Por Lilith Alfonso
No sé por qué la frase de Frank Delgado, en aquel concierto grabado que compartimos los amantes acérrimos de su trova, me viene a la cabeza. Lo que sé es que se ha convertido en mi estrofa favorita ante los absurdos maravillosos de esta islita que es como un caimán dormido que, no obstante, sigue resistiéndose a la corriente.
Porque, desde hace tantos años que algunos nacimos con él encajado en las costillas, vivimos en medio de un bloqueo económico que nos la pone todas más difíciles, porque lo más mínimo nos cuesta lo máximo y todo se dificulta, tratando de sortear ese panal de avispas y ovejas vestidas de cigarras.
No podemos…, tantas cosas lejanas y cercanas, en la industria nacional, la medicina, la educación, el transporte, la vida toda. Nos cuesta tanto lo que a otros parecería fácil, que cualquiera en nuestro lugar se habría aburrido de tanto intento.
Pero, al mismo tiempo, podemos tanto… Podemos, por ejemplo, mandar miles de médicos en pocas horas a curar el desamparo que arrastran tras de sí los tifones, los huracanes, los terremotos.
Podemos mantener con vida casos imposibles, y traer medicamentos del otro lado del mundo para un solo niño que los necesite, y darle casa, y esperanza, y pasajes hasta el fin del mundo si eso le alivia el dolor y le sustenta la esperanza.
Podemos también mantener abiertas miles de escuelas para todos los sueños, hasta donde alcance el talento, no importa si está en plena ciudad o en el pimpollo de una montaña, para cinco o siete alumnos que lo tienen todo para ser lo que se propongan: maestros, aulas, medios audiovisuales, libros, libretas y lápices.
Podemos encontrar la cura para varios tipos de cáncer y reducir al mínimo las muertes de niños menores de un año y sus madres, y salir un día con un medicamente que reduce drásticamente las amputaciones en los miembros de los diabéticos, y vacunas para enfermedades que nunca he oído mencionar, y a montarnos en el tren de ciencia ficción de la medicina regenerativa, que da vida a lo muerto.
Y nos atrevemos a querer soberanía, y a querer pensar por nuestra propia cabeza, a ser únicos que quieren ser respetados, a soñar con un mundo diferente y a creer en imposibles.
Nos atrevemos a darle cauce a los sueños, a convertirnos en un país donde los niños pueden ser astronautas, pilotos, bailarinas, músicos, científicos, lo que sea, y donde por mucho que nos quejemos de muchas cosas, al final nunca nos sentimos desamparados.
Podemos tantas cosas….
Así que cuando uno ve esas cosas tan jodidamente maravillosas, cualquier debate sobre la internet, la libertad de prensa, el salario que no alcanza ni para medio mes, y todas las discusiones en las que perdemos pasiones y pellejos, por un instante -y aunque sé que no sólo de educación, abrazo y salud vive el hombre- parecen no tener la más mínima trascendencia ante esa alegría básica que, no importa de dónde eres, por gracia de todos los altos y los bajos, todavía le es común a todos los cubanos.
Tomado de su Blog La esquina de Lilith
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