Por Lídice Valenzuela
En su segundo viaje a América Latina, el Papa Francisco viajó a Cuba, una pequeña y pobre nación del Caribe agobiada por el bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos por más de 50 años, pero con una población guiada por la Revolución, que es ejemplo de resistencia, heroicidad, y que —al igual que predica el Sumo Pontífice— hizo de la defensa de los pobres uno de sus principios.
Esta era una visita esperada por los millares de católicos que habitan en Cuba, e incluso por quienes no practican esa religión, dada su amplitud de criterios, coincidente casi siempre con los enunciados por la Revolución Cubana y defendida por sus dirigentes durante 56 años, y que el Santo Padre esgrime como su doctrina pastoral, en la que, sin ambages, ha criticado el sistema capitalista y consumista, las oligarquías, la explotación de las masas más vulnerables, la necesidad de proteger al planeta para evitar el cambio climático.
El Papa jesuita Mario Jorge Bergoglio —quien asumió el nombre de Francisco, el santo de los pobres—, nació en Buenos Aires, la capital argentina, el 17 de diciembre de 1936, hijo de emigrantes piamonteses y desde muy joven abrazó el sacerdocio, ocupando diversos cargos hasta la asunción del máximo cargo jerárquico de la Iglesia Católica.
El discurso papal trazó una diferencia respecto a sus antecesores sobre los pueblos de América Latina, con una franqueza que encantó a los feligreses, y con ellos logró recuperarlos en una región donde habita el mayor número de católicos del planeta, pero alejados de las doctrinas de una Iglesia que en los últimos años se vio envuelta en escándalos de pedofilia y corrupción.
Su visión sobre Latinoamérica quedó esclarecida desde que llegó a Quito, la capital de Ecuador, en julio pasado, primera tierra de América Latina en recibir su visita.
Las palabras de Francisco marcaron el apoyo de la Iglesia Católica al presidente Rafael Correa, cuyo gobierno era en esos momentos atacado por elementos de derecha que seguían órdenes de la oligarquía local y regional para darle un golpe de Estado —ahora denominados blandos— a la Revolución Ciudadana.
En Ecuador, el distinguido visitante ya desde su llegada se comprometió a trabajar —tal como hace el gobierno democrático de ese país— por las “minorías más vulnerables”, en lo que constituye un mensaje a los líderes derechistas que representan a las grandes familias adineradas de la llamada nación meridiana del mundo.
Incluso, dijo más. El papa Francisco comprometió la colaboración de la Iglesia con el presidente Correa, en el empeño por atender a “los más frágiles y las minorías más vulnerables, la deuda que toda América Latina tiene”.
Antes, el Papa Francisco —a quien sus enemigos de la Curia y otras corrientes tildan de comunista— había dirigido sus palabras a los gobernantes que se reunieron en la VII Cumbre de las Américas en Panamá, en abril último, en las que hacía alusión a la necesidad de redistribuir la riqueza para acabar con la pobreza y alcanzar la justicia social.
En Ecuador —tal como después hizo en Bolivia y en Paraguay, las otras dos naciones visitadas en esa primera gira— proclamo en sus ideas que “en el presente podemos encontrar en el Evangelio las claves que nos permitan afrontar los desafíos actuales, valorando las diferencias, fomentando el diálogo y la participación, sin exclusiones, para que los logros y el progreso se consoliden y garanticen un futuro mejor para todos, poniendo una especial atención en nuestros hermanos más frágiles, y en las minorías más vulnerables que son la deuda que, todavía, toda América Latina tiene”.
Para que no quedaran dudas, desestimó a los derechistas contrarrevolucionarios y confirmó a Correa: “Señor Presidente, podrá contar siempre con el compromiso y la colaboración de la Iglesia para servir a este pueblo ecuatoriano que se ha puesto de pie con dignidad” y agradeció al mandatario “la consonancia con mi pensamiento”.
El mensaje de Francisco fue también claro, enarbolando los mismos principios que bajo su mandato rige en el Vaticano, y es el cambio que se está dando a nivel de Iglesia, y que por lógica tiene que repercutir en las grandes masas latinoamericanas, y es la doctrina que la hace volver a sus raíces de preocupación por los excluidos, buscar la justicia como era la Iglesia comprometida de los años 60 e inicios de los 70, en América. Lo dijo el Papa, apenas fue nombrado: “Quiero una Iglesia más pobre y para los pobres”.
El reconocimiento del papa Francisco de las luchas populares en Ecuador resultó un indicador de apoyo a ese pueblo y a todos los que viven en democracia, con gobiernos de inclusión social.
Ecuador, como Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Brasil, Argentina, entre otros, hace enormes avances en su política social. Especialmente, con las masas más pobres y los pueblos indígenas reprimidos y discriminados durante siglos. El Papa le dio a la Revolución Ciudadana un espaldarazo, como lo hizo después a Evo Morales en Bolivia, con un claro rechazo a los intentos desestabilizadores de la oligarquía y de Washington.
La apertura doctrinal de Francisco es sin dudas un golpe duro para los grandes capitales latinoamericanos, en tanto su sintonía espiritual y pastoral lo acerca —por los grandes compromisos asumidos con los pueblos— a los gobiernos democráticos electos en las urnas. Ello, por ende, desnuda a los ojos de las grandes masas a aquellos que perturban la paz de América Latina y trabajan para un regreso a su época más oscura de neoliberalismo dictatorial.
Francisco enfrenta los retos del siglo XXI con decisión y bastante originalidad. La cuestión sobre el capitalismo salvaje, la destrucción de la naturaleza, la creciente pobreza y las guerras son temas que a todos preocupa. Lo interesante de su discurso papal es que logra tocar las fibras de las personas más allá de los templos.
Ahora está en Cuba el Papa que en sus dos años de pontificado ha patentizado su compromiso social, su actitud contra las guerras y su ayuda directa a los inmigrantes que huyen de esos territorios de muerte.
Con su renovador mensaje contra los ricos y poderosos, el Papa trata de entregar una iglesia que sea signo de estos tiempos: una Iglesia pobre para los pobres, unida a los gobiernos progresistas que los defienden, cada parte desde su óptica, pero con un fin similar. (Cubahora)
Tomado de Papa Francisco en Cuba CUBAMINREX