Por Yldefonso Finol, @IldefonsoFinol
Ha llegado a sus primeros quince años la Constitución Bolivariana. Resucitó luego de ser asesinada a los veintiocho meses de nacida. La salvó el pueblo chavista, el mismo que la parió.
Todavía en febrero de este año las hordas fascistas salieron a destrozar su tierna existencia, y una vez más la magia del amor nacional la preservó de viles garras.
Las víctimas del Golpe de Abril de 2002, del Paro Petrolero y de las Guarimbas, bien se pueden llamar Mártires de la Constitución.
La Constitución de 1999 cerró un ciclo (siglo) y abrió una nueva época (milenio). Toda Ella es creación colectiva, desde el Preámbulo, donde poetizaron con versos de roca y sangre los héroes y bardos ancestrales, hasta las églogas conclusivas de la Ópera Prima del juglar Hugo Chávez, donde el pueblo canta a coro la canción de su redención soberana.
La base pentagonal del modelo estatal tiene en cada viga: la democracia participativa y protagónica, la ética pública, el carácter federal descentralizado, la justicia social y la economía diversificada al servicio de la vida; y en las honduras de la fundación: el Estado Social de Derecho y de Justicia, la preeminencia de los Derechos Humanos, la Soberanía, la igualdad, el ecologismo profundo, y la vida. Principios fundamentales del Socialismo Bolivariano del Siglo XXI.
Nuestra vigente Carta Magna sustituyó a otra que nadie asumía, aquélla era un inmenso cementerio de buenas intenciones, donde el veneno de las serpientes políticas se camuflaba en la maleza que ocultaba la defunción de sus propósitos.
En nuestra historia contemporánea, el 98 hizo posible el 99, que es consecuencia directa del 92 y éste a su vez del 89, aunque ninguno de ellos sea sólo ficha azarosa de un bingo verbal.
Sin embargo –volviendo a la lectura de Sieyés y Lassalle- una Constituyente es en esencia un proceso político andante, y una Constitución es un proyecto político escrito que debe ser implantado; ambos asuntos siguen en pie, a traspiés.
El país que dibuja la Constitución son los sueños de Chávez que el pueblo trabajador fue tallando en largas marchas de lucha y sacrificios. Sueños tan vigentes (por necesarios) como la misma realidad que los impide realizar.
En esta contradicción radica el antagonismo histórico entre el sistema dominante que amenaza con restaurarse, y la síntesis creadora que mueve la posibilidad mínima de hacer una verdadera revolución. Es la dialéctica de la hora actual.
Decretar la irreversibilidad de una revolución, es desconocer las leyes científicas que hace dos centurias explicaron que la lucha de contrarios es el motor de la historia. La experiencia soviética es una prueba demasiado evidente. Porque las proezas que sólo emanan del esfuerzo del pueblo, pueden llegar a ser diezmadas por la combinación inerte de la acción enemiga, y la propia falta de claridad.
La rectificación de errores, que pasa por la crítica severa; la elevación de la mística y la ética, la inspiración que viene de la fuerza moral, y la unidad de los revolucionarios en condiciones de igualdad, son las precondiciones del triunfo de la Venezuela que propuso Chávez en la Constitución Bolivariana.
"Sólo la verdad histórica forma pueblos libres"