Por Sergio Rodríguez Gelfenstein*
En 1767, antes de que Estados Unidos fuera independiente, ya pensaba en apoderarse de Cuba. Es así que ese año Benjamín Franklin planteara la necesidad de “colonizar el Mississippi para ser usado contra Cuba y México…”
En 1805, el tercer presidente de Estados Unidos, Thomas Jefferson, anticipándose casi 20 años a James Monroe y la doctrina que tomó su nombre, le escribe en una carta que “es imposible no mirar hacia tiempos distintos cuando nuestra rápida multiplicación nos expanda más allá de los límites y cubra todo el norte sino el sur del continente”. Jefferson sugería que Estados Unidos debía “tener las Floridas y Cuba”.
Faltaban 13 años para el nacimiento de Carlos Marx, 112 para que triunfara la Revolución socialista en Rusia, 121 para que Fidel Castro viniera al mundo y 154 para que entrara victorioso a La Habana al mando del Ejército Rebelde y Cuba iniciara su vida como nación verdaderamente independiente. Los intentos de Estados Unidos de apoderarse de Cuba no tienen nada que ver con el carácter socialista de su Revolución ni con el liderazgo de Fidel, sino con una ancestral decisión de su élite de dominar el Caribe al que consideran su “frontera sur” para lo cual, controlar la “llave del golfo” era y es vital. El mismo Jefferson, años más tarde, en 1820, precisó que Cuba era “la adición más interesante que se podía hacer a nuestro sistema de Estados” y le dijo al secretario de Guerra John C. Calhoun que debía “a la primera oportunidad, tomar Cuba”.
De esa manera, ya en el siglo XIX se comienzan a manifestar una serie de acciones que eran expresión concreta de la voluntad intervencionista antes manifestada. A mediados de siglo se efectuaron varios intentos para apoderarse de la isla, patrocinados sobre todo por los sectores esclavistas del sur. A John Quincy Adams, sexto presidente de la unión norteamericana, se debe la idea de que Cuba debía mantenerse bajo el débil dominio colonial español para que algún día pasara a control de Estados Unidos “como una fruta madura”. En 1848, el undécimo presidente James K. Polk ofreció a España comprarle Cuba por cien millones de dólares, y un año después se realizaron intentos “independentistas” con el objetivo de “asociar” Cuba a Estados Unidos. La oferta de compra aumentó a 130 millones en 1854, pero España se mantuvo firme en la posesión de su joya colonial más preciada.
La lucha de los cubanos por su independencia se mantuvo incesantemente desde 1868 y en 1898 el triunfo de los patriotas era inevitable. José Martí había entendido el valor estratégico de su país en el marco geopolítico ante el naciente imperialismo estadounidense que no escatimaba en mostrar su voluntad expansionista. En mayo de 1895, un día antes de morir, le escribió a su amigo Manuel Mercado una carta premonitoria donde le decía “… ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber –puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo– de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.
Sin embargo, la oligarquía estadounidense comenzó a conspirar para justificar una invasión a Cuba. El instrumento fue una dudosa explosión (nunca aclarada hasta hoy) del acorazado estadounidense Maine surto en La Habana en febrero de 1898. Después de culpar a los españoles del incidente, declararon la guerra, interviniendo en la isla con tropas que impidieron la victoria definitiva de los cubanos en su lucha. España se vio obligada a conceder la Independencia a Cuba, pero ésta fue parcial y mediatizada. Estados Unidos ocupó la isla hasta 1903, cuando retiró sus tropas a cambio de un tratado que le permitía la intervención militar en Cuba cuando lo entendiesen necesario para “garantizar el orden”. Este tratado en forma de enmienda fue incorporada a la nueva Constitución cubana. Asimismo, se apoderaron de dos territorios, uno en Guantánamo en el oriente del país y otro en Bahía Honda al occidente, donde instalaron sendas bases navales. En el primero aún permanecen ilegalmente, toda vez que dicho acuerdo fue una imposición sustentada por la fuerza de las armas y de la ocupación militar de un país que no tenía gobierno. En 1903, Fidel Castro aún no había nacido.
