Por Alvaro Montero Mejía
La situación por la que atraviesa Costa Rica, debe ser objeto de una reflexión sustantiva por parte de los ciudadanos. Sin esa reflexión y sin las conclusiones acertadas, difícilmente saldremos adelante.
Los sentimientos colectivos se componen de una compleja mezcla, que van desde la frustración y el desencanto por la política en general, hasta la cólera y el deseo de que las cosas se resuelvan por vías no convencionales ¡Peligrosos sentimientos! Sobre todo, si tomamos en cuenta que las vías democráticas no están cerradas, aún con la poca o nula confianza que le merecen a los ciudadanos las autoridades encargadas de velar por la limpieza del sufragio y la no injerencia de fuerzas extrañas en los procesos electorales.
En efecto, pocas veces en la historia se han puesto de manifiesto el empleo de los poderes públicos junto a las influencias políticas y económicas, en el mal uso o la malversación pura y simple de los recursos estatales, literalmente asaltados por contratistas inescrupulosos o por la coima como mecanismo idóneo para obtener ventajas económicas.
La relación entre poder político o institucional y poder económico; la relación entre poder político y clientelismo electoral y la relación entre ese tipo de poder político y la entrega de Costa Rica a las fuerzas financieras y corporativas trasnacionales, es ahora más evidente que antes. Es necesario reconocer que algunos importantes medios de prensa, han contribuido a alertar, parcialmente, a la ciudadanía. Por eso hablamos de “relaciones evidentes”, porque desde la vieja y oscura historia del bipartidismo, esas prácticas estuvieron a la orden del día aunque por lo general ocultas a los ojos de las personas.
Por otro lado, el actual gobierno ha llevado a límites insospechados la dispersión del poder estatal y la toma de decisiones, lo que estaría muy bien si en última instancia alguien dijera la última palabra y asumiera a plenitud la responsabilidad sobre esas decisiones. Pero no es así. Cada ministerio o institución es parte de un archipiélago donde el jerarca hace y deshace sin rendirle cuentas a nadie. Esto ha creado un estado general de impunidad, donde las culpas y responsabilidades sobre los hechos delictivos cometidos al amparo del poder se diluyen y por ende no se personalizan en los funcionarios encargados de la vigilancia o el adecuado funcionamiento de las instituciones.
Es así como un jerarca irresponsable nombra a cerca de 8000 nuevos funcionarios en la CCSS, en una de las mayores maniobras clientelistas de las últimas décadas, por la que nadie le pidió cuentas pero a renglón seguido, fue nombrado en el bienamado ICE, donde las irregularidades cunden. Del mismo modo, un Ministro de Hacienda comprometió a la ARESEP con un pago multimillonario de alquileres y nadie le pidió cuentas. A su vez, una Contralora contraviene, con la mayor frescura, la indicación del superior jerárquico, la Asamblea Legislativa, que le hacía saber que sería ese órgano, el primer poder de la República, quien asumiría la tarea señalada expresamente por la Constitución, de estudiar y resolver sobre el contrato sobre la terminal portuaria de Moin. Pensamos que la Señora Contralora es una persona honrada, pero semejante decisión ¿no servirá para encubrir algunas de las comisiones, primas, mordidas y contratos más jugosos de la historia reciente y de paso, el empleo sórdido de una terminal portuaria, privatizada e incontrolada, en la ruta de la droga?
Podemos agregar lo que todos conocemos del robo de las armas en el Ministerio de Obras Públicas para terminar echándole la culpa al guardián de los portones y en estos mismos días, se pusieron en las manos de unos vivillos, sin planos ni planes, el manejo de decenas de millones de colones para ésa obra que Alfonso Chase llamara con humor “la trocha mocha”, en la que probablemente no aparecerán jamás los que le dieron el garrotazo a la piñata.
