Ocho balas de odio y codicia imperialista no pueden segar la vida de un hombre cuya integridad ética y moral es absoluta, humanos sus valores e inquebrantables sus principios. Ocho balas de odio y codicia imperialista penetraron en el cuerpo herido e indefenso del Che Guevara. Pero no lo mataron, como pretendieron sus mercenarios captores, y hoy, cuarenta y siete años después, el Guerrillero Heroico sigue caminando firme y sereno; nunca doblegado, siempre erguido. Sigue caminando multiplicado de manera infinita: inmerso en las reivindicaciones de las masas, fundido en la esperanza fundada y creciente de los pueblos.
El 18 de octubre de 1967, nueve días después de ser asesinado, Fidel expresó que éste “no cayó defendiendo otro interés, defendiendo otra causa que la causa de los explotados y los oprimidos en este continente; Che no cayó defendiendo otra causa que la causa de los pobres y de los humildes de esta tierra. […] Y ante la historia, los hombres que actúan como él, los hombres que lo hacen todo y lo dan todo por la causa de los humildes, cada día que pasa se agigantan, cada día se adentran más profundamente en el corazón de los pueblos”.
Ocho balas de odio y codicia imperialista no segaron, pues, la vida de Ernesto Che Guevara; con su cobarde actitud, el asesino gobierno imperialista que ordenó apretar el gatillo consiguió justo el efecto contrario: resaltar a un hombre con decoro, inmortalizar a un Hombre Nuevo.
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Tomado de Baraguá
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