Por Cuauhtémoc Amezcua Dromundo
Nuestro pueblo hizo una revolución –la más profunda de Latinoamérica-- en 1910-17, y la clase trabajadora siguió dando batallas victoriosas todavía décadas después. Por esto, México era un país donde las nacionalizaciones habían avanzado más que en otros: como la nacionalización de la industria petrolera, rescatada para el patrimonio nacional por Lázaro Cárdenas, un presidente patriota, que dio esa respuesta adecuada luego de una lucha intensa librada por los trabajadores contra las empresas extranjeras que desangraban a la nación. Para 1980, el sector estatal de la economía llegó a sumar 1,155 empresas, entre ellas todas las que son estratégicas y prioritarias para el desarrollo de fuerzas productivas propias.
Pero a partir de 1982 hubo un giro profundo en los ámbitos de la economía, la política y la vida social. Las fuerzas que luchaban por mayores avances en el camino hacia la plena independencia nacional y el progreso social, fueron desplazadas por la burguesía neoliberal, que se enquistó en el Poder público. Sabemos que el neoliberalismo es la expresión del imperialismo en la actual etapa de descomposición profunda del sistema capitalista mundial.
Los gobiernos neoliberales, entregados al imperialismo, desmantelaron el sector estatal de la economía, transfiriendo las empresas privatizadas a sus amos y a la gran burguesía local. Con las privatizaciones, desarticularon cadenas productivas ya integradas o en proceso de integración, dañando nuestro todavía incipiente desarrollo económico; y pusieron en entredicho la viabilidad de México como Nación independiente y soberana. Además, llevaron la corrupción a niveles no vistos. Los gobernantes venden sus favores, las empresas públicas y los recursos naturales. Los capitalistas, sobre todo extranjeros, compran todo lo que les convenga.
Los neoliberales han empobrecido a decenas de millones de compatriotas de manera brutal y, como contraparte, han generado una decena y media de multimillonarios. Igualmente han propiciado la degeneración del tejido social y creado un clima de violencia, inseguridad y delincuencia que los mexicanos no habíamos conocido antes. Han falsificado la democracia de manera descarada, volviéndola simple tapadera de una brutal dictadura del imperialismo y sus lacayos sobre toda la población. La derecha cínica y la socialdemocracia han estado coludidas, impulsado reformas que han traído el abatimiento del nivel de vida del pueblo.
Por eso, junto con los treinta y un años de neoliberalismo, llevamos ese mismo lapso de intensas protestas populares, que muchas de ellas han sido reprimidas, cada vez con ferocidad más bestial.
Resultado de la elevación del nivel de consciencia antiimperialista y anti neoliberal del pueblo, llegamos al proceso electoral de 2012, por primera vez en dos décadas, con un aspirante a la presidencia, López Obrador, enemigo de las privatizaciones y del neoliberalismo. Y llegamos también con un amplio frente anti neoliberal que apoyó su candidatura. En estas nuevas condiciones, pudimos disputar la presidencia de la República con buenas posibilidades de superar nuestro rezago temporal y ponernos en armonía con los procesos que viven otros pueblos hermanos de América Latina.
Sabíamos que no se trataba de una victoria segura porque la burguesía proimperialista controla instrumentos con que adultera la voluntad popular, pero valoramos que aun de no lograr la victoria electoral, o ésta, no nos fuera reconocida, podría quedar como saldo un nuevo nivel de organización con el surgimiento de agrupaciones político electorales con fuerza numérica que no existían, y que vendrían a acrecentar el arsenal con que combatimos a la dupla imperialismo-burguesía entreguista. Y así está sucediendo en concreto con el Movimiento de Regeneración Nacional, MORENA, de corte popular-antineoliberal, liderado por López Obrador.
Por cuanto a los servidores del imperialismo, con el arribo de Peña Nieto a la presidencia, su gobierno desató una oleada de reformas neoliberales de “tercera generación” y recrudeció, a la par, las políticas represivas. Entre otras, aprobó una reforma “laboral” lesiva a todos los trabajadores; una reforma “educativa” que golpea a los trabajadores de la educación y se orienta al propósito de imbuir a las nuevas generaciones una mentalidad dócil frente al imperialismo. Y se apresta a entregar los recursos energéticos de México a las petroleras transnacionales, con el fin de garantizarle a Estados Unidos “su seguridad energética”, a costa de quebrantar de la manera más profunda la soberanía y la independencia de la nación.
El Partido Popular Socialista de México, en esta etapa, mantiene en alto la lucha por echar a los neoliberales, para lo cual enfrentamos con firmeza, asimismo, todas las acciones de Peña, que está apurado en demostrar a sus amos imperialistas y de la gran burguesía local, que él y su partido son sus servidores fieles y más eficaces, de entre las varias agrupaciones políticas que les venden sus servicios en el México de hoy.
Con ese propósito, nos esforzamos por contribuir a la unidad de todas las clases y sectores de la población que el neoliberalismo convierte en sus víctimas, para luchar de manera conjunta con este doble objetivo inmediato: resistir y frenar la avalancha neoliberal que Peña nos echa encima, y arrojar al propio Peña y a todos los neoliberales de la dirección de la vida pública. Y perseveramos en contribuir a crear espacios de encuentro y de lucha para amplios sectores que generen la correlación de fuerzas capaz de cambiar las cosas, como lo van haciendo otros pueblos hermanos de América Latina que, como el hermano pueblo ecuatoriano, dan pasos hacia su liberación respecto del imperialismo y sientan bases para ir más allá, hacia la sociedad socialista, sin explotadores ni explotados, futuro común de la humanidad.
Observamos con fundado optimismo el porvenir. Estamos ciertos que la victoria será nuestra.
Diciembre de 2013
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