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Discurso e ideología en las redes sociales

6 de Novembro de 2014, 3:00 , por Rosa C. Báez Valdés - 0sem comentários ainda | No one following this article yet.
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Por Juan Morales Agüero

 

 Hace unos meses atrás, la edición digital de un periódico español de gran circulación en la península, invitó a sus lectores a responder una encuesta. Su única pregunta decía: «¿qué palabras utilizas con más frecuencia en las redes sociales para defender o rebatir criterios propios o ajenos en temas como fútbol, economía o política?»  

El resultado fue como para escandalizarse. Y los ejemplos, como para taparse la nariz. Salieron a la luz epítetos de grueso calibre. Desde el clásico gilipollas –el insulto ibérico por excelencia- hasta las alusiones al árbol genealógico del interlocutor, en especial a su progenitora, un improperio común en todos los registros idiomáticos del planeta. 

Con independencia del estudio al que los editores del diario madrileño sometieron a su extravagante sondeo, lo cierto es que en las zonas interactivas de algunas de las redes sociales más populosas de la actualidad –Facebook, Twitter, blog…– se reproducen como conejos estas miserias lingüísticas. Cualquier diferencia de opinión se ventila por su intermedio. Como si patrocinar a ultranza un punto de vista requiriera solamente de testosterona y no de razonamientos.       

El tema cubano no escapa al ciber cañoneo. El fuego graneado al que está expuesto en la red de redes, principalmente desde la otra orilla del Estrecho de la Florida, es la certeza de que el enemigo potenció los alcances de sus armas, y, testarudo, insiste en dinamitar nuestro proyecto social mediante el empleo de un discurso mestizo, a medio camino entre la descalificación, la ofensa, la calumnia y la grosería.

Desde su madriguera digital despotrican de la Revolución y de sus líderes de manera irracional. Algunos apelan a sofismas seudo-intelectuales, como Carlos Alberto Montaner y Wilfredo Cancio, dos chupatintas que han hecho del ultraje a la tierra que equivocadamente los vio un día nacer una manera mezquina de ganarse la vida.  

Así, el ciber combate ideológico de hoy es también una confrontación discursiva.  Los soldados de la palabra estamos urgidos a dominar sus dispositivos técnicos, tácticos y estratégicos. Y a intuir el momento exacto en que debemos activar nuestras baterías verbales para que ninguna mentira consiga sobrevivir en el teatro de operaciones.  

En su libro «La explosión del periodismo. De los medios de masas a la masa de medios», Ignacio Ramonet reflexiona en torno  a la descomunal fuerza que puede desplegar este armamento de última generación. Dice así el director de Le Monde Diplomatique:«Hoy, cuando hablamos de internautas, ya no estamos hablando de individuos aislados sino de ciudadanos que forman parte de un organismo vivo pluricelular planetario. Cuando actúa al unísono, este extraordinario enjambre de redes puede resultar más importante incluso que mastodontes como la TVE, la BBC o la CNN juntos».   

Pero la justeza de nuestra ideología no se defiende con peroratas  retóricas, sino con hechos contundentes. No con consignas, sino con arquetipos. Se trata de anular al adversario no solo con los neutrones del verbo, sino con toda la potencia de su núcleo. Convencerlo, no vencerlo. Y sin dejar costuras. Porque todo argumento que nos refuten, nos desarma. Y, en lo adelante, sería difícil hacernos creíbles.

Los panfletos machacones, los lugares comunes, las frases hechas, los estereotipos gastados, los caminos trillados… no contribuyen a sembrar ideas en estos tiempos de web 2.0 donde cualquiera –incluyendo a mucha gente inteligente– puede impugnar por escrito los juicios de otros. Nuestros contenidos en las redes tienen que ser, además, modelos de ética. Esa que, según García Márquez, «debe acompañar al periodismo como el zumbido al moscardón».     

Los interlocutores ideológicos impertinentes nunca faltan en Internet. Merodean por donde no los llaman con ánimo de pelea, siempre con un embuste o una ofensa en el directo. Es preferible no dejarse arrastrar por sus provocaciones. Transpiran resentimiento y con ellos no vale la pena gastar pólvora. Pero a quienes proponen un debate desde posiciones civilizadas y respetuosas, se les acepta el desafío. 

