Por Alejandro Fierro*
El sosiego político no existe en Venezuela. Cuando se avecinaban dos años de relativa calma, sin elecciones en el horizonte y con un Nicolás Maduro consolidado en su liderazgo tras el indiscutible triunfo chavista en las elecciones municipales del 8 de diciembre, la tensión vuelve a dispararse en las calles del país. Tres personas resultaron muertas en las manifestaciones convocadas ayer por la oposición.
Sin haberse confirmado aún las circunstancias de los fallecimientos, los medios de comunicación se apresuraron a difundir la crónica de unos jóvenes pacíficos manifestándose en demanda de libertad que son reprimidos y asesinados por las fuerzas del orden del Gobierno. Después se confirmó que ninguna de las muertes se debió a la acción policial, sino a tiroteos entre civiles. Uno de los fallecidos es un militante chavista, otro es un estudiante afín a la oposición y del tercero aún no se ha desvelado su identidad. Los convocantes no pudieron conseguir la fotografía que tanto buscaban de policías asesinando a jóvenes. Ni siquiera apaleándolos, como sucede en España. La evidente eficacia de ésta y otras burdas manipulaciones se explican por el enorme potencial mediático de la derecha venezolana, que controla el 85 % de la prensa del país y cuenta con el respaldo de la práctica totalidad de los medios internacionales.
Más allá de la desinformación, los sucesos de ayer reflejan que la oposición vuelve a optar por la vía de la desestabilización, como ya hizo en el golpe de estado de 2002 o tras las elecciones del 14 de abril del pasado año, cuando se negaron a reconocer el triunfo de Nicolás Maduro y alentaron unos altercados que se saldaron con el asesinato de once simpatizantes chavistas. Los días previos a las manifestaciones, las declaraciones de los dirigentes opositores pasaron de apoyar a los estudiantes a reconocer sin tapujos que se trataba de derribar al Gobierno. Significadas voces del chavismo le pidieron a Nicolás Maduro que prohibiera las marchas. Éste, en un ejercicio de coherencia democrática, se negó.
Henrique Capriles y su propuesta de asaltar el poder a través de las urnas están definitivamente amortizados. La derrota en las municipales de diciembre, que el propio Capriles había planteado como un plebiscito sobre Maduro, puso fin a su etapa como líder de la oposición. Ahora ha irrumpido con fuerza un sector duro, relativamente joven, partidario de la confrontación directa en la calle con el chavismo y profundamente neoliberal en sus planteamientos políticos y económicos. Sus caras más visibles son María Corina Machado, diputada en la Asamblea Nacional, y Leopoldo López, exalcalde de Chacao, uno de los municipios en los que se divide Caracas. Este último está inhabilitado para ejercer cargos públicos por un delito de tráfico de influencias y conflicto de intereses, aunque el periodo de inhabilitación finaliza este año. Tras los incidentes, ambos confirmaron que mantendrán la estrategia de movilizaciones callejeras y culparon al Gobierno de los asesinatos, si bien no presentaron ninguna prueba de esta afirmación.
El protagonismo de esta ala radical es una mala noticia no sólo para la derecha, sino para toda Venezuela. El chavismo necesita un contrapunto con el que debatir y alcanzar consensos en torno a los principales asuntos del país. Así lo reclamó varias veces el fallecido Hugo Chávez y también lo ha vuelto a recordar Maduro. Sin embargo, los elementos más dialogantes del espectro opositor están siendo arrinconados por esta facción y se pone en peligro la normalización democrática que de alguna manera había iniciado la derecha al acudir a reuniones convocadas por el presidente Maduro para tratar temas como la inseguridad o la política municipal. De hecho, hasta el propio Capriles asistió a uno de estos encuentros, reconociendo de facto la legitimidad de Maduro que le había negado al no admitir los resultados del 14 de abril.
Venezuela no tendrá descanso. Lo que se dirime en el país no es un reparto de poder bajo un mismo sistema, sino la naturaleza del sistema mismo. Por un lado, una opción que ha alcanzado incontestables logros en la lucha contra la pobreza, la equidad social y la extensión de derechos y que por ello ha obtenido el refrendo mayoritario en 18 de las 19 elecciones que se han celebrado desde su llegada al poder en 1999. Enfrente, un neoliberalismo que ve cómo se le estrecha su margen para hacer negocios, desde el petróleo a la sanidad, y que en el contexto internacional no se puede permitir que el ejemplo venezolano cale en otros países, especialmente en aquellos que están siendo azotados por las políticas de ajuste. Por eso no dejarán a Venezuela en paz.
*Periodista y miembro de la Fundación Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS)
Tomado de Insurgente, cortesía de Pedro López López
0sem comentários ainda
Por favor digite as duas palavras abaixo