Por Abel González Santamaría
Para comprender mejor la posición asumida por la Casa Blanca al desconocer los resultados oficiales emitidos por el Consejo Nacional Electoral venezolano que proclamó como presidente a Nicolás Maduro, es imprescindible analizar el origen y evolución de la Gran Estrategia imperial sobre la patria del Libertador.
Su origen hacia Latinoamérica y en particular hacia el territorio que hoy ocupa la República Bolivariana de Venezuela, se remonta prácticamente a la proclamación de la independencia por los representantes de las Trece Colonias Unidas de Norteamérica en 1776, cuando promovido por sus Padres Fundadores comenzaron a experimentar un proceso de expansión territorial y económica.
A partir de 1823, los Estados Unidos desplegaron una ofensiva “diplomática” con las naciones vecinas para sentar las bases de la futura dominación económica. Por eso diseñaron la llamada doctrina Monroe que les permitió justificar sus intervenciones en la región formulada bajo la frase “América para los americanos”, que no significaba otra cosa que “América para los estadounidenses”.
En este periodo se produjo el golpe definitivo a la dominación española en Suramérica. El 9 de diciembre de 1824, en la batalla de Ayacucho, en el Perú, los españoles fueron derrotados por los patriotas de la América hispana encabezados por Simón Bolívar y Antonio José de Sucre. Como respuesta Estados Unidos incrementó sus actividades conspirativas para neutralizar las contiendas libertarias. En 1829, su ministro en Bogotá, general William Henry Harrison, fue descubierto y expulsado por el gobierno de la Gran Colombia por organizar un complot dirigido a derrocar a las autoridades de ese país. Bolívar no tenía ninguna duda de los verdaderos intereses norteamericanos: “[¼ ] los Estados Unidos que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad”.
TÁCTICAS PARA DOMINAR A VENEZUELA
Durante la segunda mitad del siglo XIX, Estados Unidos desplazó a Gran Bretaña en el plano político como potencia hegemónica en América Latina, lo que haría con posterioridad también en el plano económico. El lugar preeminente de Washington en las políticas exteriores latinoamericanas se reveló con nitidez en 1895, cuando envió una nota enérgica a Gran Bretaña, que tenía una disputa de límites con Venezuela por su colonia de Guayana, advirtiéndole que “Hoy día, los Estados Unidos son prácticamente soberanos en este continente, y su mandato es ley para los sujetos a quienes limita su interposición”.
A finales de 1902, las costas de Venezuela fueron bombardeadas por unidades navales de Gran Bretaña, Alemania e Italia, que exigían el cobro de las deudas del gobierno venezolano pendientes con particulares europeos. Aunque dicha intervención supuso un desafío a los contenidos de la Doctrina Monroe, el gobierno estadounidense la justificó con lo que más tarde se conocería como el llamado “Corolario Roosevelt”, que limitaba la aplicación de la doctrina a los casos de adquisición de territorio en América por parte de una potencia no americana, y respaldaba la intervención de potencias extra regionales.
El presidente venezolano Cipriano Castro entabló demanda contra las empresas financistas de la invasión y el bloqueo, y expropió la estadounidense Orinoco Steamship Company. El Departamento de Estado amenazó con una intervención. Mientras que el mandatario venezolano fue a operarse a Europa, el secretario del Departamento de Estado, Philander Knox, tramó la conjura, que el 19 de diciembre de 1908 culminó con el golpe de su vicepresidente Juan Vicente Gómez. Los acorazados North Carolina, Maine y Des Moines anclaron en La Guaira. El alto comisionado de la Casa Blanca, William Buchanan, desembarcó para apoyar al nuevo régimen a cambio de políticas favorables para los inversionistas extranjeros. Comenzó así una dictadura de 27 años.
LA BATALLA POR EL CONTROL DEL PETRÓLEO
Desde la segunda mitad del siglo XIX las compañías transnacionales crearon las “concesiones petroleras” como instrumento de dominación para lograr que los estados le permitieran explotar la riqueza de los yacimientos descubiertos en sus territorios. Ya para los primeros años del siglo XX la explotación del recurso petrolero en territorio venezolano quedó fundamentalmente bajo el dominio de dos compañías extranjeras: la angloholandesa Royal Dutch Shell y la estadounidense Standard Oil.
Los intereses sobre Venezuela se incrementaron a partir de 1914, cuando fue descubierto el primer campo petrolífero venezolano de importancia mundial en la costa oriental del Lago de Maracaibo. Pero no fue hasta 1922 cuando el potencial petrolero del país resultó plenamente confirmado y ya en 1928 se ubicó como el segundo productor mundial de petróleo y el primer exportador, indicador este último que mantuvo hasta el año 1970.
La batalla por el petróleo venezolano se convirtió en el principal interés geoestratégico de los grupos de poder estadounidenses. De ahí que tuvieron un activo papel en la organización y complicidad de importantes hechos que marcaron la vida política y social de Venezuela durante todo el siglo XX e inicios del XXI, como el derrocamiento del presidente Cipriano Castro (1899-1908), la dictadura de Juan Vicente Gómez (1908-1935), el golpe contra el mandatario Isaías Medina Angarita (1941-1945), la llegada de los gobiernos puntofijistas (1958-1999) y el acoso a la revolución bolivariana.
El 23 de enero de 1958 las fuerzas populares derrocaron al dictador Pérez Jiménez, pero fueron traicionadas pocos meses después, el 31 de octubre de 1958, cuando los partidos políticos venezolanos Acción Democrática (AD), Comité de Organización Política Electoral Independiente (COPEI) y Unión Republicana Democrática (URD), firmaron el pacto de Punto Fijo para conseguir la sostenibilidad de la recién instaurada “democracia”, mediante la participación equitativa de todos los partidos en el gabinete ejecutivo del partido triunfador.
