Ayer hubiese cumplido Favio Di Celmo 47 años... ayer, como no pudiendo soportar más tanta tristeza, su madre falleció...
Para los que aun desconocen su historia, les dejo el prólogo que escribió Roberto González Sheweret, (ese otro gigante que lucha por su vida y que aún espera, como tantos otros, que la justicia norteamericana arranque su venda y castigue a los culpables de tan horrenda muerte, mientras mantiene encarcelados a Los Cinco) al libro de Acela Caner sobre Favio, que pueden descargar pinchando en el título del libro:
Fabio, el muchacho del Copacabana
Por Acela Caner Román.
Prólogo
A la memoria de Fabio Di Celmo,
joven italiano víctima inocente del terrorismo contra Cuba.
A Gerardo Fernández, Ramón Labañino,
Fernando González, René González y Antonio Guerrero prisioneros políticos del Imperio por enfrentarse al terrorismo engendrado por la ultraderecha miamense.
Para un lector que viva en la pequeña Isla, hastiado desde su niñez de conocer de tantas muertes por el terrorismo dirigido desde los Estados Unidos contra Cuba, y siendo una víctima potencial de estos crímenes, leer este libro causa una mezcla de sensaciones que van desde el dolor a la esperanza y reitera una serie de interrogantes: ¿Hasta cuándo? ¿Por qué?
“Fabio: el muchacho del Copacabana” es un libro que no debió escribirse pues está inspirado en la muerte criminal y prematura de un hombre de apenas 32 años de edad. Sin embargo, es un libro necesario. Escrito en un lenguaje sencillo como la vida del joven Fabio Di Celmo, italiano de nacimiento e hijo adoptivo del pueblo de Cuba, víctima inocente de la acción terrorista ocurrida el día 4 de septiembre de 1997 en el hotel “Copacabana” del capitalino barrio de Miramar en La Habana.
Duele que el criminal, bajo la sombra oscura de sucesivos gobiernos de los Estados Unidos y protegido por sus agencias, esté en estos momentos, una vez más, fuera del alcance de cualquiera de los sistemas judiciales que lo reclaman por acciones terroristas cometidas en varios países. Indigna leer sus propias declaraciones al New York Time cuando, al reconocer su autoría, alega que su víctima “estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado”, expresión muy estadounidense cuando de justificar crímenes se trata. Ofende solamente imaginarse que el lobby de un hotel, donde se despide a dos amigos, pueda ser catalogado de esta manera. Pero se entiende, la clave está en los sentimientos de humanismo y solidaridad que llevan a este joven italiano a compartir, de igual a igual, con los empleados del hotel Copacabana, no son compatibles por la filosofía del despojo y la violencia que rige la política de los Estados Unidos. Esta filosofía no puede conciliarse con un comerciante que motive a los trabajadores del hotel donde se hospeda para que le celebren su cumpleaños en la casa de uno de ellos, o que participe en un partido de fútbol en una barriada humilde de las afueras de la ciudad; que sea amigo, casi hermano, de un salvavidas y mucho menos que su rincón preferido en el mundo sea la iluminada sombra de una pequeña sombrilla de playa en la costa norte de esta pequeña, rebelde y codiciada Isla. Es que Fabio, de Génova, cual moderno conquistador descubrió Cuba y se llevó como tesoro el corazón de su gente.
Emociona la entereza y la fuerza de la familia del joven. Los recuerdos desgarradores y alegres de una madre eternamente lastimada, el vigor del octogenario padre que no descansa mientras reparte amor, denuncia y clama justicia ya sin lágrimas. Ora y Giustino.
Y de nuevo la lectura nos lleva a la justicia, a la llamada justicia del imperio. Cinco jóvenes cubanos cumplen condenas desde 15 años hasta dos cadenas perpetuas en cárceles de los Estados Unidos. Sus crímenes: tratar de descubrir e informar sobre las actividades de las organizaciones de la extrema derecha de origen cubano que radicadas en Miami planifican, financian y ejecutan las acciones terroristas contra Cuba, como esa que le costara la vida al joven italiano.
El arresto, encauzamiento y sentencia de Antonio Guerrero, Fernando González, Gerardo Hernández, Ramón Labañino y René González muestran la hipocresía del gobierno norteamericano cuando habla de lucha contra el terrorismo y lleva la guerra a varios lugares del mundo en nombre de ella.
