Por Javier Larraín Parada*
“El personal médico que marcha a cualquier punto para salvar vidas,
aun a riesgo de perder la suya,
es el mayor ejemplo de solidaridad que puede ofrecer el ser humano,
sobre todo cuando no está movido por interés material alguno”.
Fidel Castro Ruz, “La hora del deber”
En el marco de su reciente visita a La Paz, la chilena Marta Harnecker dedicó unas cuantas horas para dialogar/debatir con estudiantes y trabajadores, militantes y académicos, en torno a los desafíos que se nos presentan a la hora de entender y construir el “socialismo del siglo XXI”.
Pero, como dijera José Martí: “radical es quien ve las raíces”, y lamentablemente, la Sra. Harnecker demostró, una vez más, no verlas. Siguiendo la línea que han asumido algunos intelectuales de nuestra América, no sólo dio sendos recetarios para guiarnos en cómo debemos hacer las cosas por estas latitudes, sino que, además, procuró advertirnos de algo que hasta ahora nos negábamos a aceptar: “la Revolución Cubana es del siglo XX”. ¿Con eso debemos pensar que no es del siglo XXI?, ¿o es muy tonto lo que estoy diciendo?
A volver el debate a su lugar
En sus ácidas polémicas con la dirigencia soviética (y yugoeslava), nuestro querido Che Guevara, pasmado ante quienes vociferaban que el socialismo sólo se trataba de un mero desarrollo de las fuerzas productivas –y del mejoramiento continuo de las condiciones materiales de la población–, les dijo con voz grave y mirada profunda: “nosotros [los cubanos] empezaremos a construir el comunismo desde el primer día, aunque tardemos toda la vida en llegar al socialismo.”
Insistió que la emancipación humana no era cuestión de distintos caminos que nos pudieran conducir a Roma; se trataba de Romas distintas. El argentino–cubano fue radical, se aproximó a la raíz, puso el debate en su lugar, o como nos sugirió el viejo Marx: “[lo invirtió] para descubrir el núcleo racional en la cáscara mística.”
De esta forma, no se cansó de repetirle a la juventud cubana que el socialismo económico sin moral comunista no servía de nada. Los citó a trabajos voluntarios y sentó las bases del “hombre nuevo”, el del futuro, el constructor ¡aquí y ahora! de la sociedad comunista.
Afortunadamente para nosotros, encontró oído receptores en ese pueblo y, a décadas de su fallecimiento, son decenas de miles los cubanos y cubanas que han entregado lo mejor de sí por tender una mano a los “condenados de la Tierra”.
Aquel amistoso pueblo, junto a su dirección histórica, comprendió tempranamente el valor de la ética y la moral en el trabajo revolucionario, condiciones indispensables para humanizar al hombre alienado. Por esta razón, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que la Revolución Cubana no sólo es del siglo XX sino que será de TODOS LOS SIGLOS (aporte que al parecer no ha percibido nuestra ilustre visitante).
Pero, más allá de esas miradas estrechas, en estos días, como hace más de cinco décadas, esa pequeña gran Isla sorprende al mundo con su desprendida ayuda a los pueblos del África occidental en su lucha contra el ébola, virus que se ha cobrado más de cinco mil vidas de seres humanos.
En las palabras de despedida a los colabores médicos cubanos que partían a tierras africanas, Raúl Castro Ruz, fue más cristalino aún: “Como parte del crisol de las culturas latinoamericanas y caribeñas, por las venas de «Nuestra América» corre sangre africana, aportada por quienes lucharon por la independencia y contribuyeron a crear la riqueza de muchos de nuestros países y de otros, incluyendo los Estados Unidos.”
Ese virus llamado Ébola
El Ébola es un virus que causa la enfermedad del Ébola. Desde su aparición (1976), en la República Democrática del Congo –para entonces llamada Zaire–, se han sucedido otros 22 brotes que han costado la vida de 1.581 personas.
Con una tasa de letalidad que llega hasta el 90%, sin embargo, el brote actual ha costado la vida de casi 5.000 africanos, pasando a convertirse en una emergencia de salud pública internacional, con riesgos reales a expandirse con toda su fuerza por otros continentes.
Hasta ahora el ébola se había presentado en zonas rurales, preferentemente boscosas, siendo trasmitido a través de la exposición a sangre infectada por el virus, perteneciente a distintos animales cazados y comidos por los aldeanos, por ejemplo, la apetecida carne de mono; aunque se está llegando al consenso científico de que es el murciélago el principal trasmisor de la enfermedad, mal que no le afecta a consecuencia, según algunos estudios, de su capacidad de volar. Pero, fíjese bien, el presente brote, por vez primera, ha atacado a las poblaciones urbanas, de ahí su agresividad.
La sintomatología nos indica que los enfermos padecen de una súbita fiebre, produciéndosele dolores musculares, de garganta, vómitos, diarreas, disfunción renal, hemorragias internas y externas, en un proceso bastante doloroso para un enfermo que, en la mitad de los casos, muere.
Los aquejados por el ébola requieren de cuidados intensivos y completa aislación ya que al más mínimo contacto con otra persona, por ejemplo, el simple sudor u otras secreciones, el virus se propaga.
