Por Carlos Angulo Rivas

El funeral del líder sudafricano, premio Nobel de la Paz 1993, Nelson Mandela, congregó a los principales líderes del mundo.

 El multitudinario homenaje internacional realizado en el estadio “Ciudad del Fútbol” del populoso barrio de Soweto en Johannesburgo, fue el reconocimiento pleno a un hombre de convicciones inalterables en las difíciles circunstancias que le tocó vivir en la lucha revolucionaria por hacer valer la Declaración Universal de los Derechos Humanos en todos sus alcances y valoraciones; constituyéndose por esta razón en el símbolo de la justicia social, la igualdad de los hombres, la libertad, la reconciliación y la paz. Pero al reconocer al héroe en un acto de contrición o arrepentimiento también se reconoce la rebeldía de quien nunca pudo aceptar el régimen del racismo, el colonialismo y la opresión; se reconoce al protagonista que tras 27 años de cárcel acusado de terrorismo tuvo la grandeza de perdonar a sus furibundos enemigos, los defensores de la doctrina de la superioridad de la raza blanca o el llamado apartheid que dividía a la población de su país bajo el dominio absoluto, por la fuerza, de un 20% de ciudadanos blancos sobre el 80% de la gente de color. Sistema segregacionista concebido en 1948 luego de la victoria del “Partido Nacional Purificado” que con el apoyo de las grandes potencias occidentales impuso una dictadura racial sin precedentes en la historia moderna.

 Mandela como presidente del Congreso Nacional Africano ANC dirigió grandes batallas desde la prisión sin perder la vigencia de líder político de su pueblo; abrió de esa manera el camino hacia la Sudáfrica actual unida sin las odiosas discriminaciones de un pasado vergonzoso colonialista. Por ello los elogios y cumplidos a la hora de su desaparición física, de ser sinceros, deberían contribuir a la construcción de un mundo equitativo de paz y preocupación por la justicia social, donde no prevalezcan la falsedad, la doble cara y la hipocresía, pues racionalmente todos deseamos la paz, la reconciliación y el diálogo sin revanchismos de ninguna clase. Y no cabe duda que de ciertos líderes mundiales, asistentes a las exequias de Nelson Mándela, necesitamos la humanidad del líder africano fallecido en cuanto a las enseñanzas dejadas en su larga lucha por la unidad nacional y la fraternidad, porque existen situaciones de reconocimiento y solidaridad que no se entienden de forma racional sino se llevan a la práctica de los hechos concretos.

 El apartheid no ha terminado del todo, hoy se ejerce mediante mecanismos no ajenos al racismo y la discriminación en varios escenarios presentes. “El apartheid existe en todo el país (Israel). Este es un territorio donde viven dos pueblos gobernados por un solo gobierno que es elegido por un solo pueblo, pero que determina el futuro de todos”, ha escrito la periodista israelí Amira Hass. En consecuencia, las leyes del estado judío de Israel justifican la represión y el encarcelamiento de palestinos sin orden judicial, ni cargos ni juicios; y la libertad de movimiento para ellos está limitada por muros, checkpoints militares y vallas. Además, existen abastecimientos de servicios básicos de electricidad, agua, transporte, etc. separados, unos para los israelíes otros totalmente deficientes para los palestinos. El Estado judío de Israel otorga incentivos económicos y becas a los colonos que ocupan el territorio de Cisjordania, quienes son protegidos por el ejército. Y la “Ley del Retorno” permite a los judíos vivir en Israel pero niega el derecho de los palestinos a permanecer en su propia tierra, siendo expropiados de sus propiedades y viviendas. Los funerales de Mandela muestran muchos amigos relucientes, cuando esos mismos amigos tachaban al líder del Congreso Nacional Africano ANC y a sus combatientes como terroristas apoyando la supremacía blanca del apartheid.

 El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas denunció el juicio político de Rivonia que condenó a Mandela a cadena perpetua, igualmente condenó el régimen del apartheid y llamó a las naciones del mundo a suspender los suministros de armas a Sudáfrica. Sin embargo, las grandes potencias occidentales: Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, no respetaron la Resolución del Consejo de Seguridad y continuaron apoyando al régimen racista sudafricano con el suministro de armas y pertrechos militares. Ahora, después de los espléndidos discursos de honras fúnebres en reconocimiento a Nelson Mandela nos preguntamos ¿Qué carta estarían dispuestos a jugar los países europeos y Estados Unidos frente a Israel y su política de agresión racista contra Palestina?

 Mandela, liberado por la necesidad de pacificar Sudáfrica, saltó de “terrorista” a héroe universal logrando derrotar el racismo colonialista sin asumir la revancha de los vencedores; y logró con ese gesto nobleza, honestidad y generosidad, el esplendor de su gloria, la enorme satisfacción para él y el resto del mundo de haber estado en lo correcto. Y en la historia actual aquello se exige de los líderes verdaderos, más aún cuando existen todavía manifestaciones de revanchismo duradero, innoble e injustificado, pues también observamos la actitud reacia de Estados Unidos e Israel votando solitariamente a favor del ilegal bloqueo político y económico contra Cuba apoyada por el consenso de todas los países del mundo en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Y cuando no sólo en Israel sucede ese apartheid contemporáneo sino también en Europa y Estados Unidos, pues allí tenemos a los llamados ilegales o desplazados huyendo de la pobreza que, por sus rasgos étnicos no blancos, se convierten en sospechosos por dondequiera, siendo las mujeres, niños y hombres, tratados a través de signos evidentes de discriminación y racismo; o cuando a su vez los presidentes de Estados Unidos, Bush, Clinton, Obama, aumentan su revanchismo y venganza contra Cuba acusando sin pruebas a los cinco héroes cubanos de terroristas por el simple hecho de defender a su patria de sus enemigos.

 Entonces, con pena observamos que ciertos líderes mundiales importantes no aprendieron nada de la historia ni de Nelson Mandela.

*Poeta y escritor peruano.

 (Especial para ARGENPRESS.info)