Por Salvador E. Morales Pérez, IIH/UMSNH*
Este día 26 de julio de 2012 se cumplen 59 años de aquella memorable acción insurreccional llevada a cabo por puñados de jóvenes idealistas cubanos cuya repercusión no han logrado apagar todos los arsenales gastados en ahogar su perdurable significación. En las ciudades de Santiago de Cuba y de Bayamo se lanzaron contra una dictadura de aquellas que amparadas y sostenidas en los mitos de la guerra fría pretendían retrotraer y varias lo lograron, los avances políticos económicos y sociales acumulados en la era de lucha contra el fascismo aupado desde la crisis de 1929.
Cerrados los caminos políticos no dejaron más opción que la lucha armada.
Una ola de militarismo golpista se estaba abatiendo sobre las frágiles democracias representativas, reformistas y nacionalistas, en Perú, Venezuela y Cuba, y en Colombia se entronizaba un brutal régimen conservador, entretanto viejas dictaduras como las de Trujillo en República Dominicana y Somoza en Nicaragua, se arrimaban al carro de la carrera armamentista, del pretextoso anticomunismo que barría conquistas obreras y sociales y plagaba de chispas el planeta para encender nuevas confrontaciones. Todo lo que el mundo esperaba - y en América Latina se esperaba mucho - en mayo de 1945 al cesar la guerra mundial se estaba yendo a pique.
Los efímeros sueños desarrollistas de industrialización, de beneficios económicos y sociales, de legislaciones sociales progresistas y modernas a favor de los trabajadores, de libertades y avances políticos, con los matices de cada caso nacional se anulaban sin piedad. Con la complacencia evidente de los intereses extranjeros, particularmente aquellos que estaban fuertemente representados en la maquinaria gubernamental en Washington. Maquinaria que con distintos grados de visibilidad estaba actuando – como sigue haciéndolo hasta ahora - en sostenimiento de los regímenes aliados aunque fuesen los dictatoriales reinantes. Regímenes que se convirtieron en los principales receptores de los sobrantes de guerra, que se emplearon para establecer un campo de terror. Miles de víctimas lo testimonian.
Aquellos jóvenes, encabezados por Fidel Castro, leyenda viviente, fueron a la acción libertaria jugándose el todo por el todo. Mal armados, pero bien inspirados. Nada menos que por las ideas de José Martí, aquel formidable héroe de carne y hueso, que cayera atravesado por tres balazos luchando por una república con todos y para el bien de todos que echara sobre sus hombros antillanos la tarea de frenar la expansión imperialista en ciernes.
Unos cayeron en desigual combate, como ya lo sabían. Otros fueron asesinados por la orden colérica de Batista de diezmar a los prisioneros. Pocos lograron escapar y marchar al exilio, el resto fue a parar a prisión. Sus ejemplos sirvieron de inspiración. Tuvieron no pocos émulos en las islas del Caribe y en la masa continental americana.
Desde la lontananza, los acontecimientos del 26 de julio de 1953, pueden verse de diversas maneras, pero yo deseo interpretarlos como un hito de partida. En el largo plazo en que se debe observar el denodado esfuerzo por culminar su proceso de cambios la Revolución cubana y la evolución de estos pueblos emergentes de la América nuestra, durante poco más de medio siglo, en dramática conflictividad de etnias, culturas, razas, clases sociales, cristalizaciones nacionales, estos hechos unidos marcaron el rumbo de un nuevo proceso que no cesa de desplegarse, con nuevos y paradójicos elementos. Un proceso arduo, sembrado de dificultades, al costo de vidas, sacrificios, éxitos y errores, como todo acontecer, marcado por la resistencia de quienes se aferran a sus egoísmos y por quienes pugnan por el bien de la humanidad en su conjunto.
Quienes hemos vivido esta era de cambios y de resistencias, de revolución, involución y de contrarrevolución hemos podido aprender de una dura experiencia que nos permite valorar con respeto y sentido crítico las tortuosidades del camino. Ponderar los logros sin regodearnos en lo hecho. Conscientes, como Bolívar, de que mientras quede algo por hacer nada está hecho.
De esta manera, la Revolución Cubana que se desprendió de estos aconteceres ha vivido su experiencia en el marco más amplio de estas dinámicas. Ha experimentado momentos de solidaridad y de aislamiento, hostilidades y victorias, avances y desgarros. Plaza sitiada, ha salido al mundo a pelear, sin miedos ni vacilaciones. A la ideología enemiga ha respondido con las ideas revolucionarias y patrióticas. A las armas respondió con las armas. Ha peleado en las sombras y a la luz del sol. No la han vencido aunque no todo ha sido éxito. La batalla ha sido desigual. Han entorpecido su proyecto, han perturbado su tranquilidad. La cubana es una revolución inconclusa que sigue batallando en cambiantes y difíciles condiciones por cuajar un estado social de bienestar colectivo “con todos y para el bien de todos” sea cual sea la etiqueta que le queramos dar: socialismo, colectivismo, humanismo, buen vivir. .. Lo importante es la esencia. Esa esencia – o renovado programa movilizador - que a estas alturas de la historia, con las pifias del experimento soviético, que aun no acabamos de analizar, está pendiente de rediseñar, de tal modo que las nuevas generaciones que no han vivido estas experiencias con la perspectiva de seis décadas, traumatizadas por las secuelas turbias de esta era neoliberal, puedan sentir un asidero intelectual y emocional lo suficientemente inspirador para emular las hazañas con las cuales hace 59 años se inició este proceso pendiente de rematar.
* Doctor en Historia, miembro del Instituto de Investigaciones Históricas (IIH) de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH).
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