La subordinación de los gobiernos cubanos a Estados Unidos de lo que en el transcurso de lo que en la historia cubana se llama la “república mediatizada” se mantuvo a lo largo de sus 61 años de duración. A cambio de un respeto irrestricto a los inversionistas estadounidenses, lo que rayaba en la cuasi pérdida de la soberanía, el último dictador, Fulgencio Batista, recibió un apoyo militar cuantioso, expresado en un constante abastecimiento de armas, equipos y financiamiento para sostener su gobierno despótico y autoritario mediante la represión y la crueldad. Aunque el epicentro de la lucha del pueblo cubano para derrocar la dictadura se desarrolló fundamentalmente en el oriente del país, en toda la isla se fue construyendo un gran frente antibatistiano bajo el liderazgo de Fidel Castro hasta que el 1° de enero de 1959 el dictador huyó y las fuerzas revolucionarias tomaron el poder. El movimiento triunfante se propuso desarrollar un programa de gobierno que pregonaba principios democráticos, de justicia social, economía mixta y crítica a Estados Unidos por el apoyo que había dado a Batista. Sin embargo, habían transcurrido pocas semanas del triunfo revolucionario cuando comenzaron a desatarse una ola de sabotajes, quema de cañaverales y atentados con explosivos contra objetivos fundamentales de la economía. Así, ya en el mes de marzo de 1960 el trigésimo cuarto presidente de Estados Unidos, Dwight David Eisenhower, firmó una orden ejecutiva por la cual ordenaba a la CIA preparar un proyecto encaminado a derrocar al Gobierno revolucionario, utilizando para ello, todas las fuerzas e instrumentos a su alcance. En una primera instancia, el énfasis se puso en operaciones de carácter psicológico, presiones económicas y políticas y el comienzo del entrenamiento masivo de cubanos que habían pertenecido a las fuerzas militares y represivas de la dictadura y que habían huido a Estados Unidos, pero paulatinamente fueron dado pasos hacia un plan de invasión para lo cual fueron creando condiciones a través de la inserción en territorio cubano de pequeños grupos de sabotaje.
La respuesta del Gobierno cubano fue la creación, el 28 de septiembre de 1960, de los Comité de Defensa de la Revolución (CDR) a fin de organizar al pueblo para garantizar su seguridad y defensa, asimismo, el 6 de junio de 1961 es instituido el Ministerio del Interior, cuerpo especializado del Estado para enfrentar la acción agresiva y criminal de Estados Unidos que ya en abril de ese año, bajo el gobierno del trigésimo quinto presidente, John. F. Kennedy, había organizado una fuerza invasora con apoyo logístico de las Fuerzas Armadas estadounidenses que desembarcaron en Cuba por playa Girón, en el litoral central del sur de la isla donde fueron derrotados en menos de 72 horas.
Esta agresión había hecho patente la intención estadounidense de aniquilar la Revolución Cubana a cualquier costo. La respuesta debía ser de la misma dimensión y profundidad: la defensa y la seguridad de Cuba se debía garantizar a cualquier costo; sin embargo la insuperable distancia en cuanto a la capacidad financiera, militar y tecnológica de ambos países intuía una lucha no equitativa que solo se podría librar a partir de la conciencia, la convicción, la voluntad, la decisión y el valor de un pueblo dispuesto a cualquier sacrificio para mantener su independencia y su soberanía.
De la carta antes mencionada que Martí dirigió a Manuel Mercado se extraen dos enseñanzas capitales que son sustento de la doctrina cubana de seguridad. Martí dijo… “Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas, y mi honda es la de David”. Martí señalaba que haber vivido en Estados Unidos, le daba pautas para trazar los planes que habrían de llevarse adelante a fin de impedir la potencial expansión estadounidense que visualizaba, de no lograrse la independencia de Cuba. La referencia bíblica posterior enfatizaba en su convicción de que el enfrentamiento se iba a dar en condiciones desiguales.
Antes, –en la misma carta–, Martí afirmaba que “En silencio ha tenido que ser, y como indirectamente, porque hay cosas que para logradas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin”. La confrontación planteada por la mayor potencia militar del mundo ha obligado a Cuba a desarrollar acciones que en “silencio han tenido que ser” y que “han de andar ocultas” si se quiere lograr el éxito en tal desigual combate.
Solo un pueblo decidido a defender su libertad es capaz de parir hijos que asuman las enseñanzas del apóstol en carne propia, a riesgo de su propia vida y su propia felicidad. Eso son Antonio Guerrero Rodríguez, Fernando González Llort, Gerardo Hernández Nordelo, Ramón Labañino Salazar y René González Sehwerert, los cinco héroes cubanos que en silencio y de manera oculta vivieron en las entrañas del monstruo para descubrir y prevenir los planes de grupos terroristas que conspiraban para causar la muerte y le desestabilización de Cuba y con ello, –parafraseando al apóstol– impedir a tiempo que se extiendan por las Antillas y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.
Fuente: Ciudad Caracas
Imagen agregada RCBáez
* Venezolano. Magister en Relaciones Internacionales de la Universidad Central de Venezuela. Consultor y Analista Internacional. Sus artículos se publican en diversos periódicos e innumerables páginas de Internet. Ha sido Director de Relaciones Internacionales de la Presidencia de la República Bolivariana de Venezuela, Asesor de política internacional de la Presidencia de Telesur y Embajador de la República Bolivariana de Venezuela en Nicaragua. Ha publicado diversas obras y participado como coautor en varias compilaciones.
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