Lo digo en una entrevista que me hicieron hace un tiempo para la agencia IPS: yo escribo para que me quieran. Como Gabriel García Márquez, como tantos otros. La verdad es que no quiero formar parte de escuadrones, de batallones de vanguardia, de líneas de combate. Cuando tenga que combatir, pues combatiré. Ya lo he hecho en determinadas ocasiones. Pero no quiero regodearme en discusiones babilónicas. Eso no significa que sea más neutral que Suiza. Estoy convencido de que no se puede ser neutral. La absoluta imparcialidad no existe. La objetividad tiene más que ver con la honestidad con que se defiende un criterio que con la aparente falta de opinión. No hay una verdad porque la única verdad es que somos demasiados para defender una sola verdad. Yo creo en los consensos, que implican siempre un debate limpio, e implican también la grandeza de aceptar que nuestra opinión no es la única válida, e incluso, la grandeza de aceptar que nuestra opinión en determinadas circunstancias debería ser sencillamente nuestra opinión, sin más pretensiones. A algunos podrá parecerles una ingenuidad y puede que al final lo sea (viendo como están las cosas en este mundo, lo más probable es que en efecto lo sea), pero qué hermosa ingenuidad. Obviamente, la placidez no nos llegará del cielo. Y hay mucha gente intolerante y extremista, en todos los bandos, en mi mismo bando sin ir más lejos. Pero creo en la utopía. Creo, con Eduardo Galeano, que lo más seguro es que la utopía no se llegue a concretar nunca (la utopía es una entidad en permanente transformación), pero buscarla nos hará avanzar. Yo respeto, eso sí, al que se bate todos los días con la pluma en ristre. El que se bate con pasión, con buena voluntad. Yo mismo lo hago en ocasiones. Y respeto sobre todo al que se bate para construir, aunque piense que para construir tenga que destruir primero. Al que no soporto, el que me enferma, es el que destruye por el mero placer de destruir, sin ofrecer alternativas. Hay tantos por ahí. En todos los bandos. Incluso en mi bando. Aunque, pensándolo bien, esos no están en mi bando. Aunque en ocasiones digan cosas que se parezcan a las que yo digo, no, no están en mi bando. Más en mi bando están los de otro bando que como yo crean en la posibilidad de construir una sociedad mejor, y que luchen honestamente por construirla, aunque su sociedad ideal no se parezca a la mía. Y perdónenme por el trabalenguas, hay días en que me levanto así dándomelas de filósofo aunque me queda clarito que no lo soy. He dicho.
Y he dicho todo eso (vamos a ver cuántos de mis lectores llegaron hasta este párrafo) para hacerles un cuento. En el preuniversitario tenía un compañero muy grandilocuente en sus opiniones, muy enfático a la hora de defenderlas. Era dirigente del comité de base de la Unión de Jóvenes Comunistas. En las reuniones nos decía cosas como estas: “un revolucionario no puede darle la mano a alguien que no piense como él, porque esa es con toda seguridad la mano de un enemigo del proceso”. Gritaba exaltado consignas al estilo de esta: “¡Al imperialismo ni un tantico así!”. (Su noción del imperialismo incluía también a los que se quejaban de lo mala que estaba la comida). En conversaciones más privadas soltaba perlas como la que sigue: “si mi madre se va para los Estados Unidos, puedes tener la seguridad que nunca más le miraré la cara”. En fin, no los voy a cansar más ni les voy a hacer el cuento más largo: hace unos días descubrí a esa persona en Facebook. Ahora vive en los Estados Unidos. Y lo mejor: sigue siendo muy enfático y batallador, pero ahora desde el otro extremo. Entré por curiosidad a su muro y me encontré estas muestras: “Todos los cubanos que viven allá son unos carneros, llevan cincuenta años soportando una dictadura”. “Lo que hay que hacer es darle candela a todos los que defienden la dictadura”. “¿Cuánta sangre más van a derramar todos los días en ese país?; ¡asesinos!”. La naturaleza humana es muy compleja, señoras y señores. Yo no estoy negando la posibilidad de que una persona cambie de opinión tan radicalmente, pero desconfío de esos arrebatos. Desconfiaba cuando se los escuchaba aquí y desconfío ahora que se los leo. Mi abuelo —que admiraba a la Revolución y a sus dirigentes sin espacio para ninguna crítica— siempre decía que detrás de un extremista hay un oportunista. No creo que haya que ser tan absoluto: detrás de algunos extremistas hay algunos que han perdido sentido común. Pero mi abuelo tenía razón en algo: con esa gente es mejor no tener nada que ver. Hace algunos días vino de visita a La Habana una buena amiga de la universidad. Se fue hace algún tiempo, encontró otro camino. Sé que no coincidimos en algunas cosas, pero nos queremos mucho. ¿Íbamos a ponernos a debatir nuestras discrepancias? Ni pensarlo. Nos vimos una tarde y la pasamos de maravilla. Llegué a la casa y le dije a Lester: ojalá que la gente se quisiera más allá de sus puntuales diferencias. Lester se rió con ganas: “El mundo sería demasiado perfecto. ¡Eres tan ingenuo!”. Está visto que sí.
Tomado de http://www.oncubamagazine.com/columnas/diferencia/
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