¿Provoca o no todo esto un estado real de abatimiento, desconcierto e indignación por parte de la ciudadanía? ¡Qué bueno! Dirán los aprovechados y los que tienen la desfachatez de pedir a gritos el regreso del “bipartidismo”, concebido ahora como la tabla de salvación de la gobernabilidad ¡Qué bueno! continuarán diciendo ¡Porque entre más decepcionada y frustrada esté la gente pensante, menos tentados estarán de ingresar a la política y así nos dejarán el terreno despejado!
Por cierto, esos que como Don Rolando Laclé y Don Luis Fishman profitaron por años del bipartidismo y ahora redescubren sus “virtudes”, nos recuerdan el cuento de los partícipes de una despampanante orgía quienes no atinando a ponerse de acuerdo en medio de la trifulca gritaban ¡Organicémonos compañeros! ¡Por favor organicemonos!
Pero no todo está perdido. En todas partes surgen grupos de ciudadanos que se reúnen a reflexionar e impulsar propuestas honorables y constructivas, llenas de fe y confianza en las posibilidades de que la honradez y el patriotismo prevalezcan y logren la recuperación del dominio irrestricto de los valores materiales y humanos que posee Costa Rica, recuperación de todas las cosas buenas construidas por el pueblo, impulsadas y expuestas por iluminados conductores y convertidas en instituciones señeras hoy a punto de zozobrar.
¡Pura nostalgia! Dirán algunos ¡Puro idealismo! Dirán otros ¿Pero qué serían capaces de hacer los pueblos sin una buena dosis de memoria, sin la plena conciencia de lo que han sido capaces de hacer y de construir? ¿No es acaso uno de los principales propósitos de los enemigos de Costa Rica convencernos de que nos servimos para nada, que todo se resuelve con la Inversión Extranjera Directa y que incluso hemos perdido la capacidad para alimentarnos a nosotros mismos? Prefieren a Wallmart y comprarle al monopolio el cerdo, las papas y las verduras que tenemos capacidad para producir en abundancia ¿No ha sido acaso una de sus principales consignas pregonar la radical privatización de los servicios públicos porque ya no somos capaces de administrar un puerto, un aeropuerto, una simple carretera interprovincial o de construir con la maquinaria del MOPT o de las municipalidades, vías de penetración, puentes o escuelas?
¿Idealismo? Claro que sí. ¿Qué hacen los pueblos cuando pierden la fe en sí mismos, cuando se invalidan mentalmente, cuando no se sienten capaces de realizar grandes obras, de derrotar a los filibusteros, de construir el mejor sistema hospitalario de Mesoamérica, de dar pasos decisivos hacia la soberanía energética y de comunicaciones, de construir universidades públicas del más alto nivel o de haber sido, en su momento, el segundo país alfabetizado del continente después de la Argentina?
Por eso hablamos de recuperar lo que nos arrebatan. Pero sobre todo, por eso hablamos de unidad. Puede ser una unidad donde intervengan partidos, pero no son indispensables. Lo importante es comprender que sin unidad, ningún pueblo tiene capacidad para empeñarse en realizar grandes tareas. Que conste expresamente que no estamos hablando de unidad ideológica sino de los principios básicos que hicieron posibles todas las grandes obras de la historia nacional junto a las grandes movilizaciones ciudadanas que pusieron a temblar los poderosos de adentro y de afuera.
Que cada uno conserve sus valores originarios: que los socialdemócratas profundicen sus convicciones socialdemocráticas; que lo social cristianos defiendan el conocimiento y el compromiso social derivados del pensamiento de la Iglesia Católica y de Monseñor Sanabria; que los liberales se mantengan adheridos a los principios de libertad y tolerancia que enarbolaron Juan Rafael Mora, Mauro Fernández o Ricardo Jiménez y que los socialistas, comunistas o trotskistas, continúen la tarea de difundir, anclados en la realidad nacional, las ideas y la organización en defensa de los trabajadores y el valor social del trabajo humano. Y que todos juntos, volvamos los ojos hacia la amistad y la colaboración con Patria Grande, la misma que Martí llamó Nuestra América.
Curridabat, 2 de junio de 2012
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