Por Carlos Zamora Rodríguez*
Quizás sea síntoma de un precoz Alzheimer, pero no puedo recordar fechas. A duras penas recuerdo los cumpleaños de mis hijos, de mi madre, de mis hermanas y aun así no siempre consigo felicitarlos ese día porque en el último momento, cuando creo que esa vez no pasará, lo olvido. Tras largos años de desmemoria, me perdonan, con esa indulgencia que ofrece, como nadie, la familia. Sin embargo, ya lo decía el poeta Félix Pita Rodríguez: “la memoria tiene archivos” y sólo basta pulsar una tecla y casi en andanadas vienen los recuerdos a ocupar el espacio que merecen en la conversación. Sin fechas, pero a buen resguardo.
Y si hay un tema de conversación del que todo el mundo parece tener buenas provisiones es el del Periodo que apellidaron “especial” desde el principio y que nunca pudimos degustar como algo “especialmente” bueno.
Con sospechosa vanidad presumimos todos de alguna historia, muy cercana a lo heroico, que nos permite posicionarnos en el lugar privilegiado de los sobrevivientes. Y quienes han tenido la oportunidad de ver la magnífica película de Gutiérrez Alea* sabrán que fuimos protagonistas de otra bien diferente, porque en esta éramos, evidentemente, la mayoría.
Algunos preferirían iniciar el recuento con una frase bien efectista: Todo comenzó con un muro… que de alguna forma pretendería justificar cómo lo artificial trató de imponerse, y de hecho se impuso, a tal punto que generaciones enteras pensarían luego que siempre estuvo allí, y que semejante estado de cosas tendría seguramente un origen cuasi divino. Esa errónea apreciación histórica tuvo en cambio un trasfondo real: se plantó un muro para no ver lo que estaba del otro lado y la tozudez nos produjo una rara ceguera que impedía ver el terreno propio. Pero esa es una historia que ya han contado y contarán y yo quiero escribir sobre los héroes que fuimos bajo la sombra de ese muro que casi literalmente se derrumbó sobre nosotros.
Muchos seguramente asociarán los inicios del Periodo con la escasez creciente de productos básicos que se desató, con los precios astronómicos e inverosímiles para todo lo que antes estuvo al alcance del hombre común, o con las noticias sorprendentes de la Europa socialista; para muchos de nosotros, sin embargo, los que amamos los libros, los inicios de la crisis los relacionamos con la paulatina desaparición de la literatura soviética de los estanquillos, que en los últimos tiempos, sobre todo en publicaciones periódicas como Sputnik o Novedades de Moscú, había suscitado una rara y contagiosa atención, porque derrumbaba mitos (¿muros?) a los que estábamos tan cosidos que era inevitable un cierto tambaleo, síntoma peligroso que debimos combatir inmediatamente por su parentesco ideológico con un mal mayor llamado, también casi desde el principio y para horror de la literatura y la imaginería infantil del futuro, "desmerengamiento".
Al menos para mí fue ése el comienzo más contundente, antes de que los reclamos de mis hijos y el vacío cada vez más persistente de mis despensas me recordaran la consabida atención marxista al asunto de las exigencias materiales. El entusiasmo analítico con que abordé, junto a un grupo de camaradas poetas y pintores, la glasnot y la perestroika, fue sucumbiendo inexorablemente cuando los ruidos estomacales se organizaron en continuas marchas triunfales. Ante la incompetencia admitida de los centros de servicios hubo que recurrir a todo tipo de ingenios individuales para resolver los problemas que se presentaban a diario; las ciudades y pueblos parecían hormigas asustadas. El discurso oficial, alentaba el sacrificio y la resistencia, pero los caminos parecían, cuanto menos, difusos. La Opción cero se esgrimía, a pesar de su voluntarismo optimista, con una aureola apocalíptica.
Los historiadores podrán fechar los distintos estadios del Período, podrán establecer comparaciones con los sucesos de la Europa oriental, podrán servirse de las estadísticas para demostrar la debacle del producto interno bruto, de la productividad… de la economía toda… Para la mayoría, sin embargo, los momentos claves estarán determinados por el valor de cambio del dólar (hasta 150 pesos cubanos), el precio del arroz y el de nuestra querida, aromática y perniciosa carne de puerco.
Así que la fecha no la recuerdo, pero el Período… como un monstruo enorme y desgarrador, no sale de mi memoria: por el contrario, lo recuento, porque estas cicatrices son de sobreviviente, de héroe, y los héroes, por muy modestos que seamos, merecemos una atención…
* Los sobrevivientes, ICAIC, 1978.
Imagen agregada RCBáez
Publicado en su blog La Ventana de Carlos Zamora
*Filólogo, poeta y narrador. Premio Fundación de la Ciudad de Matanzas 2012 en Literatura para niños y jóvenes; ha sido jefe de redacción de la revista digital Librínsula, que edita la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí y participó en la gestación de sus Ediciones Bachiller y de las Ediciones Vigía, de Matanzas: también se desempeño al frente del Grupo Nacional del Programa de la Lectura. Fue director de la Biblioteca Provincial José Martí (Las Tunas); presidente de la AHS y de la Biblioteca Municipal en Puerto Padre.
0sem comentários ainda
Por favor digite as duas palavras abaixo