Por Eduardo Arroyo
Río de Janeiro, 4 de marzo de 2014
El mundo celebra este 8 de marzo el Día Internacional de la Mujer. No es una efemérides banal, ni una concesión otorgada por el patriarcalismo vigente sino una fecha de militancia que recuerda las jornadas de lucha de las mujeres en su compromiso por forjar un planeta diferente, en el que ambos géneros compartan derechos, sueños, igualdad de oportunidades y deberes similares en la construcción de una nueva humanidad.
Ya Clara Zetkin, en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas (Agosto de 1910) celebrada en Copenhague logró la aprobación del sufragio universal y a su propuesta se proclamó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
El 19 de marzo de 1911 se celebró por primera vez el Día Internacional de la Mujer Trabajadora en Alemania, Suiza, Austria y Dinamarca. Menos de una semana después, más de 140 mujeres obreras, entran en huelga en la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist de New York exigiendo igualdad de oportunidades, consideraciones y de salario que los hombres. El dueño las encerró, incendió la fábrica y murieron carbonizadas todas las trabajadoras. La insanía del machismo en este acto inhumano y criminal hizo evidente el odio al género femenino y a lo que puede llevar el patriarcalismo fundamentalista.
Desde 1913 se celebra en Rusia, Alemania y Suecia, el Día Internacional de la Mujer. Recién en 1977, las Naciones Unidas instituyeron el Día Internacional de la Mujer y la Paz Internacional.
Orígenes del patriarcalismo
La tradición judeo-cristiana nos presenta un Dios omnisciente, creador de todo lo existente, infinito e inmortal, por encima de las diferencias sexuales. Pese a ello, los niños siempre dibujan a Dios como un ser barbado, difícilmente una mujer.
Es hacia el 10,000 a.c. que aparece la nueva división social del trabajo entre agricultores y pastores. Ambas dejan excedentes de producción. Serán 5,000 años después que ya aparezcan estos excedentes en poder de unos y no de todos, con imperios altamente militarizados y organizados y que se habrá instituido la propiedad privada sobre la tierra, sobre los trabajadores, sobre los excedentes y a su vez, encontremos un mundo gobernado por los hombres, porque la mujer se habrá convertido en su posesión privada. Ellas quedarán supeditadas a la esfera doméstica del hogar.
Aristoteles hacia el siglo III a.c. nos habla de “hombres” subsumiendo a las mujeres en este concepto. Dirá que el hombre encarna más racionalidad y por tanto más humanidad que la mujer, portadora de la pasión, de los sentimientos.
Esta diferenciación de opiniones se suceden con el correr de la historia. Nietzche dirá en el siglo XIX que la mujer era un ser de cabellos largos e ideas cortas. Muchos pensadores han acentuando la supuesta superioridad del hombre, que en la síntesis de Simone de Beauvoir en “El segundo sexo” ha significado considerar al hombre como el uno y la mujer como lo otro, el complemento y en el mejor de los casos, el suplemento.
En cambio, en la vida real y cotidiana, la mujer se evidencia como altamente emocional ( inteligencia emocional, superior a todas), racional, volitiva, intelectual. La mujer es más fuerte, vive más años que los hombres y se enferma menos, lo que demuestra que la diferencia entre sexo fuerte y débil es una creación mental del patriarcalismo.
Ya en la década del sesenta del siglo XX, el cuestionamiento al patriarcalismo se convierte en una tendencia que habrá de marcar al siglo XXI y posteriores. Destacan las visiones feministas, ecologistas y contra todo tipo de discriminación.
Hasta los grandes prohombres de la historia han padecido de las desviaciones machistas. Basta ver a Marx con su esposa Jenny de Westphalia con hijos muriéndosele de hambre en los brazos mientras Marx, olímpico, escribía los Grundisse y los tres tomos de “El Capital” en la Torre de la Biblioteca de Londres. De no ser por Federico Engels, de otra sensibilidad, menos olímpico, Marx no hubiera podido sobrevivir. Idem con Lenin y Krupskaia, la mujer que lo siguió a lo largo de su vida, supeditada a él. Mucho temía Lenin el vuelo de Rosa Luxemburgo, mujer independiente, que escribía, reflexionaba dotada de una gran voluntad, que no necesitaba satelizar alrededor de ningún hombre.
La historia se hubiera escrito de otro modo si no se las hubiera subordinado a lo largo de la historia. Tendríamos un sistema humano más armónico, sumando lo mejor de ambos géneros, compartiendo la responsabilidad del planeta hoy en gran medida destruido por el patriarcalismo. Debemos dejar de lado los discriminaciones, inseguridades y estereotipos salvo que, al final, los hombres terminemos siendo víctimas de nuestra propia historia de dominación, negándonos nuestra identidad, nuestra capacidad integral de realización humana que lejos de supeditar y anular a la mujer, pase por considerarla una compañera, consejera y líder.
* Licenciado en Sociología por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (1978). Magíster en Sociología por la Pontificia Universidad Católica del Perú (2005) y Doctorando en Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad Ricardo Palma 2007. Catedrático en la Universidad Ricardo Palma (desde 1974 hasta la actualidad) y Universidad Nacional Federico Villarreal (desde 1993).
Poeta
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