"Los malos sólo triunfan donde los buenos son indiferentes" dijo nuestro José Martí. ¿Cuántas veces hemos pecado por omisión, siendo indiferentes ante la desidia o el mal trato a una propiedad que, gracias a un 1º de enero de 1959, es de todos? Tal vez al leer este texto de Pedro de la Hoz, se reconozca más de uno. Una buena noticia: no es tarde para corregir el mal y tomar partido!
Este es mi problema
Antes de tomar cartas en el asunto, lo pensó dos veces. ¿Me darán un escándalo? ¿Me tomarán por un tipo impertinente y entrometido? ¿No será mejor que otros asuman la llamada de atención y pongan orden? ¿Estaré arando en el mar?
Tres parejas de adolescentes, que patinaban por el separador de la Quinta Avenida, se detuvieron a la altura de la calle 42, y en lugar de descansar en uno de los bancos, se encaramaron en los leones esculpidos que flanquean el paseo. A uno de los ejemplares algún vándalo, en otra época, le mutiló la parte delantera de la cabeza. En la base del otro, latas vacías y restos de comida. Algunos metros más adelante, un banco recientemente reparado yace en el suelo. En diversos tramos del paseo, grafiteros han dejado la impronta de sus desafueros nocturnos.
El hombre se acercó a los adolescentes y les explicó que los leones no eran muebles urbanos, sino ornamentos para recrear la vista de los paseantes. Que al convertirlos en tarima podían ser dañados de modo irreversible. El tono de voz, contenido pero firme, con el que habló a los muchachos inspiró respeto y lo animó a implicarlos en el cuidado de la propiedad social. Estos advirtieron que no estaban recibiendo un regaño ni una descarga, sino una lección.
Era la primera vez en mucho tiempo que el hombre se decidía a actuar de tal manera. Días atrás un reportaje transmitido por la televisión mostró las huellas del saqueo de un edificio cerca del centro histórico de la ciudad y quedó espantado ante los testimonios de vecinos que decían haber visto cómo despojaban el lugar y extraían por la azotea valiosos elementos constructivos originales. Ah, sí, está muy bien la denuncia, ¿pero qué hicieron en su momento esos testigos? ¿Por qué no atajaron a los vándalos intrusos? ¿Hay que dejarlo todo a la policía, a los cuerpos de seguridad y protección? ¿Habrá que esperar siempre por Eusebio Leal?
Y así repasó cuántas veces había esquivado el bulto ante determinadas situaciones. Ni él ni otros como él ponían freno a los cobradores “voluntarios” de los ómnibus urbanos, ni a los revendedores de artículos de primera necesidad que pululan en los alrededores de los mercados, ni a los acaparadores de los primeros turnos en las colas para sacar pasajes en las agencias de viaje, ni a los que tiran escombros en los contenedores, ni a las tribus urbanas que vociferan a altas horas de la noche. Hasta que se dijo: este es mi problema y este otro y aquel. Porque no basta con saber que existen fisuras en el tejido social sino se requiere enfrentarlas.
Todo lo que pueda aportar en la esfera pública para que la convivencia sea armónica e impere el respeto y la disciplina social como algo consuetudinario y natural, debe ser una actitud cívica irreductible e inexcusable de todos y cada uno de los ciudadanos.
Tomado de Opinión, Periódico Granma
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