Se ha descubierto que los sobrevivientes a la enfermedad pueden establecer contacto con los enfermos sin peligro de recaer. Por este motivo, los médicos cubanos instruyen a la población local que se ha recuperado en tareas de enfermería para colaborar en el tratamiento de los convalecientes.
La Brigada Médica Cubana
Cuando el Secretario General de las Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon, hizo un llamado a la comunidad internacional para aunar esfuerzos en la lucha contra el letal virus, países como Brasil ofrecieron ayuda en alimentos por un valor de 5 millones de dólares, misma suma ofrecida por los gobiernos de Venezuela y China.
Sin embargo, una Isla del Caribe con apenas 11 millones de habitantes y casi 6.051 USD per cápita –vale decir que sin grandes recursos económicos tampoco–, de manera inmediata puso a disposición de la ONU y la Organización Mundial de la Salud (OMS), un contingente de colaboradores de la salud que ascendía a casi 500 profesionales: 165 destinados a Sierra Leona, 83 a Liberia, 200 a Guinea Conakry, y el resto repartido entre Nigeria, Mali y otros países africanos.
El llamado del gobierno revolucionario a combatir el ébola en el continente negro fue contestado por 15 mil profesionales de los cuales medio millar fueron seleccionados y hasta hoy laboran en los mentados países, atendiendo a casi 13 mil enfermos que padecen un virus que en este nuevo brote ha alcanzado cifras de letalidad que llegan hasta el 50% y 60% en algunas regiones.
Hasta esos parajes Cuba ha enviado epidemiólogos, cirujanos, anestesiólogos, pediatras y enfermeros, con el fin de cubrir de manera integral las demandas de la población nativa. Y sepa Ud. que este esfuerzo ha sido desafiando toda barrera cultural en regiones donde la población anglo parlante no supera el 20%, es decir, donde las personas no hablan otras lenguas que sus propios dialectos.
En la actualidad, los internacionalistas cubanos ascienden a casi 50 mil, de los cuales 23.158 son médicos, atendiendo en más de 40 países y 66 naciones de los cinco continentes. Sólo en los últimos años le han devuelto la visión a más de 3 millones de personas de 35 naciones, entre ellas, a 36 mil africanos. Asimismo, en quince años han graduado a 23.944 médicos de todo el tercer mundo en sus distintas facultades de Ciencias Médicas. Nuestro país bien sabe de eso.
El ébola ya se cobró la vida de un voluntario cubano, Jorge Juan Guerra Rodríguez (60 años), jefe económico de la brigada en Guinea Conakry, quien, a causa del paludismo –que le provocó un fallo multiorgánico–, perdió la vida lejos de su familia, la tarde del 26 de octubre.
Pero, lejos de decaer sus ánimos, los miembros del “ejército de batas blancas” cubano se engrandecen, y esta semana, en la propia ciudad de La Habana han compartido sus experiencias con expertos de 19 países latinoamericanos en el “Primer Curso Internacional para la Prevención y Enfrentamiento al Ébola”. Allí hablaron sobre la vigilancia epidemiológica en centros especializados, el fortalecimiento de relaciones intersectoriales con organismos fronterizos, sistematizaron el intercambio de experiencias y solicitaron estandarizar equipos de protección personal para adquirirlos a precios preferenciales y crear una reserva regional para distribución inmediata. Además, impartieron cursos prácticos de tratamientos contra el ébola en el “Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí” (IPK), de dicha capital.
Igualmente, desde el 6 de noviembre han puesto en funcionamiento al recientemente creado “Centro de Tratamiento del Ébola”, en Kerry Town, al sur de Freetown, capital de Sierra Leona, y que cuenta con 92 camas altamente aisladas.
Con la misión cumplida
Estimado lector, no sé si me sobran o faltan las palabras para referirme a la inmensa labor de los internacionalistas cubanos, aunque sí me alberga la convicción de que son ellos los hombres y mujeres nuevas, y que sólo imitando su capacidad de entrega e infinita dosis de amor por los que sufren podremos construir una sociedad mejor, que son esos cubanos los del siglo XX, XXI y XXII, aunque esto no cuadre con los esquemas marxistas de algunos.
Para terminar, quisiera compartir con ustedes un extracto de la carta que el Dr. José Eduardo Díaz Gómez, miembro de la Brigada Médica Cubana en Guinea Conakry, le dirigiera a su familia y a toda Cuba:
“Desde el África pidieron al mundo la colaboración para detener a un enemigo invisible: era el Ébola que sin piedad, ni importarle sexo, edad o raza, cegaba la vida a todo el que encontrara a su paso. Muchos se asustaron y otros callaron, conocimos a algunos que como dijera Martí, esperan hoy todavía que pase la tormenta con los brazos en cruz, los millonarios se desentendieron… Nuestro Pueblo, Familia y Revolución cuando pasen los meses entenderán que esta será nuestro Moncada, nuestra Sierra y nuestro Girón. A ellos, a nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, a Raúl, les pedimos nos esperen al pie de la escalerilla del avión, pues esta brigada de titanes solo regresará a la Patria con la misión cumplida”.
*Chileno, radicado en Bolivia. Escribe para el Semanario La Época, donde publicó originalmente este trabajo