En la polémica por salvaguardar nuestros principios cualquier recurso es legítimo.  Empero, no me parece atinado acreditarnos el monopolio de la razón. Eso crea suspicacias. Insistir en que vivimos en una sociedad perfecta, sin insuficiencias, además de faltar a la verdad, nos descalifica, incluso, ante los amigos. A veces le hacemos concesiones a la pasión y eso nos hace vulnerables. Nuestra credibilidad pasa también por reflejar la realidad cubana con sus luces y sombras. 

Admitir nuestros vacíos nos enaltece como contrapartes y deja sin ironías al rival. «Tiene razón», «coincido con usted», «estoy de acuerdo», «pienso parecido»… Y nunca «usted está equivocado», sino «tengo un criterio diferente». Un trato respetuoso sin ser sumiso, tolerante sin ser permisivo… Eso no exime, desde luego, que con nuestro discurso defendamos con granítica firmeza nuestra ideología, que es la razón de ser de la batalla en la que estamos enfrascados.

«Porque la ideología, cualquier ideología, incluida la nuestra —dijo ese maestro de periodistas que fue Julio García Luis— solo existe y cobra vida, languidece o se apaga, en el discurso. Porque la ideología, realizada o no por medio del discurso, es la que permite percibir el mundo con cristales deformantes o con nitidez. Es la que permite organizar el poder y el ejercicio de la hegemonía. Y es la que da la capacidad de control sobre los factores de la sociedad. Un control que, en nuestro caso, no puede sustentarse en el engaño ni en la manipulación, sino en la adecuada información, interpretación, persuasión y convencimiento de la gran mayoría protagónica».

La defensa de nuestra manera de pensar en las redes sociales no tiene por qué ser gris y aburrida. Eso espanta seguidores potenciales. Lo ideal es asumirla desde nuestra formación periodística, igual en forma que en contenido. Con los ingredientes que la profesión trae instalados por defecto, como la amenidad, la actualización, la agilidad, la síntesis, el color, el equilibrio, la corrección…  Eso gana respeto. Nuestro discurso ideológico en las redes sociales, además, debe explotar en su favor recursos como la hipertextualidad, con enlaces que dirijan a quienes nos lean hacia sitios referenciales donde puedan enriquecer los tema de debate con opiniones y antecedentes.

La visualidad con que presentemos los contenidos también funciona en lo tocante a sacarles partido a posibilidades gráficas tales como las imágenes y las infografías. Vivimos en un entorno cada vez más visual y los usuarios enchufan mejor con esa motivación sensorial. Una foto donde se vea el rostro feliz de un pionero recibiendo su pañoleta tiene más impacto ideológico que varias cuartillas de texto.

En fin, buena parte de la lucha ideológica actual –con escaramuzas incluidas-  se desarrolla en las redes sociales. Jamás se ha escrito tanto como ahora. Jamás hubo mejor ocasión de interactuar con tanta gente. Todo lo que decimos puede tener trascendencia si, amén de informar y argumentar, intentamos, además, emocionar, conmover, convencer, convocar… El discurso ideológico es también un ejercicio de seducción, cuyo acierto o fracaso desafían nuestro currículo.

El éxito en esta batalla depende de nosotros. Está en nuestras manos conseguirlo. Con sus enseñanzas, Julio García Luis nos lo advierte:

«Ustedes saben, como yo, que nadie va a llegar un día a decirnos: “hasta ayer, llegaron hasta aquí; a partir de hoy, van a llegar hasta acá”.  Eso no existe y nunca existirá.  Nadie hablará por nosotros.  Nadie hará lo que nos toca hacer.  Tendremos lo que nos ganemos, lograremos lo que nos merezcamos, dispondremos del espacio que sepamos ocupar.  En el mundo del poder no se regala nada y nada viene por añadidura.  Ideas, prácticas y hechos son los únicos que pueden movernos hacia delante. Como en los versos de Neto: “ya yo no espero, yo soy aquel por quien se espera”.  En otras palabras no poéticas: yo soy y debo ser el sujeto de mis propios objetivos».  

Ya termino. Recientemente leí en un foro que un hombre fue despedido de su empleo en un banco norteamericano porque su gerente descubrió que había dado click en un Me gusta de una página simpatizante con la Revolución Cubana. Increíble Con esa intolerancia de pensamiento también nos atacan. Recordé entonces una frase del gran Mahatma Gandhi, el líder espiritual hindú: «Con el puño cerrado no se puede intercambiar un apretón de manos».

Cubaperiodistas.cu


Tags deste artigo: ideología medios redes-sociales discurso batalla ideas

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