Durante estas cuatro décadas Estados Unidos brindó apoyo a las presidencias de los dos partidos políticos que se alternaron en el poder: el socialdemócrata Acción Democrática y el socialcristiano COPEI. Ambas organizaciones políticas se enmascararon en la supuesta defensa de la democracia, pero en la práctica se caracterizaron por la corrupción, la entrega de recursos minero-petroleros del país y una brutal represión a los movimientos populares.
Casi la mitad de la población venezolana (49 %) vivía en la pobreza. Los 12 hombres que pasaron por la Presidencia en este periodo, casi todos asumieron posiciones sumisas a las petroleras transnacionales y a los grupos de poder estadounidenses.
PÉRDIDA DE LA HEGEMONÍA
Cuando supuestamente el periodo de Guerra Fría había concluido con el derrumbe del campo socialista, el neoliberalismo estaba en pleno apogeo y la bandera del socialismo, en América Latina, solo era defendida por la Revolución Cubana, llegó a la presidencia el Comandante Hugo Chávez Frías, con la victoria electoral el 6 de diciembre de 1998, al frente de un movimiento revolucionario de inspiración bolivariana. Con un sorprendente respaldo de masas, comenzó un proceso de profundas transformaciones sociales y políticas.
Este acontecimiento marcó una nueva etapa de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina y el Caribe, al existir una ruptura en la política de dominación en la región, similar al impacto que generó la Revolución Cubana, pero esta vez empleando el proceso electoral como mecanismo de lucha. En su agenda de gobierno, el Presidente Chávez hizo valer la soberanía política y económica de la nación, retomó el control sobre la empresa petrolera nacional PDVSA, abrió el espacio al pueblo en la decisión de los asuntos públicos, ofreció respuestas alternativas a la hegemonía estadounidense y contribuyó decisivamente a los procesos de integración de la Patria Grande.
Ante esta realidad, Estados Unidos desató una intensa guerra económica, diplomática y mediática dirigida a destruir la Revolución Bolivariana. En abril del 2002 apoyó y dirigió el golpe de Estado, e inmediatamente reconoció como legítimo al gobierno golpista, pero el pueblo venezolano reaccionó valientemente y retornó a su Comandante Presidente. Ante tanta impotencia organizaron en diciembre del 2002 el golpe petrolero, que también fracasó.
Existen evidencias concretas del apoyo y dirección de los grupos de poder norteamericanos en estos hechos. El diario The New York Times reveló que altos funcionarios de la CIA, del Pentágono, y del Departamento de Estado reconocieron que, en los últimos meses, se habían reunido varias veces con los organizadores del golpe de Estado. En tales reuniones —según la misma fuente— “los representantes de la administración de George W. Bush coincidieron con ellos en que el gobierno venezolano debía ser despojado del poder”.
Lo que no quieren aceptar son los logros sociales alcanzados durante la Revolución Bolivariana, que ha sacado de la pobreza extrema a cerca de dos millones y medio de personas, y disminuido las desigualdades entre la población, alcanzando el índice más bajo de América Latina. También ha dado muestra de una verdadera democracia participativa: 18 procesos electorales en 14 años.
El presidente Chávez, ganador de todas las batallas que libró contra la Gran Estrategia imperial, no pudo superar el único obstáculo en su joven y fecunda vida. El 5 de marzo del 2013 entró en la Historia como Prócer de la Patria Grande. Como líder y comandante supremo que reencarnó a Bolívar, dejó su legado para las presentes y futuras generaciones. De ahí que Nicolás Maduro, primer Presidente obrero y chavista en la historia venezolana, recibió el 14 de abril del 2013 el respaldo mayoritario de su pueblo que optó nuevamente por mantener el rumbo del socialismo.
Ese mismo día el candidato de la oligarquía Henrique Capriles, cuando al parecer intuía su derrota y aún no se habían ofrecido oficialmente los resultados, le propuso a Maduro hacer un pacto, inspirado en el realizado 44 años atrás en Punto Fijo. Pero esta vez el pueblo no fue traicionado y su candidato mantuvo el honor como verdadero hijo del gigante Chávez.
Es precisamente esta realidad la que Estados Unidos no quiere reconocer, luego de haber gastado en los últimos diez años más de cien millones de dólares en el financiamiento de los grupos de oposición y haber contribuido a la confusión del pueblo venezolano para que sabotearan en las urnas el proyecto bolivariano.
Esta vez la táctica jeffersoniana de “espera paciente” colmó la copa de las élites norteamericanas y estimularon a la oligarquía nacional a repetir la misma fórmula golpista empleada en el 2002: violencia y más violencia.
La propia reacción del presidente estadounidense Barack Obama ante el fallecimiento del presidente Chávez es muestra de la continuidad de la Gran Estrategia y su posición omnipotente. A través de un comunicado de prensa Obama señaló el 5 de marzo del 2013: “Mientras Venezuela comienza un nuevo capítulo en su historia, Estados Unidos sigue comprometido con políticas que promuevan los principios democráticos, el estado de derecho y el respeto a los derechos humanos”.
Para nada resulta difícil descifrar estas frías palabras que demuestran la hipocresía y soberbia de los grupos de poder estadounidenses ante líderes que desafían su hegemonía global y regional. ¿Habrá leído el premio Nobel Obama Las venas abiertas de América Latina que le obsequió el Comandante Chávez en Puerto España en el 2009? ¡Gloria al Bravo Pueblo!
Tomado de Cubadebate
Fuente Granma
*Cubano. Abogado y Máster en Relaciones Internacionales. Investigador de las Relaciones Interamericanas y Seguridad Nacional.
Imagen agregada RCBáez
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