Por María Landi*
"Los jóvenes palestinos no salen a asesinar judíos por el hecho de ser judíos, sino porque somos sus ocupantes, sus torturadores, sus carceleros, los ladrones de su tierra y de su agua, los que destruyen sus hogares, los que los expulsan al exilio, los que obstruyen su horizonte.”
Amira Hass (periodista israelí).
Cualquiera que mire un informativo televisivo estos días verá imágenes de violencia y escuchará hablar reiteradamente sobre cuchillos palestinos a la caza de inocentes israelíes en las calles de Jerusalén, y a los líderes de Hamas alabándolos.
Que la causa palestina tiene mala prensa no es novedad. Por acción o por omisión, los palestinos siempre pierden frente al relato dominante sionista que los presenta como los malos de la película.
Cuando su resistencia es paciente y pacífica, se los ignora y olvida, ocultando deliberadamente la violencia de que son objeto por parte del poder ocupante. Cuando la opresión intolerable estalla en reacciones violentas, se presenta esa violencia palestina como la causa de la nueva crisis.
Así, en lugar de hablar de la ocupación colonial que la genera, los medios se deleitan en describir la violencia de los oprimidos, como si se tratara de una compulsión atávica propia del ser árabe o musulmán.
Para los medios occidentales la historia empieza siempre con el primer israelí agredido. La noticia inmediatamente da vuelta al orbe y los adjetivos sobre el terrorismo palestino –nunca el israelí– se multiplican profusamente. Antecedentes, causas y contexto brillan por su ausencia, y se difunde el relato israelí en lugar de los hechos y su contexto histórico.
La periodista Amira Hass escribió estos días:
"La guerra no empezó el jueves pasado; no empieza con las víctimas judías ni termina cuando no hay judíos asesinados. Los palestinos y palestinas están luchando por su vida, en el pleno sentido de la palabra. Nosotros los judíos y judías israelíes estamos luchando por nuestro privilegio como nación de amos, en el más horrible sentido del término. (…) Que notemos que hay una guerra en curso sólo cuando se asesina a personas judías no elimina el hecho de que los palestinos están siendo asesinados todo el tiempo, y que todo el tiempo hacemos todo lo que está en nuestro poder para que su vida sea insoportable.”
Esa lógica perversa tiene su origen en la habilidad del discurso sionista para presentar a Israel como la víctima, y llega al paroxismo surrealista en coyunturas como la del año pasado en Gaza, donde aun después de que Israel bombardeó y asesinó a 2200 personas (550 de ellas menores de edad), los medios occidentales seguían culpando de la masacre a los inofensivos cohetes de Hamas.
Quienes conocemos de cerca la intolerable realidad cotidiana de un pueblo que vive sin absolutamente ningún derecho, a merced de la violencia impune –física y estructural– del poder ocupante, sabemos, como dijo el periodista Gideon Levy, que "Hasta Mahatma Gandhi comprendería las razones de este estallido de violencia palestina. (…) La pregunta es por qué no estalla con mayor frecuencia.”
Jugando con fuego
Razones para la actual ola de violencia que recorre Cisjordania sobran. En particular en Jerusalén, donde las políticas brutales de limpieza étnica intensificadas por el gobierno de Netanyahu dejan a la población palestina más vulnerable a las expulsiones y demoliciones.
Allí las niñas, niños y adolescentes crecen en medio de la exclusión social y geográfica, la negación total de derechos, la humillación de ver sus barrios convertidos en guetos empobrecidos mientras la parte oeste es una ciudad del primer mundo, con limpieza, espacios libres, áreas verdes, servicios urbanos, salud y educación de primera calidad; todo lo que se niega a la población palestina, a pesar de que paga los mismos impuestos que la judía. Jerusalén es la materialización del apartheid israelí.
Sin embargo, la principal causa del estallido es un poderoso factor subjetivo: las reiteradas incursiones y ataques vandálicos de colonos y policías israelíes a la mezquita de Al Aqsa, que se suceden casi sin interrupción desde hace un año. Al Aqsa es el principal sitio sagrado en Palestina (y el tercero para el Islam en el mundo), y es parte esencial de la identidad nacional palestina, incluso para la población no musulmana (recordemos que allí se inició en 2000 la anterior intifada).
Las autoridades israelíes, en lugar de cuidar el delicado equilibrio de ese lugar tan sensible, han estado permitiendo las provocaciones de colonos y políticos judíos, al tiempo que prohíben a la población musulmana acceder a su lugar santo –sin que esto sea noticia.
Una se pregunta qué harían los medios occidentales si en cualquier país las autoridades prohibieran a la población judía entrar a su principal sinagoga mientras dejaban que hordas musulmanas cometieran en ella actos de vandalismo.
El activista palestino Jamal Juma (coordinador de la campaña Stop the Wall) señaló que la diferencia más visible con las anteriores intifadas es el papel que ahora están jugando los colonos israelíes en los ataques:
"La población colonial se ha convertido en una milicia bien armada y organizada e ideológicamente motivada. Merodean por los pueblos palestinos y atacan a sus habitantes en las calles e incluso en sus hogares. Desde la horrenda acción de quemar vivo al joven Mohammed Abu Jdeir en Jerusalén, hasta el reciente ataque incendiario en el hogar de los Dawabsha (donde murieron tres integrantes), los colonos han perpetrado ataques terroristas contra los palestinos. Israel apoya a esta milicia fanática para que lleve a cabo la parte más sucia de la agresión y represión en Cisjordania.”
Los medios occidentales son igualmente sordos a la constante incitación a la violencia y al odio racial que practican los dirigentes políticos israelíes. ‘La única democracia de Medio Oriente’ es un país donde los ministros exhortan a la población judía a salir a la calle armada y matar a los árabes; donde el Primer Ministro pide al Procurador General que se autorice el uso de rifles de francotirador contra los árabes que tiran piedras, y el Parlamento vota leyes para penar ese delito con 20 años de prisión (siempre y cuando sean palestinos; los colonos judíos pueden tirar piedras con total impunidad); o el Ejecutivo anuncia que los árabes con ciudadanía israelí detenidos por ‘actos terroristas’ no tendrán derecho a defensoría pública, serán despojados de dicha ciudadanía y sus cuerpos no serán entregados a sus familias.
Un país donde el Estado reduce a escombros la vivienda de los palestinos acusados de actos ‘terroristas’, castigando colectivamente a una familia entera (siempre numerosa y llena de niños), pero deja impunes los crímenes cometidos por los colonos judíos (por ejemplo, hasta hoy ‘no se ha encontrado’ a los culpables de quemar viva a la familia Dawabsha en julio pasado).
Fuente:Blog de la autora
*Militante de DDHH uruguaya, dedicada desde hace 5 años enteramente a la causa palestina. Corresponsal del semanario Brecha de Uruguay.