René González, uno de los cinco héroes cubanos, en carta fechada el 10 de junio de 2004, escribía a Hugo, un joven estudiante de Secundaria Básica compañero de aula del mayor de mis hijos:
... Si supongo bien, en el año 1997, tú andarías por los siete u ochos años. Si ya compartías la escuela con Robertico puedo asumir que vivirías en la misma zona y estarías en segundo o tercer grado, en alguna escuela no muy lejos de donde vive mi sobrino.
Cerca de allí están el Hotel Capri y el Hotel Nacional. ¿Recuerdas las bombas que explotaron allí, causando destrozo materiales y heridas a personas inocentes? Otras estallaron en lugares más distantes de la capital, provocando una de ellas la muerte del joven italiano Fabio Di Celmo, evento del que seguramente conoces. Todo esto se planificó desde Miami, donde yo me encontraba junto a mis cuatro compañeros cumpliendo la misión de evitar cosas como esas. Pero esas explosiones son solo uno de los últimos capítulos que comenzó tan pronto el pueblo cubano hizo la Revolución.
No sé dónde tú estabas cuando estallaron aquellas bombas en tu vecindario. Quisiera pensar que estabas en alguna otra parte, quizá de paseo o algo así, y que no pasaste por el sobresalto de las explosiones, la conmoción de las personas, la alarma, el susto y que no tuviste que escuchar luego las sirenas de los camiones de bomberos y las ambulancias. Cuando vi las imágenes de los cristales rotos en el Capri pensé inmediatamente en mis sobrinos, en los niños del barrio, en los cubanos todos y me invadió la rabia de no haber podido evitarlo y la rabia también de ver el júbilo insano que aquellos crímenes despertaron en algunas almas perdidas al norte del estrecho de La Florida.
Sé que no podemos abarcarlo todo, que esto es una batalla colectiva en la que cada uno hace su parte. A pesar de no haber podido evitar aquello estoy satisfecho la parte mía y, si al menos pude evitar a un cubano un sobresalto, una lágrima a una madre, la viudez de una esposa o la orfandad de un solo niño; tal vez con decirte esto último en un solo párrafo hubiera sido, después de todo, suficiente. Razón de sobra para este modesto sacrificio.
¡Qué ironía! Mientras los terroristas caminan libremente por las calles de los Estados Unidos o evaden la justicia protegidos por el gobierno, quienes tratan de neutralizar sus acciones sin utilizar la violencia contra ellos, son encarcelados en ese propio país. ¿Hasta cuándo?
Y al fin la esperanza, los trabajadores del hotel Copacabana, el pueblo de Cuba y su gobierno se solidarizan con la familia Di Celmo. Se denuncia en cuanto foro internacional sea posible a los verdaderos gestores del crimen. Se captura y juzga al autor directo. Un mercenario, no podía ser otro tipo de persona. Se devela una tarja en memoria de Fabio. Tampoco en Génova están solo los Di Celmo. Tampoco en Italia, ni en el mundo.
De la mano de los testimonios reconforta saber que la muerte física de Fabio no lo distancia de nosotros, que su nombre es alentado por el Sciarborasca, su escuadra de fútbol, que gana el campeonato de Génova, su ciudad natal. Sus amigos dedican el triunfo a su jugador número 10. La escuadra viaja para jugar en Cuba. Sueño de Fabio que su padre hace realidad. El cariño de muchos alivia el dolor incurable de la familia. Se sobreponen, reciben y dan. Giustino el padre y el hermano Libio son activos en la solidaridad con los cinco cubanos presos en los Estados Unidos. Exigen su liberación.
La vida del joven italiano se hace poesía popular, se canta y se danza en su homenaje y madres y padres del pueblo cubano perpetúan su presencia dándoles a sus hijos el nombre de Fabio.
La autora, profesora Acela Caner, no pretende hacernos la historia del sufrimiento que ha provocado el terrorismo de los Estados Unidos contra Cuba en los últimos 45 años. No puede. La urgencia de la denuncia no lo permite. No obstante, nos asoma a ella, y un lector interesado pudiera encontrar en “El muchacho de Copacabana” las puntas de los hilos que lo llevan a conocer de una guerra silenciosa y silenciada por los grandes medios de comunicación, que ya perdió irremediablemente contra la pequeña isla de Cuba, el país más poderoso de la Tierra.
Y si de aspiraciones se trata... El día que todas las vidas sean como la de Fabio y ninguna muerte como la suya, la humanidad habrá hecho realidad el sueño de todos los hombres de buena voluntad del mundo. Somos mayoría. El día llegará.
Lic. Roberto González Sehwerert