Por Ana María Radaelli*
Hay imágenes que perduran en la memoria, intratables, obcecadas, inamovibles, listas a volver, arremetiendo, al menor chispazo, o a la mayor provocación, una que las creía sepultadas.
Eso me sucedió hace apenas unos pocos minutos, después de escuchar el discurso mesiánico, ¿qué otra cosa podía normalmente esperarse?, del presidente del Imperio. Mesiánico, digo, pronunciado desde los alto de un pedestal, por encima de todas y todos los pobrecitos de esta tierra americana, los postergados, los ninguneados que, oh, maravilla de maravillas, hace rato hemos dejado de serlo, para erigirnos en dueños de nuestro propio destino.
Y él, sin saberlo, qué pena.
Cuando empezó el discurso del compañero presidente Raúl Castro, una magistral clase de Historia que hizo vibrar al auditorio, hubo un pase de cámara que mostró al Todopoderoso hojeando ostensiblemente un libro, folleto, informe, vaya una a saber qué.
Y así se disparó la memoria, la mía, provocándome un bochorno, una angustia, difíciles de digerir.
Año de 1985, 17 de septiembre, para ser exacta. Después de veinte años de exilio, volvía yo a un Buenos Aires transido todavía de espanto después de la Tragedia, que no de la Batalla. El gobierno del presidente Raúl Alfonsín, reinaugurando una rancia y viciada “democracia”, propiciaba lo que se dio en llamar “El juicio del Siglo”, que sentaba en el banquillo de los acusados, a la cúpula de los genocidas de todo un pueblo: Jorge Rafael Videla, Emilio Massera, Orlando Agosti, etc., etc., quienes, después de ser condenados a cadena perpetua, fueron finalmente absueltos, amnistiados, por obra y gracia de sacrosantas leyes de Olvido y Perdón y Obediencia Debida. Habría que esperar muchos años para que, al fin, se comenzara a hacer justicia.
Tengo en mis manos el Diario del Juicio.
El pie de foto reza así: Poco le interesa el juicio, visiblemente, al acusado Jorge Rafael Videla, quien a lo largo de las dos primeras jornadas de la audiencia de acusación, destinó su tiempo a la lectura, pero no del alegato fiscal, sino de un libro que guardaba dentro de su portafolio, Las siete palabras de Cristo, que en el momento de ser tomada la foto tenía abierto en la pagina 73… Sí, porque mientras en el estrado se sucedían por primera vez sobrevivientes del Horror relatando a duras penas el infierno vivido, Videla leía.
Ignoro lo que tanto cautivaba a Obama, aunque era ostensible que poco y nada le interesaba, pues lo hojeaba al desgaire. Su problema era insultar, ofender, menospreciar a quien nos estaba dando, una vez más, una lección de Dignidad. Porque si alguien en este mundo puede hablar de Dignidad, Soberanía, Solidaridad, Entrega y Sacrificio en aras de un ideal de Justicia y Humanidad, ese es el pueblo de Cuba en la voz de su presidente, ese pueblo que apretando dientes y cinturón ha sobrellevado, y vencido, las pruebas más brutales impuestas a país alguno en cincuenta y tantos años de Bloqueo genocida. Y de eso se trataba en el magnífico y ya inolvidable discurso del compañero Raúl.
Cuando le tocó el turno al presidente Maduro, líder de la Revolución Bolivariana, que el Imperio trata de crucificar y liquidar por cuantos medios tiene a su alcance, ¡y tiene muchos!, ya Obama, el que decretó que la Venezuela de Bolívar y Chávez era una amenaza Inaudita para la Seguridad de los Estados Unidos, ese señor, digo, ya había abandonado el recinto…
Vergüenza es poco decir.
Solo una pregunta:
Después de habérseles negado la entrada al Foro paralelo a más de veinte compañeros cubanos, legítimos representantes de la Sociedad Civil, después de la ignominia que representa el haber financiado la participación de decenas de mercenarios y terroristas, incluyendo a un ser tan deleznable como el asesino Félix Rodríguez, que se paseó muy orondo por Panamá exhibiendo una foto del Che moribundo como su trofeo de caza, después de tanto escarnio, ¿Es así como el presidente Obama pretende convencernos de las bondades que supone cobijarse bajo su dadivosa y magnánima ala “protectora”?
En el fondo, hay que darle las gracias, si, ¡Gracias, Presidente Obama!, usted, de manera grosera y brutal, con la insolencia y soberbia que caracterizan a los representantes del Imperio, hoy descorrió como ninguno los velos de la impudicia, abriendo los ojos de los ¿incautos? que, por un momento, pudieron creer en la buena fe de sus palabras de “acercamiento”, “buena voluntad”, y no sé cuántas imposturas más…
*Periodista y narradora argentina radicada en Cuba.