su “Mapa de la poesía negra americana”, (1946) se refiere a las habilidades del letrado blanco para captar el “espíritu afro-cubano”. El vocablo también figura en los estudios de Rómulo Lachatañeré. Aunque, según afirma el investigador Tomás Fernández Robaina, el término fue criticado por Nicolás Guillén y Alberto Arredondo, sin embargo, es precisamente Gustavo Urrutia, amigo cercano de Guillén, quien lo dota de nuevos sentidos y de un horizonte de significado que dialoga con los propuestos posteriormente por Ortiz en su estudio “Por la integración cubana de blancos y negros” (1959). La genealogía que, en este estudio, Ortiz construye de dicho vocablo remonta su empleo, entre nosotros, a 1847.
Después de estos datos que, de manera sucinta, acabo de ofrecer resulta incongruente y hasta paradójico que quienes, en la actualidad, apelen a la descalificación de este término, sean los mismos que defienden el pensamiento transculturador de Ortiz, la mulatez de Guillén, o los travestismos y canibalismos culturales a los que apeló la corriente poética conocida como poesía negra, mulata, afrocubana o afroantillana. Desde luego, que a nadie se le ocurriría decir que en Fernando Ortiz el empleo del vocablo afrocubano, desde el punto de vista sintáctico, es defectuoso, ni que el mismo es un constructo llegado de la academia norteamericana, o un intento de trasladar metodologías foráneas para explicar nuestros procesos, ni mucho menos calificarlo de implante del neoliberalismo. Como si en la historia de nuestra modernidad periférica fueran nuevos estos ademanes de reciclajes, citas, apropiaciones y contra-apropiaciones que intentan dotar de nuevos sentidos y de un carácter propio ideas, tendencias y conductas culturales generadas en contextos centrales.
Lógico que los contornos semánticos de dicho vocablo no se han mantenido estáticos, sino que han ensanchado a otras inflexiones y recombinaciones. En 1966, en un texto entregado para un número especial de la revista Casa de las Américas (no. 36-36), dedicado a la presencia de África en América, Fernando Ortiz estratégicamente vuelve a reposicionar el término al hablar de una cocina afrocubana, en ese mismo número aparece un ensayo de Julio Le Riverend, quien propone el concepto de Afroamérica, retomado posteriormente (1992) por Nancy Morejón en su ensayo ¿Afroamérica, ¿la invisible?”.
Finalmente pregunto: si en las comunidades intelectuales de América Latina y el Caribe, donde el término es reciente, el mismo ha sido abrazado sin reticencia, ¿por qué en Cuba sigue despertando tantos recelos? ¿Qué razones se enmascaran detrás de los mismos? Lo cierto es que quiérase o no: afrocubano/a no es un simple vocablo, sino del espacio teórico que la tradición del pensamiento antirracista y descolonizador cubano construyó a lo largo del siglo XX. El lugar de enunciación desde el cual se han articulado y re-pensando los vínculos de racialidad negra con la identidad nacional, nuestra historia y cultura.
*Alberto Abreu Arcia: Narrador, ensayista, curador y crítico cultural.
Nota: Este trabajo fue publicado el pasado año, pero me animan a su difusión recientes mensajes recibidos desde otros países, que impugnan el término afroamericano por considerarlo sinónimo de desarraigo y esclavitud.
Imagen tomada del blog Salir a la manigua
Recomiendo además la lectura de Ética, ciencia verdadera y liberación en un pensamiento ejemplarmente antirracista, por Roberto Fernández Retamar